Críticas
A mitad de camino
Kauwboy
Otros títulos: Aprendiendo a volar.
Boudewijn Koole. Holanda, 2012.
“Primero no hay nada. Nada en absoluto. Todo es negro; y después se enciende un fósforo: La vida”, le explica Ronald a su hijo Jojo, en voz en off. ¿En qué consiste ese estado previo a la existencia? ¿Cómo se aprende a ser? Interrogantes que atravesarán todo el relato e irán cobrando sentido a lo largo del film. Será el punto de partida de una historia pequeña, sensible e intimista sobre la ausencia y los conflictos familiares desde la vivencia de un niño.
Jojo (Rick Lens en una destacada interpretación) tiene diez años, es desenvuelto y sobrelleva, como puede, la angustia de un hogar escindido a causa de la falta de su madre, una cantante country de gira con su banda por Estados Unidos. El pequeño vive con su padre, Ronald (Loek Peters), un hombre irascible, poco comunicativo y mayormente ausente por motivos laborales. Jojo pasa la mayor parte de su día solo, lo que alterna con su entrenamiento en el equipo de waterpolo junto con su amiga y vecina Yenthe (Susan Rader), con quien también disfruta de su tiempo libre. Una tarde, cerca de su hogar, encuentra una cría de cuervo o granilla a la que cuidará con gran dedicación y cariño. El pájaro ocupará un lugar importante en su vida, a pesar de la oposición de su padre. Para el niño y su papá son tiempos de encuentros y desencuentros. Ambos deberán asumir el destino que les toca.
Aprendiendo a volar (una inapropiada denominación impuesta por el mercado local) –Kauwboy, su título original, proviene de la palabra kauw=granilla en holandés. El film es la ópera prima del cortometrajista y documentalista holandés Boudewijn Koole. Desde sus primeros trabajos, Koole se interesó en abordar dramas familiares como en Trage liefde (2007), donde narra la historia de un niño que nunca ha conocido a su padre. En su nueva película, registra minuciosamente el proceso de adaptación de un niño en relación a la ausencia.
La puesta en escena crea un clima intimista y cercano al personaje principal, a través del uso de los primeros planos y de la cámara en mano, escabulléndose en el interior de su hogar. Los espacios vacíos se resignifican a partir de los objetos que registra. Objetos que describen y narran por sí solos su micromundo: fotos familiares sobre las paredes; un poster de la madre con su guitarra; las botas que usaba, el equipo de música donde Jojo escucha sus canciones antes de dormir. La composición de los planos es esteticista y equilibrada. Las imágenes son bellas y sensitivas: el agua burbujeante de la pileta, el pelaje negro del pájaro sobre las manos, los largos y despeinados cabellos del niño.
Los interiores de la casa traducen el padecimiento de los personajes. Los espacios son caóticos y los planos cerrados enfatizan el encierro. Jojo se ocupa de la limpieza y del orden. Le sirve a su padre una cerveza cuando llega y juntos miran televisión. Entre ellos hay un clima de tensión manifiesto a través de sus conflictos pero, sobre todo, por lo no dicho, por lo que callan. Un silencio perturbador que intenta responder las preguntas del inicio. Cada uno lucha contra algo que comparten y que aún no es develado al espectador, por lo menos hasta superar la mitad del film. Hay un claro vacío informativo que se dosifica y una dualidad compositiva de los personajes propia del cine indie. Kooler introduce en varias secuencias conflictivas el uso del ralentí generando fisuras temporales dentro del relato.
La mayor parte de las escenas transcurren en exteriores, allí Jojo se siente libre y encuentra afectos: el pájaro, el equipo de waterpolo y su amiga Yenthe. A su cuervo, Jack, le enseña a volar y ese logro lo enorgullece, lo colma de felicidad. Una alegría compartida junto a su amiga con quien juega y conversa largas horas (una buena y equilibrada decisión del guion para no centrarse tanto sobre el niño y el pájaro).
Hay dos escenas que quisiera destacar: el enojo del niño golpeando los armarios del vestuario, una y otra vez; y la verborragia desencadenada frente a su padre cuando le impide festejar el cumpleaños de su madre. En ambas situaciones, la tensión colapsa, se expresa, sale como puede. Lo interesante es la decisión del autor, al intercalar tiempos muertos y espacios vacíos durante los cuales la inacción y la abulia del niño no hacen más que estimular y justificar la violencia contenida en las escenas mencionadas.
Presentada en numerosos festivales y muestras internacionales, Aprendiendo a volar/Kauwboy, fue galardonada con el Oso de Oro en Berlín por Mejor Opera Prima, ha recibido el premio Unicef, fue votada por el público en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente –Bafici 2012- y destacada en la Academia de Cine Europeo con el Premio de la Audiencia.
La película no cae en sentimentalismos, a pesar del tema y de tener a un niño como protagonista, más bien se orienta a fortalecer un registro naturalista sobre los comportamientos humanos ante situaciones límite. Sin embargo, y a pesar de una buena solvencia narrativa, la debilidad del film se encuentra hacia el final, en el manejo de la resolución del conflicto. Ahí es donde se aleja de la alegoría inicial, a la cual alude nuevamente en el final, y se desorienta. Si bien en el último cuarto de hora se devela aquello que necesitábamos para hilvanar la historia, la información no debería precipitar el desenlace y, menos, resolverlo de manera simplista y complaciente. El guion utiliza “tips” reparadores, extraídos de un manual de psicología básica. Un vuelco precipitado sobre el cierre que dejará insatisfecho a más de uno.
“Primero no hay nada. Nada en absoluto. Todo es negro; ¿y después?…”.
Trailer:
Ficha técnica:
Kauwboy / Aprendiendo a volar , Holanda, 2012.Dirección: Boudewijn Koole
Guion: Boudewijn Koole y Jolein Laarman
Fotografía: Daniël Bouquet
Reparto: Rick Lens, Loek Peters, Cahit Ölmez, Susan Radder, Ricky Koole