Críticas
Tensiones en la manada
La bella y los perros
Otros títulos: La belle et la meute.
Aala Kaf Ifrit. Kaouther Ben Hania. Túnez, 2017.
Kaouther Ben Hania establece el “foco” que nos libera de sensacionalismos. Una oferta de contenidos impuesta desde una estructura formal que nos “somete” a recorridos bajo acoso permanente. La tensión es protagonista expresiva de lujo, viene mediada en la continuidad de planos secuencia que no permiten descanso. La vivencia está descentrada desde el acto sexual explícito hacia la condición abusiva de un sistema donde lo político, bajo el distintivo de la arbitrariedad, se traslada a todos los ámbitos de la vida. El sexo es solo una mención, lo acaecido no es iluminado en imágenes, porque no es pretendido tema central, sino ejemplo de hasta dónde el autoritarismo es capaz de desbordar sustentado en la impunidad que otorga el poder.
La obra consta de de nueve capítulos, cada uno en plano secuencia. La acción no da respiro, pretende, y lo consigue, generar una atmósfera de constante tensión mediante presión ante el riesgo de denuncia.
Es el relato de un suceso en la vida de Mariam (interpretada por Mariam Al Ferjani), una estudiante universitaria que, tras ir a una fiesta, es violada por la policía. A partir de ese momento, se iniciará una peripecia destinada denunciar el hecho ante la institución responsable del abuso.
La cámara no da respiro, travellings y paneos constantes nos arrastran a través de hospitales y seccionales de policía en busca de una solución entorpecida por los vericuetos del poder. El ejercicio de la legalidad es interceptado en una pretendida claudicación que no ceja en el empeño por prevalecer ante el intento de hacer justicia.
Un filme con características de thriller, nos conecta con la vivencia de la protagonista, nos compenetra, trasmite tensión, presión permanente. Mediante el recurso del plano secuencia participamos en los recorridos de cámara. Son los de la protagonista en su desesperación por encontrar algún posible aliado que la ayude a superar el problema.
El segundo capítulo nos sorprende con Mariam corriendo desesperada luego de haber sido violada por la policía. El suceso no se ve, es relevante solo por su consecuencia e implicancias; Kaouther Ben Hania nos lleva hacia el territorio que le importa; el abuso, sustentado en el poder, será el tema central.
De aquí en más, la tensión no cesará, los mecanismos establecidos para la ayuda son muy tibios, hay un sistema legal que ampara, pero no hay voluntad de ofrecerlo en solución. El abuso se expande más allá de lo sexual, se pretende desenmascarar al sistema en sus excesos frente al ciudadano, en especial, si es del sexo femenino. Es el despliegue de una guerra psicológica que, por momentos, sabe apelar a la violencia física en refuerzo de la eficacia.
Vigorosa exaltación del tesón, una competencia de resistencia que pone a prueba la fortaleza de Mariam. El rol de una mujer en transformación sugiere facetas que se solapan: la importancia de una evolución en el enfrentamiento del poder por parte de la sociedad y, en especial, de la mujer como mayor objeto de sometimiento. La respuesta social es débil o casi nula, por el momento, solo tibias convicciones individuales pretenden hacer respetar las reglas. Mariam está sola, la mujer debe asumirse en el coraje ante la adversidad, no es algo que vaya a darse de la noche a la mañana, por eso, el personaje central va transformándose a medida que se suceden los capítulos. Un proceso de maduración que la sociedad deberá realizar para terminar con los abusos del poder autoritario sostenido desde una cultura machista.
La “burocracia”, montada por fuera de la legalidad, se asocia a un compromiso que opera como salvaguarda ante posibles embates liberadores; las mujeres deberían ampararse en la legislación. Una manipulación sin decoro, rayana en la tontería de la obviedad, es sostenida desde el poder. La versión debe creerse por conveniencia no por convicción, asistimos a un juego disuasivo pasible de ser neutralizado. Sobreviene la persistencia, la no claudicación es mensaje directo para el espectador sensible a la temática de género.
Una carrera de postas donde el hombre debe impulsar a la mujer en la misión, su papel es transitorio, hacerse cargo es consecuencia ineludible. Youssef será la bisagra que anuncia la participación de algunos elegidos, la colaboración del hombre en la promoción, y el aliento a una liberación femenina. Todo es parte del problema político, la solución está en un pueblo que, en general, aparece en algunos casos pasivo, y en otros, con una libertad de acción tan tibia como marginal. Los médicos no pueden imponer el ejercicio de su profesión en base a la ética, son interrumpidos bajo cualquier circunstancia, el poder policial no respeta leyes ni disposiciones. La denuncia va por ese lado. Aunque se abre un halo de esperanza, la resolución se trunca, queda solo en eso, una especie de “persevera, y quizá triunfarás” se planta frente a un horizonte difuso en donde los resultados aun no están maduros. Si bien se los solicita, los apoyos familiares no aparecen, luego de un proceso que lleva a comprender el destierro del prejuicio como base de operaciones hacia la participación de otros actores. Mariam logra avisar a su padre, no sabemos qué ocurrirá cuando escuche el mensaje.
La flexibilidad se ofrece como rasgo de superación, deben ser derrotados los prejuicios que inmovilizan e inferiorizan. La ley circula por todas partes, pero no se ejecuta, no basta lo dispuesto si el poder no ejecuta una voluntad tendiente al respeto por los derechos del otro.
Una maquinaria, que funciona a destiempo, es “compromiso” social que se fractura desde la no aplicación, una apariencia que desnuda la insuficiencia de la asociación entre mujeres. Fachada donde las garantías parecen depender de criterios personales que terminan en un simulacro; la mujer policía atiende reclamos desde el “como sí”, el requisito se esfuma ante la presión masculina. La evasión delata el complot por la vía del no involucrarse, quien puede ayudar simula una empatía que adolece de sustento, es vulgar artificio donde anidan concepciones retrógradas. Mariam es tildada de prostituta en medio de la huida excusada por la limitante de un horario de servicio. El médico no puede sostener su integridad profesional ante embates patoteros. Todo se distorsiona en una pseudoética y una pseudolegalidad.
Somos partícipes de la permanente huida hacia ninguna parte. Casi todo el filme es un escape, solo resta enfrentar, en medio de un aguante que quizá garantice el éxito. La resistencia se presenta como única fórmula ante el abuso de autoridad que intenta manipular una supuesta ignorancia en el ejercicio de los derechos.
Impecable trabajo de cámara para una película que acosa al espectador, no da respiro alguno, nos obliga a empatizar con el personaje, pero no desde lo políticamente correcto, sino desde la vivencia, en tanto necesaria transformación que da pelea frente al sistema más allá del resultado.
Penúltimo trabajo de Kaouther Ben Hania, con participación en el Festival de Cannes 2017. Una realizadora que nos ha cautivado con su último filme nominado al Oscar 2021: El hombre que vendió su piel (2020). Ampliamente recomendable.
Ficha técnica:
La bella y los perros / La belle et la meute (Aala Kaf Ifrit), Túnez, 2017.Dirección: Kaouther Ben Hania
Duración: 100 minutos
Guion: Kaouther Ben Hania
Producción: Cinétéléfilms, Laika Film & Television, Film I Väst
Fotografía: Johan Holmquist
Música: Amin Bouhafa
Reparto: Neder Ghouati, Mariam Al Ferjani, Mourad Gharsalli, Ghanem Zrelli, Chedly Arfaoui, Mohamed Akkari, Anissa Daoud, Noomen Hamda