Críticas
¿Con qué soñaban los nazis?
Hitler’s Hollywood
Rüdiger Suchsland. Alemania, 2017.
Dos hombres, uno de mediana edad y otro mayor, preparan sus respectivas bañeras para darse un baño de agua caliente. Los dos parecen despreocupados, felices; incluso bailan antes de entrar en el agua, silbando una jovial melodía. Hasta aquí todo parece normal. De repente, uno de ellos, el más joven, entona una canción y, poco después, su amigo le acompaña con el tema. La letra dice así: “Pues sí, caballeros, sí que somos felices. Porque a partir de ahora el mundo es nuestro. Pues sí, caballeros. Fuera preocupaciones. Hacemos lo que queremos. A quienquiera que nos moleste, antes de que se percate, lo engatusaremos. Pues sí caballeros, pueden apostar por ello. ¡Pues sí! ¡Pues sí! ¡Pues sí!”. Se trata de la película alemana El hombre que fue Sherlock Holmes (Der Der Mann, der Sherlock Holmes war / The Man Who Was Sherlock Holmes, Karl Hartl, 1937), y sí, el mensaje no se quedaba simplemente en la estructura del guion, donde dos despreocupados detectives eran confundidos con Sherlock Holmes y el doctor Watson, el mensaje pretendía ir mucho más allá, pues apenas quedaban dos años para que la Alemania nazi invadiera Polonia. Nos encontramos ante el cine propagandístico de consumo del Tercer Reich.
Entre 1933 y 1945 se filmaron en la Alemania nazi alrededor de mil películas, todas ellas examinadas y supervisadas por la atenta mirada del ministro de propaganda Joseph Goebbels. Hitler’s Hollywood (Rudiger Suchslad, 2017) es un documental que aborda de manera exhaustiva todo el cine creado en esas remarcables fechas para la humanidad, y desgrana qué intenciones tenía entonces el séptimo arte, catalogado por el mismo Führer de vital importancia para la persuasión de las masas. De aquellos convulsos años, lo que llegó a resonar con más fuerza en la historia fue la magnífica El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens), de Leni Riefenstahl, distintivo documental rodado en 1935, que aborda la grandeza del nacionalsocialismo y todo su poder en impresionantes imágenes. Pero el cine de la época también se retrataba como escapista, como algo ilusorio, a menudo muy alejado de la realidad, porque no solo se trataba de mostrar para evadir, sino de ocultar para engañar. Nos encontramos con notables comedias, con filmes de formalidad teatral, con apasionados melodramas dignos de igualar las buenas historias que se contaban al otro lado del charco, pues se dice que Hitler amaba en secreto el cine de Hollywood.
Obviamente, la propaganda ideológica jugaba un papel fundamental, así podemos apreciarlo en El flecha Quex (Hitlerjunge Quex: Ein Film vom Opfergeist der deutschen Jugend, Hans Steinhoff, 1933). La película nos muestra a un joven de clase trabajadora que lucha para salir adelante en la República de Weimar. Las imágenes de la vida en la ciudad se muestran caóticas, histriónicas, al borde de una guerra civil, debido a las débiles políticas y las escasas probabilidades de progreso de un país en decadencia. El joven Heini es abofeteado por su padre, acto seguido le explica con expresión cansada que los jóvenes tienen que tomar el mando y ayudar a su país, quizá esté transmitiendo la idea de que las viejas políticas ya no valen, de que una fuerza ha de resurgir para guiar a la nación. Pero resulta que Heini y su familia tienen una ideología comunista, y su estricto padre le obliga a pertenecer a las Juventudes Bolcheviques. El joven se encuentra algo incómodo entre ellos, pues su alocada conducta le obliga a huir a través de la noche hacia un oscuro bosque. Allí se encontrará por casualidad con un grupo de Juventudes Hitlerianas. Los adolescentes se muestran ordenados, pulcros y unificados, resplandecientes por la hoguera que flamea de forma mística. La escena evoca la aventura, el misterio y el descubrimiento de algo nuevo. Más adelante, Heini recibe el regalo de su vida: el uniforme oficial de las Juventudes Hitlerianas. El rostro de alegría del zagal no puede ser más expresivo. Al final, Heini muere a manos de un comunista y, cuando alza la mirada moribunda, ve ondear la bandera del partido nazi. Un inmenso ejército en superposición con la imagen avanza hacia el frente, proyectando el último sueño del joven: pertenecer a la primera división de soldados del ejército alemán.
