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La homosexualidad en el cine norteamericano
Identidades censuradas
A comienzos del siglo XX, la homosexualidad era tratada de manera jocosa en el cine norteamericano. Se la parodiaba, los personajes generaban comicidad como forma de hacer tolerable algo inaceptable para la sociedad de la época. Un tipo de presentación que restaba importancia a partir del humor.
Entre 1930 y 1934, los homosexuales suelen tener apariciones breves en los musicales. El bailarín amanerado es el estereotipo participante de una coreografía que, culturalmente, identifica el baile con la mujer.
Más adelante en el tiempo, tenemos la “inclusión” desde un castigo que lo vuelve un personaje descartable. La representación asigna pistas que indirectamente lo delatan, suelen ser criminales o depresivos, que serán merecedores de su suerte: asesinato o suicidio.
La representación más común de un personaje gay responde a la asignación de maneras o formas de expresión semejantes a las de la mujer; una asignación de identidad que define una tipología: el hombre que se comporta como mujer, se convierte en una caricatura del sexo opuesto y, justamente, eso es lo que causa hilaridad, desde la condena social al que nunca podrá ser lo que “quiere” ser, porque su actitud es “antinatural”.
Si pretendemos clasificar este tipo de situaciones como censura, las características nos arriman a un fenómeno mucho más complejo que, por cierto, termina incluyéndola. Estamos frente al no reconocimiento del otro, del diferente, en términos de identidad. No se acepta la posibilidad de otro válido. La ignorancia campea, y se promueven modelos identitarios que no necesariamente dan en el clavo, por ausencia de una perspectiva queer que considere la identidad como una construcción social. Es así, que ni siquiera se volvería necesario ofrecer una representación afeminada de la homosexualidad, ya que no necesariamente nos encontramos con una identidad comprometida, sino con una orientación sexual diferente.
Estamos frente a prácticas discursivas que, a partir de la imagen, delimitan una caracterización que se aleja de la realidad, por nutrirse de prejuicios denostantes. La censura, manejada como concepto de aplicación a lo inaceptable en cine, en este caso, opera desde la ignorancia; se niega algo que se desconoce y se teme, en tanto contaminante desde el mal ejemplo. La tarea de reconocimiento de la homosexualidad, como no necesariamente ligada al modo de ser del sexo opuesto, se vuelve imposible. Es la representación que le asigna el imaginario social.
Ser gay no significa identificación con el género femenino, en tanto construcción social aparte de lo que puede significar una orientación o deseo sexual hacia el propio sexo.
El reírse de un personaje gay, o el desvalorizarlo de múltiples maneras, opera como forma de desacreditación, se le quita importancia y valor a algo que se teme como fuente contaminante que pueda impregnarnos de lo que no somos. Hay un temor a quedar a merced de la condena social, por ende, debemos aliarnos al prejuicio y castigar lo “aborrecible”, para que no se nos identifique con ello. Debemos convencernos de que no puede existir distracción o desliz alguno, que nos haga incursionar en actos cercanos a la homosexualidad. Son tomas de distancia que se reflejan en el cine: la hombría y reciedumbre del protagonista principal, el héroe que debe aparecer muy lejos de comportamientos afeminados.
En estos términos, podemos decir que la censura opera desde lo cultural, más allá de la existencia de códigos específicos que puedan regular la producción cinematográfica. Es el reflejo de lo que ocurre en las formas sociales de concebir al gay, a la interna de un imaginario social, que recién sobre fines del siglo XX, se está permitiendo una transformación gradual, a partir de la deconstrucción de estas problemáticas.
La película Crossfire (Edward Dmytryk, 1947) transita sobre un argumento, basado en la novela The brick foshole de Richard Brooks, donde es asesinado un hombre que, en primera instancia, habría sido un homosexual, pero que es canjeado por un judío, con el objeto de mantener el mensaje sin perder el “decoro”: la defensa de la “tolerancia”. Hollywood prefirió alterar la novela y cambiar el tema de la homofobia por el del antisemitismo, sin percatarse de la intolerancia propia. Moralina complaciente desde lo políticamente correcto.
