Reseñas de festivales
It Follows
It Follows se presentaba en el festival pasado en el Ecuador, justo cuando las pocas películas de terror que habían podido verse hasta entonces no habían conseguido agitar ni un ápice al respetable. Seleccionada en la Semana de la Crítica del pasado Festival de Cannes, ha sido una de las grandes ausentes del palmarés de este Sitges 2014, a pesar de ser la película más terrorífica de esta edición, de cuantas ha podido ver la que aquí escribe.
La segunda película de David Robert Mitchell vuelve a estar protagonizada por un grupo de jóvenes que se mueven en el terreno fronterizo entre la adolescencia y la edad adulta, y al igual que en The Myth of the American Sleepover (2010), los adolescentes viven sus experiencias ante la ausencia de adultos. El paso a la etapa adulta con el descubrimiento de la sexualidad como una experiencia que se presenta llena de dudas y peligros, donde la promiscuidad tendrá su representación e importancia dentro de esta historia de perfil paranormal.
Desde la primera secuencia, con la que abre el film, Mitchell pone sobre la mesa las cartas con las que va a jugar. Su protagonista es la víctima. La maldición, ese «It» del título, es algo que muta de apariencia, la acecha y es invisible para los demás. Va tras ella, lentamente, paso a paso, de forma inevitable.
Mitchell maneja a la perfección la atmósfera y ritmo para no dejar que el interés del espectador decaiga, en esa tensa espera ante la incertidumbre por saber cuándo será la próxima vez en que el mal vuelva a aparecer. El sueño puede ser una trampa, casi como lo era en Pesadilla en Elm Street (Wes Craven, 1984). La persecución por parte del asesino en serie, que ocasiona muertes con un rumbo fijo, nos remite a los slasher más clásicos, como la noche de Halloween (John Carpenter, 1984) o La matanza de Texas (Tobe Hopee, 1974). En It Follows, el miedo viene de la mano de esa combinación entre el serial killer y la naturaleza paranormal de ese «algo».
Mitchell consigue una cinta muy fresca de terror estilizado, no exento de una buena carga de violencia, que maneja los códigos convencionales del género en una combinación que nos lleva directo a los ochenta, guiados por la música electrónica de aquellos años, creada por el compositor de música para videojuegos Rich Vreeland (Disasterpeace).
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