La cinta más taquillera del Tercer Reich fue la superproducción El Judío Süss (Jud Süb, Veit Harlan, 1940), que se convirtió en una de las películas más importantes sobre propaganda antisemita que se recuerde. En ella, un codicioso y mezquino judío se las apaña para promover la inmigración judía en Alemania. La imagen que se resalta aquí del judío es la de un ser despreciable, avaro, materialista e inmoral, que no duda ni un momento en interponer sus intereses personales al resto. Como curiosidad, cabe mencionar que los extras fueron auténticos judíos, obligados a aparecer en el filme.
Lejos de toda esta barbarie y, pese a lo que se pueda creer, al nacionalsocialismo le atraía lo exótico, no se crean que todos los actores y directores que trabajaban para el Tercer Reich eran únicamente alemanes. Aquí cabe mencionar una notable película que tiene como protagonista, nada más ni nada menos que a la sueca Ingrid Bergman. Sí, la señorita Ingrid tuvo un breve filtreo con el cine nazi en 1938 con El pacto de las cuatro (Die Vier Gesellen, Carl Froelich). La película muestra a cuatro jóvenes que viven en Berlín y están dispuestas a abrir un negocio de diseño gráfico. A priori fracasan, pues se dan cuenta (y esto es tan interesante como actual) que el mundo está confeccionado por y para los hombres, pero a medida que avanza la película, el triunfo y el éxito llega a sus vidas. Podría haber sido una fantástica película de tintes feministas. Lástima que al final vuelve a dar un giro en dirección al conservadurismo y las protagonistas llegan a la reflexión de que una vida sin casarse no tiene demasiado sentido, (¡hasta ese punto copiaron a Hollywood!). Ingrid Bergman nunca llegó a declarar nada sobre su intervención en una película nacionalsocialista; en lugar de eso, se redimió haciendo Casablanca (Michael Curtiz, 1942).
Contar mil veces una mentira se convierte en una verdad. Los nazis creían firmemente en esta frase, y por eso hicieron tanto hincapié en colar mensajes propagandísticos en la mayoría de sus filmes, pero cuando los rumores alertaron al pueblo alemán de que estaban perdiendo la guerra, la propaganda dejó de tener tanta eficacia y el cine dio un cambio de rumbo hacia el escapismo; precioso cine de evasión con historias ilusionistas y aventuras fantásticas que incluso recuerdan al barroquismo de Fellini. Es el caso de Sublime sacrificio (Opfergang, Veit Harlan, 1944), especialmente la escena de las máscaras, en donde los excesos toman el control en una pantalla saturada de colores y surrealismo.
El cine alemán siempre ha brillado con luz propia, y en la época «dorada» del nacionalsocialismo no fue menos. Muchos grandes se fueron, es cierto, nombres tan reconocidos, como los directores Fritz Lang y Billy Wilder o la actriz Marlene Dietrich, huyeron para seguir con sus carreras profesionales lejos del nuevo régimen establecido, pero muchos otros dieron vida a un celuloide intenso, místico, cómico, trágico… Frecuentemente repulsivo, feroz y oscuro… Y otras veces, hermoso, luminoso y admirable. Ambos casos son ilustrativos, así que arrojo un rayo de luz sobre un cine sepultado ilícitamente por el tiempo. La historia nos pertenece a todos.
Ficha técnica:
Hitler’s Hollywood , Alemania, 2017.Dirección: Rüdiger Suchsland
Duración: 105 min. minutos
Guion: Rüdiger Suchsland
Producción: LOOKS Medienproduktionen GmbH / ZDF/Arte / Friedrich-Wilhelm-Murnau-Foundation
Música: Lorenz Dangel, Michael Hartmann
Reparto: Documentary, Rüdiger Suchsland, Rike Schmid, Hans Henrik Wöhler, Udo Kier