Críticas
Un petardo sin mecha
Lo imposible
Juan Antonio Bayona. España, 2012.
Con tan solo dos películas en su haber, Juan Antonio Bayona parece estar llamado a convertirse en uno de los más precoces gurús del blockbuster. El apadrinamiento de Guillermo del Toro le proporcionó las condiciones económicas y las credenciales necesarias para que El orfanato (2007) triunfara en taquilla. Este único antecedente basta para entender que el director barcelonés llegara a disponer de 30 millones de euros para su segundo trabajo, Lo imposible, cinta basada en la experiencia de una familia española que sobrevivió al devastador tsunami que asoló las costas del sudeste asiático en 2004.
Lo imposible puede presumir de una sabia economía de producción; su nivel técnico roza la perfección. La espectacularidad con que se promociona el poder inclemente del agua no conoce precedentes audiovisuales. Sin embargo, el éxito de la fórmula puede devenir en un más que futurible mal endémico de nuestro cine, basado en la copia de modelos anglosajones, donde prevalezca el espectáculo frente al discurso o las maneras. Así, es normal que por instantes (solo por instantes) recuerde a la magnífica Titanic (James Cameron, 1997), cinta que, por otro lado, desplegaba su amplio catálogo de efectos especiales en la comodidad que confieren los interiores, y no en campo abierto como la cinta de Bayona.
Tras un acelerado prólogo, reproducido plano a plano en los machacones trailers televisivos de Mediaset, llega una verdadera exhibición de savoir faire con la catástrofe. El problema es que este nuevo paradigma de los efectos especiales del siglo XXI se diluye tras los diez minutos que dura el maremoto, y toda la cinta se arrastra, malherida y víctima de su propia técnica, a merced de su siempre poderosa fotografía. Aunque resulta más que suficiente para concluir que el apartado sonoro es su otro gran baluarte. Dota de realismo al tsunami para más tarde, y de manera antitética, sumergir toda la trama en la fantasía ilusoria de un relato sentimental epopéyico.
Esta fragmentación estilística (que no genérica, puesto que es una consecuencia lógica en una película de catástrofes) mantiene el tipo gracias a una falsaria diana de la que Bayona se enorgullece: el casting de los niños, que refleja claramente una potente dirección de actores de registro yanqui y, por ende, repelente. Cumplen con creces un trabajo mal orientado, ya desde el propio guion (o incluso, desde la ínfula del relato de María Belón). No es más que otra prueba de la penosa gestión que hace el cineasta español del componente dramático, canalizado en un sentimentalismo artificial, vacuo e irregular, que tan pronto se estanca como se pasa de frenada (en la escena del reencuentro familiar).
La principal razón del fiasco discursivo de Lo imposible reside en su pereza –y/o incapacidad– por afrontar un relato más que insólito (de hecho, si no estuviera basado en hechos reales, no habría quien se lo creyera) una vez sosegada la acción. Tras el tsunami se da pie a una interesante trama de supervivencia que el texto no se esfuerza en explotar (algo parecido a la lamentable deriva que oscureció, a partir de su segunda temporada, el éxito alcanzado por el arranque de la serie The Walking Dead ). Aquí cabrían dos justificaciones. La primera alegaría que, quizá al ceñirse muy literalmente al testimonio de la familia, no hubiera mucho más que contar. Pero si de algo puede presumir el cine es de una oferta infinita de posibilidades narrativas, por lo que se antoja mucho más plausible la opción de no querer contar, sustentada en la teoría de los no-personajes del crítico Juan Sardá, quien expone que no hay una presentación al uso de personajes, que solo son elementos compositivos con el único objetivo de lograr armonía visual; en palabras de Sardá, «a Bayona no le interesan tanto las personas de carne y hueso, las personas concretas con sus defectos y virtudes, sino su posición en el plano y su condición de símbolos de ‘lo humano'».
Por culpa de la contextualización física y tremendamente elíptica (otro recurso contrario a lo que suele funcionar en este tipo de filmes: la dilatación del clímax) de la división familiar, el desencuentro no supone un trauma tan jugoso como delicado a nivel emocional, y la única incertidumbre de todo el filme se concentra en el estado de salud de la madre, trama que aprovecha su morbo para (ahora sí) estirarse hasta la extenuación del espectador, es decir, hasta el final de la película. Bayona intercala en tan parsimonioso desarrollo redundantes planos generales de los estragos; sin embargo, más que disolver el cansinismo de una intriga muerta, parece que pretenda justificar a sus productores un dinero bien invertido.
Sin que implique una percepción insensible, cabe decir que Lo imposible no solo no conmueve, sino que llega a aburrir en aquellos momentos en los que, se entiende busca la lágrima (a excepción de pequeños detalles, como la escena de Geraldine Chaplin o el descubrimiento de la nota de la familia que murió en la playa). Las falsas expectativas –generadas en buena medida por la abrumadora campaña promocional a la que aludíamos antes– de que podríamos encontrarnos con una Titanic nacional, se esfumaron para albergar la sensación de estar viendo un largo capítulo de House en pantalla grande (y no es mala serie, ojo). Eso, sí, ya ha petado la taquilla.
Ficha técnica:
Lo imposible , España, 2012.Dirección: Juan Antonio Bayona
Guion: Sergio G. Sánchez
Producción: Belén Atienza, Álvaro Augustín, Ghislain Barrois y Enrique López Lavigne
Fotografía: Óscar Faura
Música: Fernando Velázquez
Reparto: Ewan McGregor, Naomi Watts, Tom Holland, Oaklee Pendergast, Samuel Joslin, Dominic Power, Sönke Möhring, Geraldine Chaplin, Olivia Jackson, Johan Sundberg
2 respuestas a «Lo imposible»