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Las series antológicas de Ryan Murphy – Parte II
Máscaras sociales: humanización y complejidad moral
Las series antológicas de Ryan Murphy se destacan por construir personajes multidimensionales y profundamente complejos que encarnan conflictos internos y sociales. En lugar de limitarse a figuras planas, Murphy diseña protagonistas y antagonistas que reflejan dilemas morales complejos, obligando al público a reconsiderar sus propios prejuicios y empatías, desafiando las convenciones de “héroes” y “villanos”.
En American Horror Story, cada figura “monstruosa” representa miedos colectivos. Por ejemplo, el Hombre de Látex en Murder House simboliza los secretos destructivos, mientras que la Condesa de Hotel representa la obsesión por la juventud y la belleza. Estos personajes no solo provocan terror, sino que también cuestionan valores y normas sociales. En American Crime Story, los personajes reales son retratados con una mezcla de humanidad y ambigüedad. O. J. Simpson no es solo un acusado, sino un símbolo de cómo el racismo y la fama moldean la percepción pública. En American Horror Story: Asylum, el personaje de Lana Winters es un ejemplo paradigmático. Como periodista comprometida con la verdad, Lana entra al asilo Briarcliff para exponer sus abusos, pero se convierte en víctima del sistema represivo que investigaba. Su sufrimiento, tanto físico como emocional, la transforma en una figura de resistencia, aunque no está exenta de moralidades cuestionables. En su camino hacia la supervivencia, manipula y traiciona, lo que la convierte en un espejo de las contradicciones humanas.
En Monster: The Jeffrey Dahmer Story, Dahmer es presentado como un “monstruo” por sus actos, pero también como producto de una serie de deficiencias estructurales: negligencia parental, desatención escolar y prejuicios institucionales. Esta representación no busca justificar, sino profundizar en la comprensión del entorno que permitió sus crímenes. Paralelamente, se enfatizan las voces de las víctimas, como Glenda Cleveland, su vecina, quien intentó denunciarlo repetidamente, subrayando el racismo y la inacción policial. En Monster: The Lyle and Erik Menendez Story, la construcción de personajes destaca por su enfoque en la humanización de los hermanos, explorando su complejidad moral. Se presenta a Lyle y Erik no solo como autores de un acto violento, sino también como jóvenes moldeados por un entorno familiar abusivo y opresivo. Este tratamiento narrativo permite que la audiencia contemple sus crímenes desde una perspectiva más empática, aunque sin justificar sus acciones, mostrando a los hermanos como figuras trágicas atrapadas entre el trauma y la responsabilidad moral, lo que subraya la ambigüedad ética que define la serie.
En estos escenarios nadie es completamente bueno o malo. Murphy busca humanizar incluso a los personajes más oscuros, como Andrew Cunnanan o Jeffrey Dahmer. Aunque sus actos son aborrecibles, se muestran los traumas y fallas sistémicas que contribuyeron a su desarrollo. Esto desafía al público a empatizar, sin justificar, lo que intensifica y dificulta el vínculo emocional del espectador con los personajes. Obviamente, sin dejar de lado a las víctimas. Murphy presta especial atención a ellas, otorgándoles una narrativa propia. En Monster, se da voz a las familias de las víctimas, destacando su dolor y su lucha por justicia. Este enfoque equilibra la fascinación por el criminal con una representación más ética de quienes sufrieron sus actos.
Estilo visual: entre el horror y la estética
Cada serie y temporada tiene una identidad visual única, que refuerza sus temas centrales. El estilo visual no es meramente decorativo, sino herramienta narrativa que involucra profundamente al público.
American Horror Story utiliza escenarios góticos, opresivos y recargados, que reflejan el caos interno de los personajes y el miedo omnipresente. En Coven, los tonos oscuros contrastan con elementos de lujo para simbolizar el poder y la decadencia. En Monster, los ambientes son fríos y minimalistas, enfatizando la monotonía y la alienación de Dahmer. La iluminación tenue crea un ambiente inquietante que pone al espectador en un estado constante de incomodidad. Murphy juega con el contraste entre lo visualmente atractivo y lo perturbador. Esto se ve especialmente en Hotel, donde la estética glamorosa de los vampiros contrasta con la violencia de sus acciones, o en The Assassination of Gianni Versace, donde la opulencia del mundo de la moda se enfrenta a los actos brutales de Andrew Cunnanan. Este contraste intensifica el impacto emocional, obligando al público a lidiar con una dualidad constante.
