Críticas

Sacar provecho del molde

Intocable

Intouchables. Olivier Nakache y Eric Toledano. Francia, 2011.

Fiel a su proceder, todos los años la industria cinematográfica se encarga de estrenar una película preciosista y no siempre digna que aúne la capacidad de hacer las delicias de sus espectadores con la autocomplacencia. El mainstream (o «lo que gusta en Hollywood») es el único patrón a tener en cuenta, pero, aún así, no es fácil contentar a todo el mundo. Rompiendo una lanza a su favor, cabe decir que la unanimidad crítica que ha conseguido Intocable, junto a su éxito en la taquilla francesa (la primera de 2011 y la tercera de su historia), superan incluso el nivel de éxito/rentabilidad que cosecharon, por ejemplo, las mejores películas de, como mínimo, el último lustro de los premios Oscar.

Una gran parte de esta bienvenida culpa la tiene el auge, cada vez más pródigo, del dramedia, que suele aumentar la pegada cuanto más pondera cada factor de su binomio. Aunque la película se entrega con ahínco y sencillez al disimulo de la gratuidad, en lo que concierne a su espíritu conmovedor: su configuración protagónica eleva a la categoría de estrella al hasta entonces secundario Omar Sy; de esta manera la psicología y las circunstancias de Philippe reciben un matiz subliminal que le alejan de lo que hubiera sido una lamentable misericordia automática por parte del respetable.

Intocable es un número más en un cine actual (de comedia, en su mayor parte) que ha hallado en la amistad masculina uno de sus «grandes» (recurrentes) temas (filones). En el corazón de la relación entre Philippe y Driss se encuentra el inocente truco de una película que nos hace creer, como si de un cuento de hadas se tratara, en la consecución de un ideal, potenciando, si cabe, la reacción emocional. A simple vista, Philippe y Driss tienen una personalidad diametralmente opuesta, como si de la típica pareja de policías norteamericanos se tratara: el inválido es un hombre aburrido y sin ganas de vivir, mientras que el cuidador es la cara B, más marchosa pero sensata, del Will Smith de El príncipe de Bel-Air (The Fresh Prince of Bel-Air, 1990-1996) con quien guarda en común la llegada a un lugar dominado por el lujo, donde termina encontrando su verdadera familia.

IntocableY es que la cinta de Nakache y Toledano puede adolecer de cierta falta de verosimilitud, por la súbita y casi elíptica conexión ente los dos personajes. Mas, es evidente que el acople se produce tan rápido porque, en realidad, no son tan diferentes. Philippe ya tiene asimilada su nefasta condición, pero tiene miedo de soñar. En Driss encuentra el impulso y la desinhibición que le falta a su inmóvil existencia y el cuidador halla su contrapartida en un trabajo gratificante que le desconecta de sus problemas familiares. De este modo, se explica que la terapia recíproca quede activada en los primeros minutos, puesto que luego, el tempo habrá de acelerarse para dar cuenta de los episodios que construyen el cariño, sin olvidar la oposición de la desazón en que anda sumido cada uno por separado. Crédito de un excelente guión que derrama un humor indiscriminado, que tan pronto cristianiza como envilece después toda acción humana.  Un hermoso estilo de justificar los medios por el fin.

En Intocable, la unión no hace la fuerza en la misma medida en que genera felicidad. La complicidad ha quedado patente, a través de la aceptación de los interlocutores de diálogos, cada vez más crudos y políticamente incorrectos (que, por otro lado, combaten la presumible etiqueta de cine social), y alcanza un estado de plenitud en la secuencia más ocurrente del filme. Tras la marcha de Driss, Philippe cae en la depresión. Ni el retorno de su amigo, que viene de lidiar con la insostenible situación en casa, parece sacarle de un autismo provocado por la brutal desaparición del narcótico que le alejaba de su acomplejada realidad. Ha decidido tirar la toalla y se ha dejado una barba descuidada. Pero un estúpido juego, en el momento de su afeitado, devuelve las carcajadas (gesto perenne de su amistad) y el optimismo a ambos.

Estas cintas «a gusto del consumidor» comprenden una ingeniería orgánica mucho más intrincada de lo que parece. Prueba irrefutable de ello es que suelen tornar a su favor sus peores debilidades. Como réplica natural a su vocación comercial, incluye una amplia gama de tópicos, que parten del choque clase alta-clase baja y continúan con la segregación racial que los franceses tienden a aplicar a su juventud (en el cine). Son trivialidades gastadas, pero necesarias. Quizá un asistente más recatado y pulcro hubiera promovido un discurso mucho más filosófico, pero nunca tan concreto e ingenioso. Y, ¿cuál es la función esencial del cine, sino la de instituirse como medio de entretenimiento? La historia de Philippe y Driss es tierna, interesante y, sobre todo, real (extraída de un documental que enamoró a los directores), siendo otra de las funciones del cine la de ser testimonio o, en el peor de los casos, reconstructor de la realidad. Dos por el precio de una. Tal y como están las cosas, sería de desagradecidos quejarse.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Intocable (Intouchables),  Francia, 2011.

Dirección: Olivier Nakache y Eric Toledano
Guion: Olivier Nakache y Eric Toledano
Producción: Nicolas Duvai-Adassovsky, Laurent Zeitoun y Yann Zenou
Fotografía: Mathieu Vadepied
Música: Ludovico Einaudi
Reparto: François Cluzet, Omar Sy, Audrey Fleurot, Anne Le Ny, Clotilde Mollet, Cyril Mendy, Alba Gaïa Bellugi, Christian Ameri, Grégoire Oestermann, Thomas Solivéres, Dorothée Briére

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