Críticas
Las fuerzas malignas como fuente de espectáculo
La monja
The Nun. Corin Hardy. EUA, 2018.
En esta vida moderna, en la cual los misterios de la religión y del bien y del mal, han ido perdiendo importancia para una creciente porción de la población, que se considera materialista, racional y liberada de antiguos oscurantismos, las películas de terror se constituyen en modelos y referencias de lo que pudiera ser el mal y sus influencias sobre las personas, aunque no se crea en esas cosas. Cada vez más, se trata de un encadenamiento con personajes del espectáculo, que, si bien no se debieran ver como conectadas con nada real, en la práctica ejercen un enorme atractivo sobre los espectadores que sufren todo tipo de impactos emocionales, cuando se ven sometidos a las tortuosas sagas de las fuerzas malignas. Seguramente, tenemos poderosas conexiones cerebrales que se estimulan con las señas de las presencias del terror “espiritual”: presencias oscuras, de colores predominantemente negros y caras que inspiran miedo, que surgen súbitamente, haciendo ruidos, desencadenando vientos, en ambientes donde predominan la niebla y la noche; voces solemnes o voces que susurran, invitadoras, muchas veces en tonos callados, acompañados de la certeza de que nada bueno encierran, pero también con la inevitabilidad de que deben ser escuchadas; palabras retorcidas en lenguas extrañas; muertes, tumbas, cadáveres… sangre. Y muchas herencias de la Edad Media, fuente inagotable de conjuros, de historias, de terrores, de libros misteriosos y fórmulas mágicas.
Y curiosamente, se establecen fácilmente estas conexiones con el mundo de las monjas y con el ambiente de los conventos y de los monasterios, en general comandados, según el cine de terror, por maléficas y amargadas abadesas que torturan, o se aprovechan o manipulan con violencia y con amenazas a su grupo de monjas y novicias jóvenes y obedientes, que no tiene más fuerza que la de la oración, para enfrentarse al mal, apoyadas por los exorcismos de algún sacerdote enigmático, que ejerce su profesión casi que a escondidas, atendiendo con resignación las órdenes del Vaticano, centro de poder que todo lo sabe y que llega hasta los más oscuros confines de las tierras cristianizadas.
En este contexto, suceden los episodios de La Monja, película filmada en buena parte en Rumania, ese país extraño, montañoso y cubierto de bosques hermosos, pero maldito por una confusa historia de violencia y de luchas religiosas y de poder. Según nos enteramos, la película es parte de una saga, en la cual se sienten las influencias demoníacas del maligno espectro Valak, las mismas de otros filmes de la cadena que se ha ido conformando dentro del universo cinematográfico del denominado “Expediente Warren”, que ya cuenta con El conjuro (2013), Annabelle (2014), The Conjuring 2 (2016) y Anabelle 2: La creación (2017). En ellas se trabaja, con una mezcla de realismo y ficción, sobre los casos de los investigadores paranormales y autores Ed y Lorraine Warren, naturalmente casos bastante controvertidos. Acá el asunto es investigar los extraños sucesos del Monasterio de Santa Carta, en Rumania, a cargo de un experto sacerdote exorcista, curiosamente acompañado por una joven novicia, sin que se nos expliquen bien las razones para esta extraña compañía.
¿Qué nos aporta La Monja? Por una parte, la actuación de un personaje que entra con frescura e inocencia en esos mundos del terror. Se trata de la novicia Irene (Taissa Farmiga), una valiente joven que se enfrenta a las fuerzas desconocidas, con base en una fe y una persistencia asombrosas, que siempre interpreta lo que pasa como un escenario para ejercer el amor, la devoción y la confianza en Dios. Ella acepta una misión llena de incógnitas, en apariencia, simplemente, porque es obediente; pero, en realidad, se revela como un personaje amante de la aventura, lleno de curiosidad y de inteligencia.
Otro aspecto, en el cual es excelente La monja, es en las distintas escenas que transcurren en el antiguo cementerio del convento, plenas en inesperadas aventuras, centradas en las antiguas tradiciones funerarias, de los tiempos en los cuales se tenía el riesgo de enterrar vivas a las personas, por lo cual cada tumba contaba con una campanita que el enterrado en vida podía tocar para advertir de su desgracia y así pedir auxilio. En algún momento suenan todas las campanas al unísono, generando terror e inquietud en todos, personajes y espectadores. En otro momento el sacerdote exorcista queda atrapado y encerrado en una tumba, acercándonos bastante bien a esos momentos que Edgar Allan Poe describe con maestría en varias de sus narraciones extraordinarias.
Hay en la película una serie de acertijos de vida y muerte, en los cuales los personajes transitan entre el mundo de los muertos y el de los vivos, sin que los espectadores o los personajes mismos acierten a saber qué es lo que realmente pasa. Con ello, se mantiene una adecuada tensión que mantiene el interés por la trama hasta el final mismo. Esto se facilita con el ambiente del convento, situado en un antiguo castillo lleno de capillas, puertas, pasadizos y habitaciones, que permiten que los muertos y los vivos jueguen a las escondidas con los espectadores.
También tiene, el filme, muchas inconsistencias que no dejan de inquietar, pero que se ven soslayadas por el imperioso deseo de los espectadores de seguir la trama, tratando de que las frecuentes escenas de terror tengan alguna explicación, aunque bien saben que este mundo del horror hace parte de ciclos eternos, que nunca tendrán fin ni explicaciones racionales. En eso consiste buena parte del protagonismo de las fuerzas malignas como fuente de espectáculo.
Trailer:
Ficha técnica:
La monja (The Nun), EUA, 2018.Dirección: Corin Hardy
Duración: 45 minutos
Guion: Gary Dauberman, de una historia de James Wan y Gary Dauberman
Producción: Peter Safran, James Wan
Fotografía: Maxime Alexandre
Música: Abel Korzeniowski
Reparto: Demián Bichir, Taissa Farmiga, Jonas Bloquet, Bonnie Aarons, Charlotte Hope, Ingrid Bisu