El movimiento de cámara refuerza la narrativa emocional, como ejemplo los planos largos e incómodos en Monster, que obligan al espectador a mirar lo que normalmente evitaría. En American Horror Story, el uso de ángulos inclinados y zooms abruptos crea una sensación de inestabilidad constante. En Monster, los planos extensos y silenciosos capturan la rutina de Dahmer, creando un ambiente inquietante. Una escena emblemática muestra a Dahmer en su departamento, preparando un “trago” para una de sus víctimas. La cámara permanece fija, casi como un testigo impotente, obligando al espectador a confrontar el horror sin distracciones visuales o musicales. Este uso deliberado del encuadre intensifica la incomodidad y refuerza el impacto en el espectador. En The Lyle and Erik Menendez Story, se refuerza esta tensión al presentar el hogar de los Menéndez como un espacio opresivo, donde el lujo y el éxito esconden dinámicas de abuso y control. La mansión, que debería simbolizar seguridad y estatus, se convierte en una prisión emocional para los hermanos, acentuando la idea de que su culpa fue gestada en un entorno de sufrimiento psicológico. Este contraste refuerza la narrativa de que los Menéndez fueron tanto víctimas como verdugos.
El inconsciente y los deseos reprimidos
Las series de Murphy, especialmente American Horror Story y Monster, son un campo fértil para explorar la teoría freudiana, donde los miedos, deseos y traumas reprimidos emergen a la superficie con fuerza perturbadora.
Freud define el retorno de lo reprimido como el momento en que los deseos o traumas ocultos resurgen de forma distorsionada. En American Horror Story: Murder House, el escenario en sí funciona como una metáfora freudiana: la casa encierra los secretos y tragedias de sus habitantes anteriores, que regresan como fantasmas para enfrentarse a los nuevos inquilinos. Este concepto también puede relacionarse con el trauma colectivo: los horrores individuales reflejan ansiedades sociales más amplias, como la violencia, la pérdida de control y el miedo a la muerte.
El personaje de Dahmer, en Monster: The Jeffrey Dahmer Story, puede analizarse bajo la pulsión de muerte freudiana, que apunta hacia un deseo inconsciente de autodestrucción y repetición compulsiva. Dahmer, atrapado en un ciclo de aislamiento y violencia, ilustra cómo la pulsión de muerte puede manifestarse en la compulsión a repetir actos destructivos, incluso cuando estos no brindan satisfacción duradera. En cuanto a los hermanos Menendez, el inconsciente y los deseos reprimidos se reflejan en las motivaciones de los hermanos para cometer los asesinatos. Un ejemplo notable es cómo los recuerdos traumáticos de abuso sexual y psicológico resurgen durante sus testimonios, revelando capas profundas de sufrimiento que habían sido reprimidas bajo una fachada de normalidad. Estas revelaciones sugieren que su acto violento no fue solo una reacción consciente, sino también una liberación de deseos inconscientes de escapar del control y el dolor infligidos por su padre. La serie ilustra este conflicto interno a través de flashbacks que muestran cómo estas experiencias reprimidas dieron forma a su percepción del mundo y a la decisión extrema que tomaron.
Slavoj Žižek, influenciado por Freud y Lacan, analiza cómo las narrativas culturales reflejan las tensiones ideológicas de la sociedad. En este sentido, las series de Murphy no solo entretienen, sino que exponen las fallas y contradicciones de las estructuras de poder. Según Žižek, el goce está relacionado con el placer culpable y el exceso, algo que el público experimenta al consumir estas series. En Monster, el espectador se siente atrapado entre el horror y la fascinación por Dahmer, una figura que encarna los defectos del sistema. La serie expone cómo la ideología, al normalizarlos, contribuye al surgimiento de monstruos como Dahmer. Además, Žižek sostiene que lo real lacaniano es aquello que no puede ser integrado en el orden simbólico, un exceso que desestabiliza nuestras percepciones. En American Horror Story: Asylum, el manicomio Briarcliff es un espacio de lo real: un lugar donde las reglas sociales se desintegran y el horror no puede ser completamente simbolizado. La presencia de lo sobrenatural, como el demonio que posee al personaje de Mary Eunice, representa aquello que desborda la racionalidad y amplifica el caos.
¿Espectadores o cómplices?
El punto culminante de estas series es cómo interpelan al público. Al consumir estos relatos, el espectador se convierte en cómplice, no solo de la perpetuación del espectáculo, sino también de las problemáticas que representan. Sin embargo, Murphy les otorga la posibilidad de ser críticos: la experiencia emocional es una invitación a reflexionar y cuestionar. ¿Por qué nos fascina el horror de los otros? ¿Es la empatía suficiente para transformar nuestra percepción del mundo, o solo refuerza nuestro deseo por el entretenimiento?
Una de las características más fascinantes de las series de Ryan Murphy es cómo involucran emocionalmente al espectador, colocándolo en una posición ambigua: a la vez consumidor y crítico de las historias que se presentan. Este doble rol intensifica el impacto emocional y fomenta una experiencia reflexiva única. Las series de antología de Ryan Murphy son más que relatos escalofriantes o dramáticos; son una exploración de los miedos, prejuicios y contradicciones de la sociedad contemporánea. Su éxito radica en la capacidad de conectar emocionalmente con el público, generando tanto placer como reflexión.
La pregunta que dejan en el aire es: ¿hasta qué punto somos consumidores o cómplices de las tragedias que representan?