Investigamos
Un iconoclasta en la Venezuela de Chávez
En el Diccionario de la Real Academia figura esta definición del adjetivo “iconoclasta”: “Se dice de quien niega y rechaza la merecida autoridad de maestros, normas y modelos”. Eso se ajusta al uso más extendido de la palabra, pero es la segunda acepción. La primera definición, que hace referencia a su origen histórico, indica que la palabra se emplea también como sustantivo y significa “Hereje del siglo VIII que negaba el culto debido a las sagradas imágenes, las destruía y perseguía a quienes las veneraban”.
Iconoclasta en lo que respecta al rechazo a ese culto es el filme FANtasmo (2009), dirigido por Jonás Romero García, y que fue su tesis de grado en la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela. El mediometraje del grupo Kinoki, integrado también por Ana María Reyes, Federica Porte, Lorena Ospina, Wilsa Esser y Carlos Contreras, se destaca por eso entre los documentales políticos realizados en ese país durante el gobierno de Hugo Chávez. Ganó además el premio a la mejor película nacional en el festival franco‑andino Documenta de Caracas en 2009.
El filme que ha tenido más relevancia entre los documentales políticos venezolanos recientes es otro: Llaguno: claves de una masacre (2004), dirigido por Ángel Palacios. En él se hace un exhaustivo análisis de lo transmitido por Venevisión y otros canales el 11 de abril de 2002, contrastado con fotografías, registros audiovisuales de diversas fuentes y testimonios para demostrar cómo una versión falsa de los asesinatos ocurridos ese día fue usada para justificar el golpe de estado. Pero por eso mismo se parte allí de la premisa de que puede haber verdad o mentira en las imágenes, en la medida en que reflejen o no la realidad, lo cual, irónicamente, solo se puede demostrar en un filme comparando unas imágenes con otras. FANtasmo, en cambio, se ocupa de las representaciones que cada persona construye a partir de lo que difunden los medios de comunicación y otras imágenes presentes en su entorno.
Romero García recurrió en FANtasmo a un dispositivo prestado del clásico Crónica de un verano (Chronique d’un eté, Edgar Morin y Jean Rouch, 1961). El documental se presenta como una encuesta, realizada en las calles de Caracas, en la que se hacen dos preguntas sobre el para entonces presidente Hugo Chávez. En algunos casos es evidente que se recurrió a actores para interpretar a los entrevistados. Pero, aunque se usan las técnicas del mockumentary, la película no es propiamente un falso documental. No se trata de hacer una parodia de un cierto tipo de filmes, sino de una manera de plantear también la credibilidad de los testimonios como problema, lo cual forma parte de la reflexión sobre la representación audiovisual.
La primera pregunta es: ¿conoce usted al presidente Chávez? “Cada quien tiene su cuento de ese hombre”, responde el último de los entrevistados, una frase que podría ser usada para hacer referencia al conjunto de respuestas, que son ampliamente diversas. Y le sigue otra interrogante, más próxima al espíritu del “¿es usted feliz?” del filme de Jean Rouch y Edgar Morin: ¿usted lo ha tocado? Con ella llaman a los que dan testimonio a confrontar con la experiencia personal la representación de Chávez construida a partir de los mensajes de los medios de comunicación y otras imágenes. Eso también atañe al espectador.
En una entrevista publicada en abril de 2009 en la desaparecida revista venezolana Vértigo, Romero García precisó la importancia que para él tuvo la forma de presentarse Chávez a través de los medios de comunicación, en comparación con Fidel Castro: “La forma de Fidel era una forma de teatro, presencial: la gente pasaba ocho horas, diez horas en un teatro escuchándolo a él, o a través de la radio, sin la imagen. Hoy en día, la forma de Fidel no es sostenible. Son otros tiempos de la imagen y del espectador. La forma hoy tiene que ser mucho más dinámica, la de un presentador de programas de televisión, y aquí tenemos, tal cual, al presidente Chávez”. La primera secuencia de su filme, en la que el ministro de Relaciones Interiores del gobierno de Carlos Andrés Pérez, Alejandro Izaguirre, es incapaz de leer en cadena nacional un boletín sobre los sucesos del llamado Caracazo del 27 de febrero de 1989, llama la atención también sobre el fin de una manera de presentarse ante el público de los políticos del país. Ese habría sido el correlato mediático de la crisis del bipartidismo que tuvo como desenlace la elección de Chávez como presidente en diciembre de 1998. Izaguirre abandona la pantalla en FANtasmo para cederle ese lugar a Chávez.
