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Infancia maldita: cuando los niños son los malvados
En múltiples películas de terror –pero también de otros géneros–, los niños suelen ser las víctimas propiciatorias de una recua infame de villanos, asesinos y pervertidos, pero hay un pequeño grupo de títulos en los que los niños se revuelven contra esa situación y son ellos mismos los que producen terror y asombro por su comportamiento y por sus actos. Hablamos de esa infancia maldita que ha conseguido films tan imprescindibles como M, el vampiro de Düsseldorf (M, Fritz Lang, 1931), La noche del cazador (The Night of the Hunter, Charles Laughton, 1955) o El cebo (Es geschah am hellichten Tag, Ladislao Vajda, 1958), todas ellas obras maestras en la que un adulto (Peter Lorre, Robert Mitchum y Gert Fröbe, respectivamente) acecha a los niños con intenciones aviesas e infanticidas.
Los niños, que tradicionalmente habían sido las víctimas, se convirtieron, en un determinado momento, por arte del cine, en verdugos. Quizás la primera referencia destacable en este sentido sea El pueblo de los malditos (Village of the Damned, Wolf Rilla, 1960), una película británica protagonizada por George Sanders que planteaba una situación espeluznante: todas las mujeres de un pequeño pueblo habían quedado embarazadas al mismo tiempo y sus hijos, en realidad, eran extraterrestres que habían llegado con la intención de apoderarse del mundo. Ahora bien, no me resisto a mencionar en este recorrido, aunque sea de pasada, a Edmund, el protagonista de Alemania, año cero (Germania anno zero, Roberto Rossellini, 1948), donde vemos hasta qué límites puede llegar el comportamiento de un niño que deambula por un Berlín absolutamente devastado a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial.
Pero regresemos a nuevamente a Midwich, El pueblo de los malditos, donde viven esos niños de pelo rubio –casi blanco– y ojos brillantes, ya que la película del alemán Rilla marca, en cierto modo, una línea que se cruzará en muy pocas ocasiones. Desde Rilla, toda vez que aparece un niño o una niña que ejercen el mal es porque existe una causa externa para ello: posesión diabólica, locura, venganza… Rara vez se produce una maldad inmotivada. En el caso de El pueblo de los malditos, se trata de una invasión extraterrestre en forma de niños y niñas clónicos. Por cierto, El pueblo de los malditos tuvo un interesante remake a cargo de John Carpenter en 1995, protagonizado por Christopher Reeve, Mark Hamill y Michael Paré.
Apenas un año después de la película de Rilla, Jack Clayton estrenó Suspense (The Innocents, 1961), una trasposición de Otra vuelta de tuerca con guion de Truman Capote y William Archibald. Muchos han querido leer la célebre novela de Henry James como una historia de fantasmas, pero no es, desde luego, la única interpretación que admite. Una puritana institutriz, Miss Giddens (Deborah Kerr), es contratada por el propietario de una mansión victoriana (Michael Redgrave) para cuidar de sus sobrinos huérfanos, Flora y Miles, que parecen haber creado un vínculo enfermizo y enigmático con la anterior institutriz y su amante, Miss Jessel y Peter Quint, ya muertos. No es, desde luego, la única vez que esta novela se ha llevado al cine, y podríamos citar títulos como Otra vuelta de tuerca (Eloy de la Iglesia, 1985) y El celo (Presence of Mind, Antoni Aloy, 1999), pero también Los otros (The Others, Alejandro Amenábar, 2001), que no es una adaptación de Otra vuelta de tuerca, pero crea una atmósfera muy parecida a la lograda por Clayton en Suspense.
Una película que debemos citar, aunque, en realidad, resulta tangencial con respecto al tema que tratamos, es ¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?, Robert Aldrich, 1962), en la que Joan Crawford y Bette Davis escenifican en la pantalla el odio que se profesaban en la vida real. En la película, Bette Davis interpreta a una envejecida estrella infantil que todavía añora sus años de fama y se viste como si fuera una muñeca. Algo parecido ocurre con La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, 1968). Basada en la novela de Ira Levin, es la primera película que Roman Polanski rodó en Estados Unidos y plantea una premisa espeluznante: Rosemary se queda embarazada, pero parece que el niño que espera es hijo del Anticristo. No olvidemos que la película fue rodada en el edificio neoyorquino Dakota, junto a Central Park.