En la década del 60, el Código Hays es suprimido, y el tratamiento de la homosexualidad cambia, pero la constate sigue siendo el ocultamiento desde la distorsión de posibilidades identitarias, temidas como tales. El homosexual no se encuentra reflejado en el cine, más allá del lugar que se le pretende dar desde el prejuicio social. La población homosexual no encuentra historias cinematográficas con las cuales identificarse. El tratamiento gira en torno a la posición en la cultura. Una marginalidad otorgada desde la religión, pero también, desde posturas académicas convalidantes, que asocian la homosexualidad a lo antinatural, en términos de perversión (psicoanálisis), una orientación sexual desviada del deber ser “predestinado”.
Los años 60 se animarán a exponer más al personaje homosexual, pero bajo una óptica penosa, es el sujeto enfermo que se siente mal y termina suicidándose, el pobre individuo víctima de una situación que no logra superar, no puede acceder a la normalidad. Ya no hay risas, ahora hay pena, son personas que merecen compasión, pero nunca aceptación desde lo que son. El filme The Children´s Hours (William Wyler, 1961) nos muestra a una joven lesbiana atormentada por su orientación sexual; opta por el suicidio al no aceptar su condición. Una forma de demostrarnos en la ficción, aquel viejo dicho: “el que mal anda mal acaba”. La muerte, como resultado del proceder inadecuado, desacredita la “perversión” y refuerza la discriminación, a partir del simplismo, propio de quienes gustan de la distorsión de la realidad en función de sus “ideales”.
Un incipiente camino hacia el reconocimiento
El 28 de junio de 1969, se produce un incidente que a la postre sería capital. La policía realiza una redada en el pub gay Stonewall inn, ubicado en Greenwich Village (barrio neoyorkino), propiedad de la mafia y caracterizado por albergar personas marginales. Es el inicio de una lucha por los derechos de la comunidad LGBTI que prosigue en nuestros días. Las manifestaciones continuaron los días y noches subsiguientes; pretendían la existencia de lugares donde pudieran expresarse desde lo que realmente eran, sin que la policía los arrestara. En pocos años, se formaron varias organizaciones de derechos homosexuales. En 1970, tienen lugar las primeras marchas del orgullo gay en New York.
La década del 80 irrumpe con algunas películas de temática lésbica, como alusión a la sensualidad del sexo entre mujeres, en referencia a una preferencia patriarcal, exaltadora de un tipo de erotismo, que se permite ser sugerido. Pero también, se conocen los primeros casos de sida, que, por producirse en gays, quedan fuertemente asociados a la homosexualidad masculina: “la plaga gay”.
El 17 de mayo de 1990, la OMS retira la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales, un paso fundamental para alcanzar el reconocimiento social.
En 1993 se estrenará Philadelphia (Jonathan Demme); la homosexualidad ya no es abordada desde un modelo comportamental cuestionable, sino, desde la desgracia y la compasión por el padecimiento de una enfermedad incurable, que culmina con la muerte. Aparece el costado humano, la persona por sobre la orientación sexual, que pasa a ser tema secundario.
La homosexualidad deja de ser una enfermedad. El humano no es enfermo por tener un estilo de vida diferente. La biología deja de ser la fundamentación de una postura moral, asociada a la tradición religiosa, que se oculta bajo el “manto sagrado” de la ciencia, para obtener el disfraz de una “verdad absoluta”.
Comienzan a caer los estereotipos y el tema se manifiesta de manera más libre y compleja, como lo es la realidad en sí misma.
Monster, película de 2003 dirigida por Patty Jenkins, ofrece una perspectiva que combina el delito con el lesbianismo. Una prostituta que mantiene relaciones sexuales con otra mujer, no será condenada por esto, sino por los asesinatos que comete. La orientación sexual es aceptada como parte de una realidad social, no se la cuestiona moralmente. La línea divisoria demarca comportamientos correctos e incorrectos vinculados a lo criminal, pero no a lo sexual, que se relaciona más a cuestiones de deseo y carencia afectiva, naturalmente, formuladas como parte de la vida de las personas.
¿Dónde estamos ahora?
El tratamiento de la homosexualidad en el siglo XX se caracterizó, en general, por la homologación a la identidad de género del sexo opuesto. Las teorías queer se encargan de deshacer la madeja y complejizar el tema, sacándolo del prejuicio. Esta operación va más allá del cine, surge a partir de movimientos sociales LGBTI que pugnan por la defensa de sus derechos.
