Críticas

Entorno de riesgo

Le soldatesse

Valerio Zurlini. Italia, 1965.

Le soldatesse (Italia, 1965), de Valerio Zurlini, es una película existencialista y de perfil humanista que habla de las consecuencias devastadoras de la guerra, como fuerza arrasadora, en un contexto roto en el que trata de sobrevivir, a duras penas, una relación amorosa con un trasfondo peligroso.

Se trata de un drama sentimental en medio de un crudo conflicto contado en primera persona y que narra la experiencia de un joven teniente, Martino (Tomás Milian), que se ve envuelto en una misión grotesca y pintoresca al tener que comandar un camión con mujeres prostitutas y llevarlas sanas y salvas a varios destinos, para que oficiales y tropa rasa disfruten del consabido desahogo sexual después de la batalla. Un planteamiento aventurero y cargado de connotaciones sexuales para nada burdo que, en manos de Zurlini, autor de monumentos como La primera noche de quietud (La prima notte di quiete, Italia, 1972), se convierte en una odisea íntima sobre las contradicciones del amor.

El reparto es una auténtica bomba. El plantel de actrices es impresionante. Lo encabeza Anna Karina, con Lea Massari y Marie Laforêt, entre otras bellezas. La parte masculina está representada por el citado Milian y destaca también el actor alemán Mario Adorf (El tambor de hojalata, Volker Schlöndorf, 1979), en un rol secundario. Por cierto, a este actor de apariencia muy ruda pero bonachón habría que dedicarle un libro, porque su colaboración en infinidad de títulos de primera, segunda e incluso categoría Z no pasa inadvertida. Bueno, pues estupendo, como digo, con ese reparto es imposible no quedar magnetizado y hechizado por la exuberante acumulación de belleza sexy en tan poco espacio: la zona de carga de un camión.

La película, extraordinaria y muy recomendable, habla del colectivo de fulanas que ejercieron esta profesión por motivos distintos, casi todos ellos relacionados con el hambre y la necesidad de mantener gente a su cargo, y contribuyeron sordamente a que los guerreros tuviesen el merecido descanso para recompensar su gesta y la tensión acumulada por falta de sexo. Un tema que, contado por Valerio Zurlini, incluso llega a alcanzar no solo una realidad, como así fue, sino un toque lírico, muy bello, haciendo de los instantes retratos de un puñado de mujeres de fuerte temperamento y carácter. Zurlini era un cineasta de una sensibilidad a flor de piel, de un tacto delicado y una destreza para hacer poesía en los ambientes más sórdidos y deplorables. Aquí, su trabajo, cuidado y respeto por las prostitutas, es de una intensidad tremenda, capaz de extraer más belleza, si cabe en un entorno belicoso y de flagrante riesgo.

La acción se abre con un texto sobreimpreso en la pantalla que sitúa la localización en Grecia, en 1940. Viene a decir que el dictador Benito Mussolini, celoso por la guerra relámpago que estaba llevando a cabo su homólogo y socio Adolf Hitler en la conquista de Europa, se propuso imitar la hazaña llevando sus tropas a tierras helenas, donde encontraron la pertinaz y nacionalista resistencia de los partisanos. La empecinada oposición a la invasión sumió al país en la destrucción y, sobre todo, en el hambre. La numantina defensa, sin embargo, no fue suficiente para que un año más tarde Grecia capitulara por la entrada del ejército nazi.

En este panorama desolado, triste, desmoralizado y roto moral y físicamente, el alto mando italiano tuvo la brillante idea de premiar el esfuerzo en el combate de su soldadesca con la compañía de mujeres, todas ellas putas, para que no se deprimiesen y, tras fornicar, pensar sólo en la victoria y diezmar a los intrépidos partisanos.

El teniente Martino y el chófer Castagnolo (Mario Ardof) son los encargados de un transporte cuya mercancía es humana. La película me recuerda, salvando las distancias, a Caravana de mujeres (Westward the Women, EUA, 1955), una de las obras supremas de William A. Wellman, aunque con un espíritu diferente. En este aspecto, cabe destacar el sutil, inteligente, adecuado y respetuoso trato ofrecido por Martino a las chicas. Todo lo contrario, al principio, del patriarcal y de instinto básico (o más bajo) de Castagnolo, aunque más adelante, remodela su actitud y saca un poco de virtud. A las jóvenes se las trata poco menos que como escoria y el vocablo mercancía pulula con facilidad y sin arrepentimiento alguno tanto entre los soldados como en los oficiales. El punto contrario lo mantiene Martino, autor del relato y su voz narrativa (en off al principio y al final) lo modula, como una introspección para definir que, en medio del horror y la muerte, hubo algo de tiempo para otro menester, como el enamoramiento sublime.

La soldatesse está narrada en clave de road movie. Existe un desplazamiento, hay que recorrer un espacio exigente y las condiciones van de suaves, en los primeros kilómetros, a violentas, en el tramo final. Una panorámica que recoge varios estados de ánimo mientras la cámara capta tramas anecdóticas hasta llegar a un lugar montañoso y escarpado, donde la guerra presenta su peor cara.

Martino, íntegro y acorde con la orden que recibe, solo piensa en llevar hasta su destino el cargamento especial que tiene bajo su protección. En el transcurso del viaje, y a tenor de lo que está viendo y observando, cuya moral se va diluyendo para pasar a una visión más amarga, donde el amor puede ser la mejor medicina, comienza a interesarse por una de las chicas, llegando a tener sexo consentido (la prostituta le dice que no quiere cobrar) y su firmeza se tambalea y se pone en cuestión. Como militar comprometido, quiere terminar sin contratiempos su misión. Pero como ser humano, es hombre y está eclipsado por una mujer exuberante de cuerpo pero con una cabeza bien amoblada, donde transitan otras inquietudes al margen de vender su cuerpo. Esos instantes, de ellos en plan confidencia y revelando las verdaderas tripas de su ser, son de una hermosura y franqueza dignas de un gran cineasta.

El final, otra vez con la voz en off, refleja un gran sentimiento de búsqueda y pérdida. La puta guerra, eso sí que es una putada y de las peores, dejó seres desvalidos, tocados, vapuleados; aunque el consuelo de un amor fugaz pero intenso es capaz de reconfortar. La tristeza de la última imagen, que se encadena con el comienzo de la acción en un vertedero con gente desesperada buscando un mendrugo de pan para comer, es cine de una calidad y cima incuestionable. Razones para seguir amando este arte como testigo de la barbarie del ser humano y cómo, entre el horror y la bellaquería más villana e inmoral, puede brotar un capítulo de finísimo amor.

Un gran Valerio Zurlini.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Le soldatesse ,  Italia, 1965.

Dirección: Valerio Zurlini
Guion: Leonardo Benvenuti y Piero De Bernardi, basado en un libro de Ugo Pirro
Fotografía: Tonino Delli Colli
Música: Mario Nascimbene
Reparto: Mario Adorf, Anna Karina, Marie Laforêt, Lea Massari, Tomas Milian, Valeria Moriconi

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