Reseñas
La revista El amante Cine y su paso a la versión digital
REVISTA EL AMANTE CINE
Debo empezar diciendo que son muchas las cosas que no me gustan del estado actual de la revista El Amante, pero por alguna extraña razón –seguramente ligada al carácter irracional y contradictorio de las pasiones- en mi propio balance personal terminan sobresaliendo mucho más los aspectos positivos acumulados a lo largo de casi una década como lector de la publicación, vinculo que recién decidí interrumpir por un plazo indeterminado hace pocos meses atrás, algo desilusionado por el poco interés que me despertaron las nuevas firmas que se integraron a la revista en los últimos tiempos. Otro de los motivos de mi “alejamiento” como lector recayó en el fastidio que me generó el continuo y ya desmedido sobredimensionamiento aplicado a demasiadas bostas a las que se reivindica con un grado de vehemencia digno de mejores causas, como se suele decir seguido en las editoriales que abren sus primeras páginas desde hace ya veinte años. Ante la noticia del inminente cambio de formato que anunciaron los responsables de la publicación en el mes de diciembre pasado y que implica la desaparición de la tradicional edición impresa en papel que se sostuvo inmune a los cimbronazos sociales y económicos de la Argentina en las últimas dos décadas, y la elección de la versión digital paga a través de suscripción por medio de la web como nuevo soporte- me atrevo a delinear y enumerar esos aspectos positivos que me llevaron a seguir la revista con muchísima atención a lo largo de los últimos diez años y que imprimieron, para bien y para mal, su sello en mi forma de ejercer la cinefilia y de dar cuenta de ella a través de la escritura.
En lo personal, la revista contribuyó a unas cuantas cosas: configuró en mucho mis criterios de observación como espectador, ampliando mi interés en detalles ligados a elementos formales, tales como la puesta en escena y de cámara, sin desligarme por ello de las implicancias emocionales que se desprenden de toda película valiosa; influyó notablemente en mi escritura sobre cine y también en el modo de administrar y dosificar mis pasiones como consumidor. Con esto último me refiero a que la revista me brindó un aporte bastante significativo a la hora de difuminar los rígidos límites entre lo que podría considerarse un “gran cine” y un “cine menor”, fronteras ambiguas tradicionalmente delineadas por el academicismo histórico y que no posibilitaban la convivencia pacífica entre directores, cuyas obras alcanzan niveles de grandeza desde formas muy disimiles. Concretamente, hoy no temo reivindicar la actual comedia americana (quizás una de las causas defendidas con más persistencia dentro de la revista a lo largo de sus más de veinte años de existencia, junto con la denuncia constante del aumento en el precio de las entradas), así como tampoco renegar de algunas de las expresiones más radicales del cine contemporáneo, muy celebradas desde las páginas de la revista (tomando como ejemplos paradigmáticos la obra de realizadores como Apichatpong Weerasethakul, Albert Serra, Raya Martin, Pedro Costa, Tsai Ming-liang, entre otros tótems de los integrantes de la redacción, una confrontación personal lógica que se desprende de las mismas enseñanzas que la revista supo impartir entre sus lectores: la posibilidad de comprender que nadie es intocable o indiscutible dentro del cine y el pleno ejercicio de la desconfianza hacia todo consenso critico). Sus páginas me permitieron también acceder al conocimiento sobre la existencia de distintos cineastas de cuya obra no había escuchado hablar en la universidad ni en las principales publicaciones argentinas sobre cine, desde Marco Ferreri hasta Russ Meyer, pasando por Jan Svankmajer, los hermanos Quay, James Benning y Philippe Garrel, ayudándome al mismo tiempo a desestimar un poco la inimputabilidad de algunos intocables del panteón cinematográfico. También fue la vía de acceso a los escritos de críticos tan importantes e influyentes como Jim Hoberman, Jonathan Rosenbaum, Adrian Martin, Kent Jones, James Agee, Manny Farber y muchos otros más.
