Guiones
Indiana Jones and the City of the Gods
Pieza inolvidable del cine de aventura, el profesor Jones (o, algunas veces, el doctor Jones) forma parte del imaginario colectivo de las décadas de los años ochenta y noventa. Su trilogía original se sitúa, además, en las estructuras del juego temporal, ya que la segunda se desarrolla algunos años antes de la primera, mientras que la tercera concluye el terceto con la vuelta de los nazis y las primeras sombras de una guerra a punto de estallar. Efectivamente, la visión canónica del arca, del templo y de la cruzada es una anomalía cronológica, y mejor (¿más justo?) sería empezar con la segunda para proseguir con la primera y la tercera. Sin embargo, hablar de trilogías hoy no sería correcto, ya que el cuento prosigue con un cuarta entrega (y, dentro de poco, con una quinta de la que casi nada sabemos).
Cuatro llega a ser entonces un número raro, una ocasión de poder decir más sobre un personaje pero que, por unas cuestiones de producción, nos habría resultado un poco anómala. De hecho, lo que podemos ver en la pantalla nos sitúa mucho después del tercer episodio, en unos años cincuenta que nos dejan con la sensación de haber perdido las aventuras del conflicto bélico (y, también, las del final de la década de los cuarenta). Una sensación, esta, que de todas formas puede perderse en el olvido si lo que nos proponen (el plural se usa aquí para referirse al director, al guionista y al productor) va a ser no solo una gran aventura, sino el (re)descubrimiento de una serie de emociones que habíamos aprendido a conectar con las tres primeras películas.
Esta cuarta parte hubiera tenido que ser escrita por Frank Darabont, el director de una de las películas más apreciadas y amadas en la historia del cine (The Shawshank Redemption, con sus muchos títulos en el reino de las naciones hispanohablantes), y efectivamente un guion completo fue escrito por él. Por lo que se sabe, a Spielberg le había gustado, mientras que Lucas tuvo una reacción más bien negativa (o, simplemente, fría). Resulta bastante interesante notar cómo las ideas de Darabont (quizás en parte inspiradas por unas notas de Lucas) se habían colado en el guion final del cuarto episodio, el de las calaveras de cristal: además de la presencia de los apenas nombrados objetos cristalinos, encontramos a Marion, al mundo de las espías, el continente de Sudamérica, a los alienígenas (o seres extradimensionales) y el choque cultural entre el mundo soviético y el mundo democrático (el americano, en este caso). Falta, esto sí, la presencia de un hijo o de una hija (inicialmente se había discutido sobre la posibilidad de una joven heredera biológica), pero el final con la boda entre nuestro profesor y Marion se parece a lo que tenemos hoy en día (sin la presencia de Jones senior, desafortunadamente).
La obra de Darabont pone de relieve el factor aventura y, cosa interesante, juega no solo con las expectativas típicas de los filmes de Indiana Jones, sino que logra unir con inteligencia todo lo que había pasado antes. El guion de Darabont, dicho con otras palabras, sirve como aventura en sí, una manera más que apreciable de subrayar el ritmo casi incesante de las peripecias a las que tiene que someterse nuestro héroe, y también como punto de cierre de todas sus hazañas, un momento para rememorar lo que ya conocemos (y que amamos) para que así estalle una apreciación emocional e intelectual de esta cuarta parte. Vuelven los largos viajes, pero en forma reducida, más similar al mundo del segundo capítulo de esta franquicia, en el cual solo encontramos el mundo asiático (sobre todo, en su casi totalidad, el de India).
Es lamentable, entonces, darse cuenta de lo que hemos perdido, si bien la cuarta entrega que está a nuestra disposición no es un producto insuficiente. El de Darabont es un guion escrito con mucha atención, en el cual se nota no solo una esmerada capacidad estructural y rítmica, sino el amor por el detalle inteligente, la voluntad de jugar con nuestros recuerdos y ayudarnos a tener una última pero increíble (¿inolvidable?) aventura. A lo mejor esto es lo que hubiera sido, un capítulo final que más que transformar la trilogía en una tetralogía, hubiera funcionado en tanto coda, un apéndice capaz de abrirnos otra vez los ojos ante el concepto mismo de aventura.