La gran tormenta

Nos enfrenta esta interesante película a dos grandes tormentas. La protagonista vive en un sanatorio de alto nivel, en el cual recibe tratamiento para sus depresiones y sus impulsos suicidas. Al parecer se han logrado los cambios deseados y ya puede salir a su vida normal. Sin embargo, nada está resuelto. Bulle en su mente una negatividad absorbente para la cual ve como único remedio terminar con su vida. Es una mujer inteligente y hermosa, pero sus demonios internos, bien camuflados en esas apariencias, son muy potentes y originan una tormenta interior que no parece tener calma ni remedio, ante las lógicas de quien está convencido de que nada vale la pena.

Entonces urde un plan, aprovechando el viaje en avión desde las montañas de Oregon hacia su casa. Se surte de un coctel de pastillas para tomarlas durante el vuelo. Un encuentro casual en el aeropuerto, con un hombre amistoso, que apenas si despierta su curiosidad de mujer obsesiva, se va a convertir en elemento detonante de una saga de supervivencia ante las dos muertes seguras que se desatan cuando el avión se estrella en las cumbres nevadas de las Montañas Rocosas y quedan ellos dos como únicos sobrevivientes. Es una situación que no parece tener remedio: un hombre traumatizado en los desiertos helados, acompañado de una mujer que no quiere sobrevivir.

Entonces se inicia una extraña aventura de vida o muerte. Bien sabemos que todo es posible en el cine, pero su magia consiste precisamente en ponernos ante situaciones y llevarnos a que las experimentemos como si fueran reales, incluyendo identificarnos con las vivencias de los personajes. Ciertamente Sophie Turner y Corey Hawkins han asumido con maestría sus roles de mujer obsesionada con la muerte que se resiste a sobrevivir y de hombre obsesionado con la vida que se resiste a morir. La montaña con sus riscos imposibles, la nieve, las avalanchas, el paisaje se vuelven protagonistas y van estimulando y ayudando a crear los cambios sutiles que contribuyen a que, poco a poco, los dos personajes hagan descubrimientos personales a medida que aceptan la posibilidad de que vale la pena vencer las dos tragedias que los acosan. Se descubren como pareja amistosa (inclusive quizás enamorada) que se une y se anima mutuamente en la adversidad, como hábiles sobrevivientes que superan los peligrosos descensos, como recursivos luchadores ante la adversidad.

Eso se va logrando paso a paso. Cada obstáculo que se vence trae luces y esperanzas y es esa la pedagogía que utiliza el hombre para estimular iluminaciones en la mente angustiada de la mujer, pero también para animarse a sí mismo. La inmensa soledad del paisaje, en la cual no se advierten signos de vida o de refugio, es la compañía que tienen en ese viaje obsesivo que los aleja de la tragedia.

En estas épocas de desánimo ante el futuro, de menosprecio por la historia humana, de continuas acusaciones sobre el pernicioso papel de la humanidad como habitante de la tierra, es bueno caer en cuenta de esos instintos de supervivencia que todos tenemos, evidentes o escondidos, que nos llevan superar las desgracias y también a diseñar mundos que creemos mejores para proteger a la especie. Las imponentes montañas nos enseñan humildad y reverencia ante la naturaleza, pero no apagan nuestros sentidos ni nuestros amores por la vida, ni nuestro profundo sentido de humanismo. Ese sentido que nos ha dado vitalidad como especie, ese que celebramos en el cine, en los mitos y en tantas epopeyas y arquetipos.

Como indican los dos títulos que se han escogido para este filme, La Gran Tormenta y Survive, estamos enfrentados a dos concepciones de los eventos, la que enfatiza el desastre y la que plantea la posibilidad de responder y de sobrevivir. Pudiera decirse que cada gran desastre trae consigo su propia y creativa respuesta, para que surja la vida.

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