La película también hace manifiesto que la presencia de Chávez en la vida de la gente era como la de los televisores que permanecen casi permanentemente encendidos en muchos lados, sin que se preste necesariamente atención a lo que transmiten. Eso llevaba al presidente a desarrollar un discurso sin fin, para tener presencia en la pantalla por horas y horas, como si la televisión misma fuera Chávez. Consecuencia inevitable de semejante afán era caer en todo tipo de divagaciones. El documental pone especial énfasis en eso, y si el resultado puede parecer un intento de burlarse de la “psicología” de Chávez, el contexto de los fragmentos seleccionados indica que eso era parte de la naturaleza mediática de su figura política.
La flaqueza de la película está en que, al haberse centrado en el problema de la forma de la comunicación, dejó de lado el contenido del discurso político. Tampoco se ocupó de la manera como ese discurso era llevado a la práctica, y del problema de si se trataba de protagonismo de un pueblo guiado por su líder o de un clientelismo como el que se propusieron desenmascarar Franco de Peña y Francisco Arteaga Páez en Hugo rey y su doncella (2009). Pero FANtasmo sobresale como intento exitoso de hacer un documental sobre una cuestión tan abstracta como es una forma de la comunicación política. También por haber encontrado en la técnica del mockumentary un filón que no es el del humor ni del tipo de cuestionamiento de los mensajes de filmes como Llaguno: claves de una masacre.
En 2011 Romero García ganó el principal premio del concurso Caracas Filminuto de la Universidad Central de Venezuela con un corto de 120 segundos titulado Crónica, sobre la exhumación de los restos de Simón Bolívar depositados en el Panteón Nacional para comprobar su autenticidad e investigar si había sido asesinado, como había manifestado públicamente Chávez. Fue un acto registrado para ser transmitido en cadena nacional de radio y televisión, con una solemne coreografía pseudomilitar de personajes en trajes protectores, como de astronautas, que ponía al desnudo un intento de puesta al día de la religión bolivariana fundada en el siglo XIX, con ropaje de ciencia y adaptada a la TV.
“Al parecer no hallaban… ¿cómo decirlo? Las cosas se hicieron espesas, pues, y bueno, desenterraron a un hombre para ver si encontraban la clave de todas las cosas”, se lee en los subtítulos del filme. A través de ellos la “voice over” del corto termina siendo la de la mente del espectador que lee. Es una invitación a confrontarse íntimamente con el recuerdo de imágenes que difícilmente los venezolanos pueden olvidar, por tratarse de los huesos de Bolívar, similar a la pregunta de si se había tocado alguna vez a Chávez en FANtasmo. En el cortometraje, además, la exhumación es la culminación de una indagación personal en el pasado, representada como una visita a la Biblioteca Nacional y una rápida sucesión de fotos, dibujos e imágenes documentales, de filmes como Araya (1959), de Margot Benacerraf, y Basta (1968), de Ugo Ulive, entre otros, reencuadradas con iris para remarcar la impresión de que es un ojo el que las ve, e incluso los dos ojos, cada uno de los cuales percibe algo diferente, además. Están en primera persona, como los textos de los subtítulos.
Es en Crónica donde Jonás Romero se manifiesta más profundamente iconoclasta y establece el puente que faltaba en FANtasmo entre el fenómeno comunicacional que fue Chávez y el culto patriótico oficial venezolano. Su crítica también puede tener por eso la apariencia de una herejía en el contexto nacional del siglo XXI, tal como las prácticas de los iconoclastas fueron consideradas de ese modo en el siglo VIII. En la citada entrevista de Vértigo el cineasta se lamentaba de que la Cinemateca Nacional se hubiera negado a exhibir el filme cuando les propuso programarlo. “No voy a decir que hubo censura, que me persiguen, pero la llevaron a un comité de selección, se la llevaron al director de la Cinemateca, y él dijo que era muy ambigua y que había personas en la película que llamaban loco al presidente, o algo así, y que por eso no era posible. Entonces dijimos: ‘No importa, vamos a seguir el juego y vamos a llevarla al Centro Cultural Chacao, a ver qué sucede’. La llevé y me dijeron que no podían, porque la película era muy ambigua”, contó acerca de la recepción de FANtasmo entre los funcionarios del gobierno y los de una alcaldía en la que gobierna un partido de oposición. Pero quizás se trate del malestar que causa el que no respeta los símbolos del poder ultraterreno, bien sea Dios o el diablo, ni los rituales establecidos para lidiar con él.
Filmografía citada:
Llaguno: claves de una masacre
Una respuesta a «Un iconoclasta en la Venezuela de Chávez»