Entre el estreno de ¿Qué fue de Baby Jane? y el de La semilla del diablo debemos recordar El señor de las moscas (Lord of the Flies, Peter Brook, 1963), primera trasposición cinematográfica, rodada casi en clave documental, de la novela de William Golding en la que se relata el comportamiento de unos niños que deben aprender a sobrevivir en una isla desierta. Al final, es una metáfora sobre la eterna lucha que se da en el ser humano entre la civilización y la barbarie, entre la tendencia al bien y a la violencia y a la satisfacción más inmediata de las necesidades. La novela de Golding, autor que obtuvo el Premio Nobel en 1983, fue llevada nuevamente al cine en 1990 bajo la dirección de Harry Hook.
Otro hito en este recorrido, pero ya de la década de los años setenta, es El otro (The Other, Robert Mulligan, 1972), una película sobre dos gemelos, uno de los cuales es bueno y el otro malo. Mulligan ya había demostrado su capacidad para la dirección de actores infantiles en su película más famosa, Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962), pero ahora vuelve a dirigirlos en una película inquietante, ambientada en una granja de Connecticut en el año 1935, donde viven los gemelos de doce años Niles y Holland Perry, interpretados por los gemelos Chris y Martin Udvarnoky. Miguel Ángel Palomo afirmó de esta película que era “la aproximación más perversa de la historia del cine al universo de la infancia (…) adapta una magnífica novela del actor y escritor Tom Tryon y logra uno de los filmes más alucinados que se hayan rodado jamás. (…) La cámara de Mulligan exprime los rostros de ambos pequeños para adentrarse en un mundo escalofriante, en el que lo fantástico tiene tanta vida como lo real, y donde la infancia no es más que otra pesadilla”. En cierto modo, la película El buen hijo (The Good Son, Joseph Ruben, 1993), interpretada por Macaulay Culkin y Elijah Wood, partía de un argumento similar, pero los protagonistas no eran hermanos, sino primos; Culkin era el malvado.
Ahora bien, si hay una película que redefine los límites del género del terror es El exorcista (The Exorcist, William Friedkin, 1973), en la que una niña de doce años, Regan (Linda Blair), es víctima de una posesión diabólica, lo que altera su comportamiento. La película es una trasposición de la novela de William Peter Blatty, que se basó en un exorcismo real que ocurrió en Washington en 1949. En realidad, es en El exorcista donde tiene su origen la moderna concepción del niño con poderes malévolos.
En 1976 hay varias películas que vuelven sobre este motivo. Carrie (Brian De Palma, 1976) adapta una novela de Stephen King cuya protagonista es una adolescente (Sissy Spacek) con poderes telequinésicos que siembra el terror en el baile de graduación del instituto como venganza por las continuas burlas que ha padecido por parte de sus compañeros. Pero ningún niño ha sido tan diabólico como el célebre Damien (Harvey Stephens), encarnación misma del diablo y protagonista de La profecía (The Omen, Richard Donner, 1976). Damien ha sido adoptado en secreto por Robert Thorn (Gregory Peck) para ocultar la muerte de su verdadero hijo a su esposa Katherine (Lee Remick). Cuando el niño cumple cinco años, su niñera se suicida y parece que en torno al niño se van orquestando diferentes muertes y desapariciones. Damien ha sido, con diferencia, el niño más inquietante del cine.
De todas maneras, el director que más lejos lleva la propuesta de una infancia homicida es Narciso Ibáñez Serrador en la magnífica ¿Quién puede matar a un niño? (1976), que se estrenó en algunos países con el título de Island of the Damned. El guion, firmado con el seudónimo de Luis Peñafiel, lo elaboró el propio director a partir de una novela de Juan José Plans titulada El juego de los niños, pero, en realidad, tiene muy poco que ver con ella. El metraje comienza con un fundido en negro y una canción infantil en off, y deja paso inmediatamente a material de archivo en el que podemos ver imágenes de crímenes que se han cometido contra la humanidad, especialmente contra niños. La acción se traslada a la playa de Benavís, una ciudad ficticia de la costa catalana a la que llegan dos turistas británicos, Tom (Lewis Fiander) y Evelyn (Prunella Ransome), que van a pasar unos días en la pequeña isla de Almanzora. ¿Quién puede matar a un niño? crea un universo cerrado de ambiente tenso y claustrofóbico. Parece que todos los adultos han desaparecido de Almanzora, pero lo que ha ocurrido en realidad es que los niños han comenzado a practicar un juego macabro y letal: “Parecía como si jugasen, pero llevaban cuchillos y palos”, afirma el superviviente con el que se encuentran Tom y Evelyn.
