Críticas
Silencios en soledad invitan a la reflexión moral
Goodbye, Dragon Inn
Bú Sàn. Tsai Ming-Liang. Taiwán, 2003.
Elegante baile de katanas y samuráis abre esta fantasía. Se percibe, tras las cortinas, un descolorido mundo. Una sala antigua y decadente acoge al público por última vez. Sonidos y silencios marcan el ritmo, construyendo un puente hacia la ilusión que se desvanece a cada paso.
Un cine a punto de cerrar sus puertas proyecta su última película y sirve de escenario para que ilusiones y recuerdos acudan a él una vez más. Sin apenas diálogos y con escasos personajes van transcurriendo las escenas que esbozan tristeza, soledad, anhelos… Un sinfín de sentimientos deshojados con sutileza y maestría.
El director y guionista Tsai Ming-Liang, como el gato de Cheshire en Alicia en el País de las Maravillas (Lewis Carroll, 1832), nos guía por terrenos resbaladizos que huelen a culpa, nostalgia y humedad, en los que se confunden realidad y ficción. Los deseos de la humanidad, esbozados como nunca. Descubrimos en su cine pinceladas de la Nouvelle Vague francesa o del Neorrealismo italiano que, tamizados por la mirada oriental, alcanzan junto a él una nueva dimensión.
Pocos diálogos y ritmos pausados marcan su estilo peculiar. Desde Rebeldes del Dios de Neón (1992), su primer largometraje, nos acostumbra a lidiar con la soledad y la incomunicación, los silencios resuenan en lo más profundo de nuestro ser, conviviendo con el eco de sonidos huecos y vacíos.
Las pulsiones sexuales en la escena del baño, el actor que se emociona al verse en la gran pantalla o esa relación que se intuye entre el camarógrafo y la taquillera son solo algunos momentos en los que podemos percibir tales reacciones.
La cámara plasma discretamente la queda realidad. De manera estática y colocada en puntos estratégicos nos brinda con calma planos largos cargados de matices. El tiempo posibilita que nuestra mirada se adapte, se acomode a la imagen y, en último término, nos vincule a ella buscando más allá. Ojo que no busca, fácilmente mirará pero apenas verá.
Un ejercicio visual muy cuidado amplía la atención de un espectador que, a priori sorprendido, se imbuye con tiempo suficiente en este particular y enigmático ejercicio. Aprender a mirar, como percibió el filósofo Ernst Gombrich (1909-2001), se convierte, de esta forma, en una compleja labor. El director, fusionando pasado y presente, nos invita a ello en todo momento.
Pocos zooms seleccionados centran la atención del espectador. El público, sentado de espaldas y perfectamente enfocado, disfruta los últimos minutos de la proyección. Los créditos, difuminados, se intuyen en la pantalla. Unas angulaciones modifican la posición de rostros y nucas, mostrándonos ambos lados de un mismo ser que, como las caras de una moneda, se vinculan de forma peculiar.
Una de las escenas más bellas es la protagonizada por la taquillera (Chen Shiang-chyi ), que aparece retro iluminada tras la pantalla cuajada de puntos de luz, danzando a su alrededor.
Otros bellos momentos se muestran en la sala de proyección donde, absorta en sus pensamientos, contempla, frente al mochi, un cenicero repleto de colillas. Muestra del amor secreto que le profesa al proyectista (Lee Kang-sheng).
También subimos junto a ella la escalera metálica de caracol, sintiendo en cada peldaño cómo se diluye su cojera. La cámara elije los puntos y observa su ascensión sin apenas intervenir.
Algunos puntos rompen la sutileza y sorprenden al espectador japonés (Kiyonobu Mitamura) que está más atento a lo que acontece a su alrededor que al propio metraje en sí. A través de sus ojos observamos su molestia y estupefacción frente a modos de proceder del resto de personajes reales o ficticios. Fumar, comer o poner los pies sobre las butacas son comportamientos poco respetuosos en cualquier idioma o latitud.
Las expresiones que nos ofrecen todos los personajes son tan explícitas que no se echan de menos los diálogos. Hablar, en este caso, está de más, puesto que distraería la atención del curioso espectador que disfruta la mudez de este transitar.
La voz protege la vulnerabilidad de uno mismo. Estos silencios nos proporcionan una coraza que posibilita que nuestros sentimientos más íntimos se mantengan ocultos y protegidos. Nuestra alma se siente segura allá, donde casi no llega luz.
Fuera de la sala reina la quietud. Una cadencia de tacones se confunde con la lluvia, el gotear de unos grifos que ya no cierran como deberían o el sonido del rollo de película al pasar por el antiguo proyector. La entrada del cine espera con calma que termine la proyección, un gato ajeno a todo cruza el espacio. Ya casi nadie nos recuerda, ya casi nadie viene al cine.
Aquí comienza el baile de sombras. Personajes ficticios se mueven como espectros, saliendo y entrando a la sala en plena proyección o cruzando pasillos como almas en pena.
Los inocentes ojos de un niño, absorto en el juego de luces y colores proyectados, son muestra de la inusual ingenuidad del espectador común. Es el único que parece interesarse realmente por lo que acontece en pantalla. Al salir de la sala junto a su abuelo, concentra todo el tiempo en un tramo de pasillo. Ambos representan toda la historia del local desde su nacimiento hasta su fin. Sensibilidad que inquieta y enternece a partes iguales.
Un cine encantado que pierde su misterio al encender las luces. Un plano largo muestra una panorámica de butacas vacías. El alma de la sala se dispersa como el humo y marcha al unísono con sus personajes y espectadores.
La música de Yao Lee nos evoca nostálgicos e inolvidables recuerdos. Los aromas nos transportan a otras épocas, huelen a un pasado que persistirá por siempre en los corazones de quienes sepan apreciarlo. Calderón de la Barca (1600-1681) nos propuso una ilusión, una sombra, una ficción. Que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son. La verja cae irremediablemente, es el cierre definitivo de la morada del dragón.
Trailer
Ficha técnica:
Goodbye, Dragon Inn (Bú Sàn), Taiwán, 2003.Dirección: Tsai Ming-Liang
Duración: 82 minutos
Guion: Tsai Ming-Liang
Producción: Hung-Chih Liang, Vincent Wang
Fotografía: Liao Pen-jung
Reparto: Lee Kang-Sheng, Chen Shiang-Chyi, Chen Chao-Jung, Mitamura Kiyonobu, Yang Kuei-Mei, Miao Tien, Chun Shih