Críticas
Bond con licencia para perpetuarse
James Bond contra Goldfinger
Goldfinger. Guy Hamilton. Reino Unido, 1964.
A estas alturas, es posible que tanto Casino Royale (Martin Campbell, 2006) o Skyfall (Sam Mendes, 2012) ya dispongan de un bagaje cualitativo que pueda contestar a James Bond contra Goldfinger su vitola de mejor película de Bond. Pero lo que nadie le podrá quitar es su posición precursora del esquema arquetípico de toda la saga. La película, basada en la séptima novela de Ian Fleming sobre su personaje más conocido, es el espejo en el que se mirará el agente 007 con más asiduidad. A partir de ésta las siguientes entregas parecerán reboots que la gente irá a ver, con la expectativa ya programada y con mínimas sorpresas.
En la película de Guy Hamillton, por primera vez el metraje se inicia con una mini misión desvinculada de la trama principal. Recurso que funciona, acumulativamente, como una especie de pila perfiladora de destrezas del agente. Se trata de construir el superhéroe en sus características arquetípicas: Clase, ingenio, determinación y galantería conquistadora. Es una fórmula que se repite, años más tarde, con Indiana Jones en En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, Steven Spielberg, 1981), personaje que, por cierto, se construyó en base al agente de Ian Fleming, si recordamos la famosísima anécdota entre George Lucas y Steve Spielberg en una playa hawaiana, cuando, en pleno brainstorming, trataban de idear un nuevo héroe a la altura de Bond.
Una virtuosa secuencia de créditos “entre actos”, con temas de estrellas de la canción (antes se limitaba al tema principal de John Barry), separa en James Bond contra Goldfinger, y en adelante, el prólogo de la trama principal. El tema y el diseño conceptual del video musical cobra un valor per se, también como elemento propagandístico.
Aunque no es su primera aparición, los gadgets de “Q” (Desmond Llewelyn) se potencian con el icónico Aston Martin, homenajeado en las dos últimas cintas dirigidas por Sam Mendes. Todos estos elementos, junto al esquema narrativo, se convierten en parámetros ineludibles en todas sus secuelas. Esto hace de la tercera película de la saga, el producto “Bond” definitivo.
La película de 1964 fue también la primera en contar con un gran presupuesto, de proporcional reflejo en taquilla. Pero más allá de su indudable impacto comercial, uno de los valores más memorables de James Bond contra Goldfinger, respecto al resto de entregas, es la huella icónica de sus escenas. En lugar privilegiado se encuentra la irrepetible imagen de la muerte de Jill Masterson (Shirley Eaton), la chica asfixiada cutáneamente por un baño de oro puro. Una instantánea que no solo se instala como signo distintivo de la cinta de Hamilton, sino como efigie de toda la saga, y que ya tiene su lugar en la historia del cine. Es, probablemente, la escena más importante de los 50 años de Bond, aunque no la única que merece la pena subrayar.
En un segundo escalafón podemos recuperar la simbólica escena del láser entre las piernas de 007, juguetón intento por castrar la masculinidad del agente misógino por excelencia (no será el único que veamos, recordemos el doloroso interrogatorio de Casino Royale). Las persecuciones con el Aston Martin y cualquier toma en la que aparezca el maquiavélico Goldfinger (Gert Fröbe), el sibilino magnate obsesionado con el oro, merecen toda la atención.
El magnate proyecta la tipología de villano “quirúrgico”, que parece tener todo bajo control e ir muy por delante de todo el mundo. Es, a su vez, parte esencial del elenco de personajes y artilugio como deus ex machina utilizado por los guionistas para informar al público (y a Bond) de sus verdaderas intenciones. Resulta paradójico ver cómo Aric Goldfinger supera a la mismísima organización SPECTRA en carisma. La inquietante tranquilidad con la que lleva a cabo sus planes, contrasta con la extrema competitividad que atesora, su auténtico talón de Aquiles. Todo un personaje, loco y visionario a partes iguales, con el que no será difícil empatizar, de alguna forma, también loca.
Enfrente, uno de los mejores acabados de Bond le espera. Sean Connery luce como nunca ese traje socarrón que prefigurará el método Roger Moore. Sin llegar a su vis cómica, pero con la mejor mezcla de todo: percha, fisicidad, ironía, frialdad… Connery es el perfecto jugador de póker: siempre ocultando sus debilidades, mientras distrae la atención con la clase y la educación del gentleman que retrata. Hamilton presenta a un Bond, cuya irresistible presencia es capaz de virar la fiel motivación (orientación) que Pussy Galore (Honor Blackman) mantiene de inicio a su favor. De nuevo otra alusión simbólica, aunque más subliminal, si cabe, que la ya citada del láser.
No es cuestión de señalar a James Bond contra Goldfinger como una película perfecta, no lo es. Tampoco es incontestable su ya tradicional posición, casi unánime por parte de la crítica, del mejor Bond de todos los tiempos, como ya hemos indicado. Pero no se trata de eso. Más bien consiste en recordar su valor como referencia, por ser aquella a la que se ha vuelto una y otra vez cuando la saga se ha perdido.
Conviene, pues, recordar la película de Hamilton como el eje desde el que pivota una saga que ha sido copiada, reverenciada y parodiada hasta la saciedad. Una colección de películas, cuya longevidad hace que midan, por sí solas, la temperatura de la Guerra Fría (amplificada en las entregas de Roger Moore), que enmarque el paranoico juego del espionaje entre naciones, que alimente las fantasías tecnológicas más increíbles o que gradúe el nivel de machismo en el celuloide (tan arraigado al personaje, sobre todo en los primeros títulos) de los últimos 50 años. James Bond es un superviviente nato. Camaleónico según el modelo de su tiempo, pero siempre fiel al molde original. El héroe acicalado y «rasurado a conciencia”, rediseñado secuela a secuela, pero que nunca volverá a parecerse, mucho me temo, al mejor: Connery, Sean Connery.
Trailer:
Ficha técnica:
James Bond contra Goldfinger (Goldfinger), Reino Unido, 1964.Dirección: Guy Hamilton
Guion: Richard Maibaum & Paul Dehn (Basada en la novela de Ian Fleming)
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer / Eon Productions
Fotografía: Ted Moore
Música: John Barry, Leslie Bricusse, Anthony Newley
Reparto: Sean Connery, Honor Blackman, Gert Fröbe, Shirley Eaton, Tania Mallet, Harold Sakata, Bernard Lee, Cec Linder, Lois Maxwell, Martin Benson, Desmond Llewelyn