La noche de Halloween (Halloween, John Carpenter, 1978) era una pequeña producción de 320.000 dólares que se ha convertido en el título más rentable de la historia del cine. No solo ha generado una extensa franquicia, sino que puso definitivamente de moda el género del slasher (asesino con cuchillo carnicero). En realidad, La noche de Halloween se encuentra repleta de homenajes más o menos explícitos al giallo y al Hitchcock de Psicosis (Psycho, 1960) y presenta uno de los asesinos en serie más incombustibles, el enmascarado Michael Myers, que, en palabras del Doctor Loomis (Donald Pleasence), encarna al mal absoluto y se dedica a apuñalar a todas aquellas niñeras adolescentes de Haddonfield que se dedican a retozar con sus novios, lo que, en su momento, motivó una lectura moral, ya que la única que se salvaba era Laurie Strode (Jamie Lee Curtis), que había decidido salvaguardar su virginidad. Pues bien, el origen de Myers lo encontramos en su más tierna infancia, cuando asesinó a su hermana a la temprana edad de seis años, algo que los espectadores pudieron ver con un uso inquietante de la cámara subjetiva, motivo más que de sobra para traer la película a colación. Algo parecido a La noche de Halloween ocurría en Viernes 13 (Friday the 13th, Sean S. Cunningham, 1980), pero, en ese caso, Jason no era el asesino, sino la víctima que luego se convertía en verdugo.
En 1980 se estrenó una de las grandes películas de terror de todos los tiempos, El resplandor (The Shining, Stanley Kubrick, 1980), basada en otra novela de Stephen King. En ella, aunque había niño, Danny, este no era verdugo, si bien podía comunicarse con los fantasmas que poblaban el hotel Overlook y estaban enloqueciendo a su padre, Jack Torrance (Jack Nicholson). También de fantasmas es otra película del mismo año, Al final de la escalera (The Changeling, Peter Medak, 1980), una película de culto en la que un niño fantasma pretendía vengarse del niño que había ocupado su lugar, y para ello utiliza al nuevo inquilino de la casa, protagonizado por un soberbio George C. Scott.
Pero todavía nos quedan algunos niños temibles para el final de este recorrido, como la protagonista de Ojos de fuego (Firestarter, Mark L. Lester, 1984) o la secta de niños de Los chicos del maíz (Children of the Corn, Fritz Kiersch, 1984), que matan a todo aquel que tenga más de dieciocho años. Curiosamente, las dos cintas se basan en un texto previo de Stephen King, una novela y un relato, respectivamente. Y es que, no en vano, Stephen King es uno de los autores que más ha explorado el comportamiento de los niños desde la perspectiva del terror.
No siempre los niños malos han protagonizado películas de terror. Un buen ejemplo de comedia en este sentido sería Este chico es un demonio (Problem Child, Dennis Dugan, 1990), que inauguró una exitosa franquicia, pero es en el cine de terror donde podemos encontrar más ejemplos. Así, en los últimos años, nos han inquietado las protagonistas de Hard Candy (David Slade, 2005), Déjame entrar (Låt den rätte komma in, Tomas Alfredson, 2008) y La huérfana (Orphan, Jaume Collet‑Serra, 2009), Ellen Page, Lina Leandersson e Isabelle Fuhrman, respectivamente, pero también los niños fantasmas de El orfanato (J. A. Bayona, 2007), reescritura en clave de terror de la historia de Peter Pan.
La existencia de niños asesinos es un auténtico tabú en nuestra sociedad, pero, como hemos visto, el cine se ha encargado de mostrárnoslos en algunas ocasiones. La infancia se nos ha presentado tradicionalmente como débil y desvalida, pero a veces se rebela contra esa situación y se convierte en una infancia maldita y homicida; ahora bien, como diría Narciso Ibáñez Serrador, ¿quién puede matar a un niño?
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