Críticas

El quiebre de la generosidad

La tumba de las luciérnagas

Hotaru no Haka. Isao Takahata. Japón, 1988.

La tumba de las luciérnagas aficheEstudios Ghibli y un clásico de la animación japonesa: La tumba de las luciérnagas nos pone a prueba ante los horrores de la guerra. La insensibilidad humana es algo que se cultiva a partir de la naturalización de los hechos, la muerte es tan común que no altera las sensaciones de quienes conviven a diario en su presencia. Algo esperado que casi ni se nota en el hábito diario; las diferencias golpean la atención de un espectador de otro contexto, la animación mitiga el resultado extrayendo realismo al contenido.

La lucha por sobrevivir legitima el ejercicio de una violencia paralela; la defensa de lo propio y la apropiación de lo ajeno, se vuelven leit motiv de una sociedad desesperada por conservar la vida. En ese contexto, Seita y Setsuko son dos hermanos que pierden a su madre en un bombardeo. El adolescente se afana en proteger a su hermana, una niña pequeña que necesita atención acorde a su edad. Son acogidos por su tía, quien genera una serie de situaciones incómodas en referencia a la necesidad de aportes alimentarios que sus huéspedes deberían hacer con relación a los derechos que podrían tener. Los hermanos terminan abandonando la casa, se van a vivir a un refugio abandonado en medio de la naturaleza. El hambre calará hondo en las posibilidades de salvación antes que la guerra llegue a su fin.

La tumba de las luciérnagas fotograma

La necesidad va diluyendo la solidaridad; la cinta delata las miserias humanas sometidas al límite de una existencia condicionada por la escasez. Secuela en combate, la condición de lo humano integra diferencias; población y soldados luchan por la misma cosa: sobrevivir. Los bombardeos con napalm hacen pensar en una agresión personalizada, propagan el espíritu incendiario que todo lo destruye; los motores irrumpen, acechan el cielo, la señal impulsa a la multitud a refugiarse. La planificación indica una mínima cobertura de seguridades, este primer foco de riesgo abrirá paso a la destrucción masiva, la inanición hace estragos.

La experiencia alcanza la sensibilidad del espectador; el horror del campo de batalla es sustituido por la barbarie del hambre, un daño a fuego lento carcome las vidas. Cuando la consulta médica establece el diagnóstico, de manera fría y contundente, insta a tomar medidas sin implicancias; los roles están tan delimitados como la ayuda, no hay tiempo ni capacidad de pensar más allá de uno mismo y la propia familia. La vida está en juego, el egoísmo desata la tempestad de relaciones distantes y medidas.

Lo humano es un crisol de repugnantes movimientos en defensa de lo propio, pero también noble ejercicio de solidaridad en el desesperado intento de salvar a un ser querido. Nos toca lidiar con la compasión, por la desgracia ajena, subrayada en cada intento fallido y desesperado de Seita por evitar la muerte de su hermana. Momento cumbre de un flashback desatado en los inicios.

La tumba de las luciérnagas plano

La poca definición de los rostros toca el alma individual, posibilita la expansión de una experiencia personal amalgamada; las luciérnagas advierten de la fugacidad de la vida, la imposibilidad de sostener la iluminación más allá de un tiempo limitado. Lo que se sabe que está pasando hoy, no permite una visión de conjunto a futuro. Las proyecciones engarzan en movimientos y rostros, difuminan un porvenir enlazado a la intermitencia de insectos inestables a la vera del camino. Esas luces que prometen lo “seguro” en el despertar de momentos inconstantes; visibilidades transitorias recogen la esperanza ante la existencia de la tumba. Es el fin congregado en la naturaleza; el inconsciente de Setsuko advierte la presencia de su madre en el vínculo de fugaces bichitos con el don de una iluminación pasajera, merecen ser enterrados en una fosa común que los contemple, después de todo, en la naturaleza hay unidad, concatenación de sucesos. Las conexiones atañen a figuras pasajeras, inseguras, desbaratadas por la vida, tal cual Seita y Setsuko son.

Mucha poesía oculta sabe seducir los controles alternos que administran momentos de ausencia y presencia, la esperanza se desliza suavemente entre la discordia de una violencia plantada en el ambiente. Instancias fugaces nos invitan a soñar con un final esplendoroso que no llega; la muerte es la única realidad en medio de la guerra. La fantasía del momento se articula con el juego de planificaciones vanas. Seita se desvive por brindar una experiencia infantil en la carencia, lo logra hasta que el hambre aborta las posibilidades de ser niño. El esfuerzo parece interminable, la urgencia comienza a liderar las intenciones, las provisiones nunca alcanzan, la carrera es contra el tiempo.

La estética ofrece una naturaleza límpida, organizada en el encuadre; prontamente, lo ilusorio se esparce en la inadecuación de recursos, tan limitados como improcedentes; los nutrientes escasean, la vida se derrama en la lógica de una desesperación optimista. Seita alberga la ilusión del plan inmediato, su esfuerzo es por abstraerse, congelar la posibilidad del deterioro a corto plazo. El futuro es efímero, imposible de considerar; aunque la incertidumbre se niegue, no es excusa suficiente.

La tumba de las luciérnagas escena

La edad de los personajes otorga desvalidez frente al fenómeno bélico, inunda la pantalla de emociones prestas a ser absorbidas. Con el estómago vacío, la cordura tambalea. Setsuko se va consumiendo en la inoperancia de Seito, entre la desesperación y la ilusión, juego necesario para mantenerse en pie, pero no suficiente para alcanzar el persistente destino de mantener la vida en tiempo y forma.

La playa es fuga en el poder recreativo, las condiciones de riesgo imprimen el valor necesario, la abstracción hace al mundo tolerable. Los bombardeos, negados por un tiempo, mecanismo de supervivencia que adhiere a reconocer solo una parcela conveniente de la realidad, para conservar la salud mental que el hambre destruirá.

Isao Takahata nos sumerge en la tragedia irrevocable, el padecimiento sin límites desgarra el alma, compensa la ausencia de protagonistas de carne y hueso; la animación, al servicio de dramáticas voluntades sin retorno, es muestra fiel de las posibilidades del talento.

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Ficha técnica:

La tumba de las luciérnagas (Hotaru no Haka),  Japón, 1988.

Dirección: Isao Takahata
Duración: 93 minutos
Guion: Isao Takahata. Novela: Akiyuki Nosaka
Producción: Studio Ghibli
Fotografía: Animación, Nobuo Koyama
Música: Michio Mamiya
Reparto: Animación

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