Críticas

El mal susurra desde las sombras

Longlegs

Osgood Perkins. EUA, 2024.

Póster promocional de LonglegsOsgood Perkins es ya un indiscutible del género de terror. Con cada película ha ido construyendo un universo propio, tan malsano como evocador, sustentado con elementos que empiezan a ser reconocibles en cada película. La elegancia inquietante que imprime en sus imágenes produce sensaciones alejadas a los espectáculos habituales, centrados en el susto fácil de tren de la bruja.

Longlegs (Osgood Perkins, 2024) es el estilo de Perkins llevado al paroxismo, entrada por la puerta grande al reconocimiento de crítica y público tras una carrera corta pero, desde mi punto de vista, impecable en sus intenciones. La coherencia interna de su cine ha propiciado el innegable sentido de la autoría que le pone por encima de la media, sin perder de vista el género en el que se inscriben las películas que dirige.

De hecho, la personal apuesta del director le ha mantenido alejado del aplauso masivo que consigue ahora con esta última entrega, pero, en perspectiva, ha dejado para el recuerdo alguna de las películas más originales en el espectro del horror de los últimos años. Desde su extraño y melancólico debut, titulada de manera torticera en castellano como La enviada del mal (The Blackcoat’s Daughter, Osgood Perkins, 2015), quedan plasmadas las ideas subyacentes en el cine de Perkins.

La soledad, la idea de otredad, del outsider, de los márgenes y recovecos en donde se arrastran sombras invisibles para el ojo del común de los mortales o la reivindicación de lo extraño, son los elementos básicos del discurso fílmico de este director único, obsesionado sobre todo con la idea del mal, de sus muchas formas, y de cómo encuentra siempre un mínimo agujero para colarse en nuestras vidas de forma dramática.

Para mayor fuerza en ese discurso, Perkins encuentra formas tan elegantes como escalofriantes al contar sus historias. El desconcierto ante la normalidad extraña que rodea sus relatos es la sensación primordial que experimenta el espectador. Hay cierta contradicción en términos entre la neblinosa puesta en escena, una especie de gótico urbano minimalista y cadencioso, y la brutalidad con la que resuelve en los momentos clave. Consigue este poderoso efecto sin cambiar el tono, ni siquiera el ritmo de la narración. La conexión de las piezas resultan en conjunto indiscutible.

La obsesión como tema en LongLegs

Longlegs lleva todo el universo de Perkins a un punto de encuentro en el que, además, se rodea de referencias de primer orden, en un brillante híbrido de géneros, que muta hacia lo macabro con cada escalón en el definitivo descenso a los infiernos. Las respuestas a las incógnitas ofrecidas por la trama sobrevuelan esta historia acerca del trauma y la obsesión. Disfrazado de thriller, desde el minuto uno sentimos el eco de lo fantástico derribando los muros de la realidad, hasta que lo macabro y grotesco se hace dueño de cada escena.

En principio, Longlegs nos ofrece una caza del asesino al uso. Lo que ocurre es que este depredador desconcierta a los investigadores por lo incomprensible de sus métodos. En más, salvo por pequeñas conexiones, en esos crímenes no siquiera hay un asesino múltiple.

Para dar sentido al caso el FBI confía en Lee Harker, joven agente del FBI que ha demostrado un talento muy especial para la resolución de esta clase de encrucijadas. Y es que Lee es una persona muy especial, un tanto ajena a la realidad, obsesiva y metódica. No solo eso, con cada pista, con cada descubrimiento, Lee sospecha que hay algo más, que todo indica que la conexión con el asesino es personal.

Perkins, sin perder ni un atisbo de personalidad, nos lleva a un universo en el que es imposible no intuir influencias de primer orden. Seven  (David Fincher, 1995) o Twin Peaks son dos poderosos e inevitables referentes en el conjunto de la propuesta, por la resonancia de esa idea de un mal imposible que destruye todo a lo que nos aferramos. En especial, Perkins centra su atención en el concepto de familia, quizá el lugar de seguridad por excelencia, que se pervierte de formas siniestras.

Fotograma de Longlegs

Lo curioso es que Perkins no se esconde, y tenemos la identidad del asesino desde la primera escena. Nicholas Cage en modo histriónico desatado, en esos papeles que él tanto disfruta, construye un ser repugnante, que en ocasiones es tan exagerado que roza lo paródico. Pero este monstruo, como descubrimos paso a paso, no es más que una pieza del lúgubre juego de muñecas rusas, donde cumple la función de enviado o profeta, más cercano al Renfield de Drácula que al astuto asesino de la citada Seven. Como decía al principio, el mal tiene muchas formas.

Las gotas de satanic panic y de maternidad perversa son el aderezo final para este incómodo e hipnótico paseo por el lado oscuro. Perkins ofrece belleza melancólica y atmosferas inquietantes que se rompen con salvajes explosiones de violencia que quiebran las propias reglas del relato. Los pequeños detalles, eso que se muestra de manera velada, la puesta en escena lánguida y plomiza como un eterno día de lluvia, se meten dentro del cuerpo del espectador, entrecortan la respiración, nos confunde y nos inquieta. El magistral uso del sonido en momentos clave se clava como un cuchillo, dejando escenas tan brutales como memorables, que se incrustan en nuestra memoria cinéfila.

El cine de Perkins es sobrecogedor, alejado de toda amabilidad o redención. El universo es un lugar oscuro sin esperanza, y el mal es lo único absoluto. Las únicas formas de afrontar esta realidad son la locura, la muerte, o abrazar ese horror, con las consecuencias fatales que eso conlleva, recorriendo un camino cuyo peaje es nuestra propia humanidad.

 

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Ficha técnica:

Longlegs ,  EUA, 2024.

Dirección: Osgood Perkins
Duración: 101 minutos
Guion: Osgood Perkins
Producción: C2 Motion Picture Group, Saturn Films, Neon, Range Media Partners
Fotografía: Andrés Arochi
Reparto: Maika Monroe, Nicolas Cage, Blair Underwood, Alicia Witt, Jason Day

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