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Las series antológicas de Ryan Murphy – Parte I
El espejo oscuro de la sociedad
Las series de antología de Ryan Murphy, como American Horror Story (2011), American Crime Story (2016) y Monster (2022), destacan por explorar los miedos y conflictos sociales más profundos. En un formato que permite historias independientes cada temporada, Murphy disecciona temas como la opresión, la justicia mediática y la fascinación por lo macabro. El público, seducido por una narrativa emocionalmente cargada y visualmente hipnótica, encuentra en estas series un espacio para reflexionar (o evadirse) de sus propias realidades. Este ensayo aborda cómo estas producciones funcionan como espejos sociales y analiza el impacto emocional que las convierte en fenómenos culturales.
El atractivo del miedo y el control en American Horror Story
El miedo ha sido una constante en la narrativa de American Horror Story. Cada temporada utiliza el terror para poner al descubierto desigualdades estructurales y tensiones sociales. En Coven, el racismo y el patriarcado se entrelazan con la lucha por el poder; en Asylum, la homofobia y los abusos institucionales emergen como monstruos más aterradores que cualquier entidad sobrenatural. El impacto emocional radica en cómo el público enfrenta miedos profundamente arraigados. Las historias permiten una «catarsis controlada»: experimentar el horror desde la seguridad del hogar. A través de personajes complejos, incluso los antagonistas generan empatía, desafiando al espectador a reconsiderar nociones de moralidad. El atractivo visual, desde escenarios góticos hasta el diseño detallado, refuerza el impacto emocional. El horror no solo se siente, también se ve y se escucha, creando una experiencia multisensorial.
Justicia y medios en American Crime Story
Murphy retrata casos reales como el juicio de O. J. Simpson o el asesinato de Gianni Versace, explorando cómo la justicia es moldeada por los medios y las percepciones públicas. En estos relatos, la audiencia no es un simple observador: se convierte en juez y jurado. El impacto emocional proviene de la tensión entre la realidad y la ficción. El espectador se enfrenta a su propio papel en una sociedad que consume estas tragedias como entretenimiento. En el caso de O. J. Simpson, las divisiones raciales y de clase reflejan heridas sociales aún abiertas, mientras que la historia de Versace expone la homofobia latente incluso en los círculos más privilegiados. Murphy aprovecha la narrativa para enfatizar el sufrimiento humano detrás del espectáculo mediático, creando momentos que buscan incomodar y cuestionar, más que satisfacer al espectador.
Fascinación por lo macabro: The Jeffrey Dahmer Story
El consumo de historias de true crime no es nuevo, pero Monster lo lleva un paso más allá al centrarse no solo en el criminal, sino también en sus víctimas. La serie reflexiona sobre cómo las instituciones fallaron a los colectivos más vulnerables, particularmente personas racializadas y de la comunidad LGBTQ+. El impacto emocional es deliberado: Monster obliga al espectador a contemplar el horror sin poder mirar hacia otro lado. Sin embargo, esto genera un debate ético: ¿Es válido convertir tragedias reales en entretenimiento? La serie utiliza esta tensión para desafiar al espectador, exigiéndole que reflexione sobre su propia fascinación por lo macabro y su desensibilización ante el dolor ajeno.
La tensión entre la culpa y la victimización: The Lyle and Erik Menendez Story
Una de las temáticas centrales es la compleja intersección entre la culpa y la victimización, una tensión que define tanto a los personajes como a la narrativa en su conjunto. La serie aborda los crímenes cometidos por los hermanos Menéndez a través del lente de su experiencia como víctimas de abuso por parte de su padre, José Menéndez, un elemento que busca explicar, aunque no justificar, los asesinatos. Este enfoque invita a reflexionar sobre los límites de la responsabilidad individual cuando los perpetradores han sido, a su vez, víctimas de sistemas familiares abusivos. Murphy logra que los espectadores oscilen entre la empatía hacia los hermanos, debido al abuso y el control que sufrieron, y la condena hacia su acto violento. Este equilibrio inestable fomenta una ambivalencia moral en la audiencia, cuestionando hasta qué punto las experiencias traumáticas pueden convertirse en atenuantes de la culpa. Los momentos en los que los hermanos exponen los detalles de su infancia crean un puente emocional con el espectador, pero la serie también se asegura de mostrar la brutalidad de sus acciones, lo que evita una redención completa. Esta tensión entre la culpa y la victimización plantea preguntas éticas cruciales: ¿es posible empatizar con los perpetradores sin minimizar sus crímenes? ¿Hasta qué punto el trauma puede ser una explicación válida para actos extremos?
El público como cómplice y crítico
Las series de Murphy no solo entretienen; también interpelan al público. A través de historias emocionalmente intensas, el espectador se convierte en cómplice del consumo de violencia, sufrimiento y espectáculo. Sin embargo, estas series también invitan a la autocrítica: ¿qué nos atrae de estas narrativas? ¿Por qué las tragedias ajenas son tan cautivadoras? El público siente empatía, pero también experimenta incomodidad. Este equilibrio entre placer y culpa es lo que hace que estas series trasciendan el entretenimiento y se conviertan en fenómenos culturales. Murphy utiliza personajes complejos para generar una conexión emocional que desafía los juicios morales del público. En American Horror Story, los “monstruos” no son meramente figuras aterradoras, sino representaciones de traumas, exclusiones y desigualdades sociales. ¿Cómo no empatizar con personajes como Lana Winters en Asylum, víctima de un sistema represivo, incluso cuando ella misma comete actos cuestionables?
En Monster, la serie humaniza a las víctimas de Jeffrey Dahmer, lo que provoca una profunda tristeza e indignación en el espectador, pero también muestra la humanidad rota del perpetrador. Esta dualidad lleva al público a cuestionarse: ¿hasta qué punto es justo empatizar con los victimarios? Este enfoque no solo atrapa, sino que también incomoda, obligando al espectador a reflexionar sobre sus propios valores y prejuicios. Estas series explotan la fascinación humana por lo sensacionalista. El público disfruta del drama, del horror y del morbo, pero también se enfrenta a las implicancias de ese disfrute. En American Crime Story, el tratamiento mediático de casos como el juicio de O. J. Simpson revela cómo la sociedad transforma tragedias reales en espectáculos públicos. La culpabilidad es compartida: el espectador es consciente de su complicidad en un sistema que convierte la miseria en entretenimiento.
Žižek argumenta que las sociedades modernas convierten el horror en espectáculo, lo que Murphy explora explícitamente en American Crime Story. El juicio de O. J. Simpson se transforma en un evento mediático que eclipsa la tragedia real, exponiendo cómo la ideología del espectáculo deshumaniza a las víctimas y trivializa las injusticias.
Murphy juega deliberadamente con el equilibrio entre placer y disconformidad. Al enfrentar al espectador con representaciones crudas de violencia, injusticia y sufrimiento, las series desarman la distancia emocional que el público suele mantener ante el contenido televisivo. En Monster, los prolongados silencios y las escenas incómodamente largas obligan a los espectadores a quedarse con el horror, sin escapatoria inmediata. En American Horror Story, el uso de escenarios grotescos y personajes marginados recuerda al público las realidades sociales que intentan ignorar. Esta incomodidad no solo genera impacto, sino que también fomenta un diálogo interno sobre el papel del espectador en perpetuar o desafiar las narrativas que consumen.