Son varios los estandartes que la revista erigió a lo largo de su longeva existencia, y muchos de ellos los he incorporado con total adhesión a través del tiempo: el rotundo desprecio hacia la idea del canon cinematográfico como garantía de un saber incuestionable y acrítico sobre ciertas películas y autores poco discutidos, su rechazo hacia la crueldad y el miserabilismo como marcas de estilo y vías de consolidación de prestigio en festivales internacionales (algo que se transparenta en el repudio generalizado que la revista suele llevar a cabo sobre el cine de González Iñárritu o el de Lars von Trier, probablemente uno de los pocos consensos alcanzados entre los integrantes de la redacción), la reivindicación de géneros y autores en apariencia menores y que no cuentan con el aval de la crítica mainstream, el énfasis en la primera persona a la hora de la escritura, las controversias internas sobre una misma película que dan cuenta de más de una lectura posible sobre un mismo film, algo que se nos olvida muy a menudo cuando enfrentamos las despersonalizadas e insípidas críticas de estrenos en los suplementos de espectáculos de los principales diarios del país, la discusión permanente con colegas de otros medios, el seguimiento exhaustivo del cine argentino, tanto en sus variantes industriales como en las independientes, la permanente atención sobre las políticas cinematográficas del INCAA, su repercusión en los modos de producción, el estado de la distribución y la abusiva cantidad de copias con las cuales salen a competir en el mercado los tanques extranjeros, etcétera. Incluso se llegó a dedicar buena parte de un número al análisis del comportamiento de los espectadores argentinos en las salas de exhibición comerciales, alertando sobre el grado de estupidización que se estaba alcanzando a través del uso desenfrenado de celulares durante las proyecciones a sala llena. No conozco ninguna otra publicación en habla hispana que haya logrado detenerse con tanto espíritu confrontativo hacia tantos aspectos involucrados en la práctica de la cinefilia y que incluso a veces llegan a trascender las películas mismas como lo ha hecho esta revista. Después de todo, y como se suele decir desde sus páginas, no se trata solo de las películas sino también del cómo, el dónde y el cuándo de las películas.
El Amante supo también acompañar activamente el desarrollo, crecimiento y esplendor del cine independiente argentino de los últimos quince años, aunque también alertando con su inconformismo sobre ciertos momentos de falsa estabilidad que vinieron acompañados de premiaciones en festivales internacionales y del reconocimiento crítico desde otros medios (siendo específico, en el periodo 2006-2007, cuando emergieron películas como El Custodio y El Otro, exponentes de una vertiente de nuestro cine, que descansaban sobre los logros artísticos obtenidos en las últimas décadas, pero que evidenciaban un alarmante quietismo y una falta de perspectiva creativa ligada al agotamiento y la pereza, cuestiones que la revista supo cuestionar y poner de manifiesto, lo que revela una mirada poco complaciente aún en los momentos de mayor respaldo y consenso crítico).
Los momentos menos felices de la revista asoman en su ombliguismo autoindulgente, en su afán centrípeto por autoerigirse como faro iluminador en el panorama de la discusión cinematográfica frente a la adormecida complacencia de otros medios y de la pedantería de la que varios de sus redactores suelen adolecer a la hora de ostentar su impostura frente al status-quo. Después de años de lectura puedo decir que conozco las mañas y vicios de varios de sus redactores, al punto tal que hasta a veces resulta predecible anticiparse a la posición que los mismos pueden tomar frente a determinados estrenos algo ruidosos.
Desconozco lo que le depara a la revista de cara al futuro con este cambio de formato, pero no puedo dejar de ver en los veinte años recorridos un itinerario apasionante que sentó las bases definitivas de un modo de discutir el cine con desbordes, fervor y exhaustividad en el dato preciso, pilares que siempre trato de tener muy presentes –no siempre con éxito- a la hora de escribir sobre lo que más me apasiona en la vida.
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coincido en un todo a tu comentario sobre la revista, tambien me es muy dfcl apartarme de la parte sentimental porque aprendi mucho sobre cine desde el primer numero que me compre alla por los 93, yo tenia 23 años, imagínate.
Lo ultimo que dijiste sobre la pedantería de algunos de sus redactores lo vivi en carne propia con Noriega o Leonardo D’esposito ahora por twitter ambos, e insoportablemente impermeables a cualquier opinión ajena a la de ellos. En fin, todos crecimos, todos cambiamos o todos acentuamos el rasgo, lo cierto es que por fuera cambiamos pero la esencia es lo importante y quizá la esencia de ellos no cambio , irónicamente como la película de David Linch , el hombre elefante, pero en su caso acentuando lo opuesto a Joseph Merrick. Abrazo y que vuelva esa revista en formato papel ! seria muy disfrutada por los de nuestra edad.