La virgen de agosto

La virgen de agosto es el ya el quinto largometraje del joven director Jonás Trueba (Madrid, 1981), tras Todas las canciones hablan de mí (2010), Los ilusos (2013), Los exiliados románticos (2015) y La reconquista (2016). En esta película, estrenada en salas el 15 de agosto, el mismo día al que alude la festividad del título, la cámara sigue durante quince días a la protagonista, que ha decidido quedarse en Madrid, en un piso prestado, durante la primera mitad del mes de agosto, que es cuando se celebran las fiestas de San Lorenzo, San Cayetano y La Paloma.

Es, por tanto, una historia pequeña en el planteamiento, pero grande en el contenido, ya que lo que pretende Eva (una grandísima Itsaso Arana, que ha coescrito el guion junto al director) es encontrarse a sí misma a través de una serie de vivencias, encuentros y experiencias que tienen como telón de fondo ese Madrid, aparentemente vacío, del mes de agosto, que se encuentra, no obstante, repleto de fiestas populares, verbenas y un sinfín de personajes.

Al principio de la película, cuando Eva conversa con el personaje que le va a prestar el piso (Sigfrid Monleón), se habla de Stanley Cavell y su libro La búsqueda de la felicidad, que se centra en los personajes femeninos de la screwball comedy. Es, sin duda, una referencia explícita, como también lo es, en cierto modo, el cine de Éric Rohmer, especialmente El rayo verde (Le Rayon vert, 1986), que parte de una premisa argumental muy parecida a la de La virgen de agosto.

Jonás Trueba ha filmado una pequeña joya, una pieza que se estrena justo un año después de su rodaje, y que nos muestra un Madrid muy distinto al que estamos acostumbrados a ver en el cine. Se trata de un Madrid de barrio, muy popular, lleno de gentes diversas que se conocen, se encuentran, hablan… siempre en torno a Eva, eje fundamental del film.

Como afirma Itsaso Arana, lo que presenta la película es muy sencillo, pero, al mismo tiempo, muy difícil de conseguir: “tomarnos un tiempo para reflexionar”. Esto, que aparentemente resulta fácil, al final resulta imposible, porque siempre estamos rodeados de gente, tenemos obligaciones familiares y laborales y pocas veces nos encontramos solos en un mundo como el nuestro, y menos si vivimos en la ciudad. Precisamente eso es lo que hace Eva, una actriz que va a cumplir treinta y tres años: bajarse de su propia vida y dedicar un tiempo para reflexionar sobre su existencia pasada, su presente y, sobre todo, su futuro.

Hay muchas escenas memorables en la película, que va pautando, a modo de diario fílmico, cada uno de esos quince días en que se centra la acción, como la jornada que pasan en el río, el concierto de Soleá Morente (en el que escuchamos el tema “Todavía”) o el encuentro con el personaje interpretado por Vito Sanz (un magnífico actor en un papel algo distinto a los que realiza habitualmente).

La virgen de agosto se centra fundamentalmente en Eva, pero Madrid es un personaje más, casi tan importante como ella, especialmente el barrio de La Latina, que es donde se ubica el piso prestado desde el que va a moverse la protagonista. Por la pantalla pasan el Museo Arqueológico, El Círculo de Bellas Artes, el Viaducto, el Templo de Debod, la Ribera del Manzanares… por no hablar de procesiones, verbenas, ferias y demás. La virgen de agosto, por tanto, pasa a engrosar la lista de películas ambientadas en Madrid, y que tiene algunas de sus más dignas representantes en títulos como La torre de los siete jorobados (Edgar Neville, 1944), El último caballo (Edgar Neville, 1950), Cielo negro (Manuel Mur Oti, 1951), Mi tío Jacinto (Ladislao Vajda, 1956), El pisito (Marco Ferreri e Isidoro M. Ferri, 1958), El cochecito (Marco Ferreri, 1960), La gran familia (Fernando Palacios, 1962), El verdugo (Luis García Berlanga, 1963), El mundo sigue (Fernando Fernán Gómez, 1965) o …y si no, nos enfadamos (Marcello Fondato, 1974).

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