Críticas

Devaneos existenciales

La última sesión de Freud

Freud’s Last Session. Matt Brown. Reino Unido, 2023.

La última sesión de Freud aficheUn soberbio Anthony Hopkins interpreta al Sigmund Freud recién llegado de Austria luego de la intervención nazi. Momento de inicio de la Segunda Guerra Mundial con la invasión a Polonia en 1939. Londres al rojo vivo en medio de la expectativa permanente, el temor al bombardeo se hace patente en la inquietud de la población.

Trata de un encuentro entre el escritor  C. S  Lewis y Freud. El acontecimiento central gira en torno a la discusión sobre la existencia de Dios en medio de algunas subtramas que intentan exponer ciertos rasgos de los interlocutores. Allí aparecerán breves episodios de la niñez, pero la instancia más importante se juega en el vínculo dependiente y autoritario entre Freud y su hija Anna.

La ficción histórica presupone una discusión filosófica pasada de moda. El tono argumental, aunque funciona como entretenimiento, dista mucho de implicancias novedosas. Razones harto trilladas despliegan un ping pong de planteamientos banales, no hay ausencia de importancia, sino recurrencia, el apego a lugares comunes asegura la paradoja: lo interesante puede no serlo ahora, al menos para quienes conocen los desarrollos de la polémica a través del tiempo.

Brown contrapone un trabajo firmemente apoyado en facetas  caracteriales, sus personajes animan un drama bien delimitado, pero carente de intensidad y conexiones. Anna es dependiente, Freud autoritario, Lewis inseguro y controlado,  Dorothy Burlingham, la representación del pecado en estilo mesurado, piedra en el zapato de un analista que pretende digitar el destino de su descendencia, mientras racionaliza lo que todo el mundo señala.

La imperfección humana se explaya en ambientes circunspectos y formales, consonancia con un estilo comunicacional acunado en la consideración y el reconocimiento de la trayectoria, más allá de polémicas psicológicas o teológicas. La diferencia no desconoce el respeto, Lewis somete a prueba sus creencias ante un interlocutor prestigioso, Anna se asume docente en la exposición de teorías y preceptos que exceptúan sus relaciones filiales: “en casa de herrero cuchillo de palo”. Sin embargo, se aceptan transgresiones en función de trayectorias, la figura del padre observa el requerido peso institucional en medio de algún cuestionamiento silencioso.

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La imperfección humana acentúa controversias; refuerza la idea de un Dios permisivo en medio de la guerra, estatura descendida en la escala moral hacia lo ejercido y lo permitido. La vida no adscribe a un supuesto movimiento de salvación de la humanidad, que nada debería costar a un perfecto ideal protector. La figura de Dios trastabilla, más desde la escena en su conjunto, que de la dicotomía del discurso. El refuerzo a los planteos se decanta en la funcionalidad de rasgos caracteriales tan dispares como complementarios en la estructuración de relaciones. El juego de posiciones despliega implicancias que enriquecen la polémica; lo trillado abre un espacio a lo empírico, los vínculos ejecutan ideas que desafían la retórica desde un plano sesgado que golpea sin ser visto. Es el secreto a voces de un filme muy discutido, el recinto de Freud se transforma en área de polémica, el pesado mobiliario recarga la escena de contenidos de peso intelectual: bibliotecas, escritorios, colecciones representativas de cultura. La puesta en escena dispara el poder de lo académico, distingue posiciones, las retóricas discriminan lo cotidiano, reclaman una atención vuelta a lo incompleto, la cinta rescata el contraste en las facetas personales de los vínculos. Si hay algo interesante, se encuentra concentrado o, quizá, disimulado.

La sensación de lo incuestionable sume al padre del psicoanálisis en un halo de “verdad” sustentado por los movimientos culturales de la época. Sostienen el prestigio de ideas por simbiosis con su creador, pero siempre con algún matiz de “resistencia”; la farmacéutica no hace excepciones, la enfermedad debe esperar.

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Los placeres de la vida restringidos al intercambio oral con un habano. Freud defiende su teoría a base de puro comportamiento terminal; el cáncer de paladar aún deja espacio a lo que todo ser humano busca de manera directa o indirecta: el placer sexual. Así, se asesta el golpe de gracia al sagrado moralismo ideal que sostiene la existencia de un dios en su defensa. Las claves indirectas completan un filme psicoanalítico por la competencia de movimientos concretos, bien específicos en su contraataque a las “ingenuidades” teológicas. El filme se moverá en estos dos niveles, aunque puede haber otros.

Lo humano en tanto sinónimo de imperfección; dios es la necesidad de obturar el reconocimiento de lo que prevalece; deseos, impulsos y pasiones desde algún lugar nos gobiernan, hacen posible el desempeño humano, la vida se ciñe a estos criterios, el autoritarismo del analista da cuenta de ello.

Freud recibe el premio Goethe, el poder de la imaginación se impone ante vertientes que denotan el prestigio del descubrimiento y la presencia del poder supremo como fórmula esperanzadora ante la desgracia y la muerte. Es el dios estampado en su perfil cristiano, obstáculo que acerca la identificación a escala humana por el éxito en la “ciencia”. He aquí quien niega a un dios y, en su soberbia, pretende ser tratado como tal, el ego impone presencia en medio del declive que anuncia la muerte, mal momento para reconocer la existencia divina.

La inquietud por las religiones cristaliza la división en dos aspectos que, en alternancia, lucen unidos y separados; y es que, la discusión acerca de la existencia de dios, no equivale al debate por la presencia de la divinidad individualizada. Dos niveles se entretejen, una cosa es la existencia de un ser supremo, genéricamente hablando, y otra, la especificidad del Dios cristiano con toda la parafernalia doctrinal sostenida en el dogma. Si bien, Lewis defiende en términos de exclusividad lo segundo, Freud traslada todo al mismo territorio, y es aquí, donde la discusión filosófica y antropológica se confunde en lo absoluto, negación completa de algún tipo de expresión sobrenatural determinante de la vida humana.

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Las digresiones a modo de flashbacks aluden momentos del pasado. Ya sea en la fantasía imaginativa o mediante el recuerdo puntual de sucesos comparativos, la cinta pretende filtrar la experiencia vital para reunirla con las tendencias y anhelos.

El bosque introduce el relativismo en el recuerdo; la variedad, en relación a la asociación de dios con la imagen del padre vehiculizada en el vínculo con la naturaleza. Lewis captura el contacto con lo primario, en tanto nexo innato depositado desde el contacto primigenio con la divinidad; Freud adopta el recuerdo propio, en relación a la experiencia infantil con el padre, sin ahondar en significados. Luego, las posibilidades se sucederán y darán la pauta de que todo siempre puede ser comprendido de otra forma, el relativismo desacredita verdades

La cinta juega a intensidades diferentes; digresiones, de accesible comprensión, denotan la combinación de ideas de contundencia limitada en función del modo de ser de los protagonistas. Las visiones se integran  con características personales a partir de la articulación de sucesos reveladores. La “verdad” es solo un punto de vista.

 

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Ficha técnica:

La última sesión de Freud (Freud’s Last Session),  Reino Unido, 2023.

Dirección: Matt Brown
Duración: 122 minutos
Guion: Mark St. Germain
Producción: 14 Sunset, LB Entertainment, Last Session Productions, M.Y.R.A. Entertainment, Subotica Entertainment Ltd
Fotografía: Ben Smithard
Reparto: Matthew Goode, Anthony Hopkins, Jodi Balfour, Stephen Campbell, Liv Lisa Fries, Padraic Delaney, Rhys Mannion, Tarek Bishara, Anna Amalie Blomeyer

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