Recordemos también, que en los manuales de psiquiatría de la época, la homosexualidad era considerada una enfermedad. Ahora, pensemos un instante en esta idea y el temor a explicitar o tomar contacto directo con la persona gay, nos remite a la posibilidad de un contagio simbólico, que pudiese producirse mediante la imitación o por una convicción que pudiese activar alguna parte propia, propensa a identificarse con el deseo hacia el propio sexo y los comportamientos afeminados. Todos estos temores inconscientes, son citados por el psicoanálisis como algo propio del ser humano. Se le presentan más razones a realizadores y productores, como para evitar el tema o darle un tratamiento cinematográfico que tienda, de algún modo, a destruirlo, previa catalogación negativa.
El cine, como manifestación cultural, ha ido recogiendo los resultados y aportando riqueza de enfoque, a medida que los preconceptos se van deshaciendo. Momento este en que nos viene a la memoria el filme Brockeback Mountain (Ang Lee, 2006), muestra de un planteo serio y atípico; donde el western, como género, se desdibuja para dar paso a un drama, donde la riqueza de los personajes nos sitúa frente a la diversidad de las personas y sus conflictos, más allá de clichés. La aceptación de la temática proviene de conquistas sociales previas, que naturalizan enfoques al ponerlos sobre el tapete, libres de temores. Presupone la posterior caída de prejuicios cinematográficos, con el concomitante tratamiento de temáticas otrora urticantes, desde la aceptación y no desde la negación, que nos deposita en versiones caricaturescas de la realidad.
The Kids Are All Right (Lisa Cholodenko,2010) nos ofrece una familia homoparental de mujeres con dos hijos adolescentes, que exhiben las mismas problemáticas de las familias heteroparentales. Una tentativa de normalización, que nos sitúa frente a la idea de que familias son familias, más allá de cómo se constituya la parentalidad.
Este breve recorrido nos ilustra acerca de cómo los cambios culturales repercuten, en las diversas formas de abordar una temática en el cine, aunque no debemos desconocer que la repercusión es bidireccional, pues, siendo el cine un producto de la cultura, también la retroalimenta y contribuye a su transformación.
La sexualidad concebida desde lo instituido
La ausencia de un reconocimiento a las tendencias sexuales hacia el propio sexo, implica la influencia de una larga tradición de pensamiento judeocristiano, absorbido por la sociedad en términos de cultura, más allá de una conciencia del verdadero origen religioso de las pautas.
Cuando hablamos de reconocimiento, nos referimos no al saber de la existencia del otro en tanto diferente, sino, a la toma de conciencia de su existencia, unido a la aceptación de lo que es.
El cine, como producto socio-cultural, no es ajeno a estas cuestiones, razón por la cual, le tomó tanto tiempo introducirse en la complejidad de la temática gay, para tentar un reconocimiento real de lo que significa en sí el ser homosexual, como sujeto inserto en una sociedad con la que se funde y a la vez interactúa. Es algo que comienza a llegar a fines del siglo XX y recién se está asentando, desde el reconocimiento del derecho a ser en alternativas comportamentales respetables, más allá de preceptos arcaicos, que clasificaban la sexualidad como un medio de reproducción, desligándola por completo del ser individual y sus deseos. Bajo tales premisas, es evidente que, durante mucho tiempo, prosperó el rechazo social, del cual el cine, como manifestación cultural, no podía ser ajeno. Esa falta de reconocimiento se extendió al séptimo arte, hasta que, gradualmente, las condiciones sociales fueron transformándose y generando una apertura que, a el postre, también se vería reflejada en el cine.
Fuentes
López, López, Macarena, Estereotipos del personaje homosexual en el cine de Estados Unidos, Universidad de Málaga.
Sánchez del Pulgar, Legido, Rosa, María, Homosexualidad Latente en el cine del siglo XX, Universidad Carlos III de Madrid, 2017.
Schaufler, Maria, Laura, Erotismo y sexualidad: Eros o ars erótica. Foucault frente a Marcuse y Freud, 2013, Revista Clacso.
Bueno para mi tanto la Homosexualidad como el Lesbiano no tienen sentido, simplemente porque no puede haber nada entre dos Hombre y dos Mujeres así de simple.