Críticas
La vanitas de la juventud
Los exiliados románticos
Jonás Trueba. España, 2015.
“Podría pasarme la vida lamiéndome las heridas y aun así no cicatrizarían…” reza la oda al amor efímero de Tulsa y leitmotive de Los exiliados románticos. La clave es avanzar, avanzar pero sin dejar puertas entreabiertas por el camino, a ser posible. Eso es justo lo que parece intentar mostrarnos el joven director Jonás Trueba. Su película entona un modo de pensar y vivir en ese precipicio imaginario que limita los últimos días de juventud. Jugar al equilibrismo sobre aquél, tal y como un psicólogo recomendaría, servirá para no dejarse dominar por el vértigo y poder coger el toro por los cuernos.
Los exiliados románticos no carece de contenido ni mucho menos, pero más que nunca hay que prestarle atención a la forma. Una cita explícita impresa en pantalla y escrita de corrido marca el estilo de tan apetecible propuesta: “a finales del verano pasado recorrimos 4000 km., en 12 días rodamos una película sobre la marcha como si fuera un último año de juventud…”. Tal cual, pero es preciso matizar. Aunque en ocasiones pueda parecer lo contrario, Jonás esquiva la improvisación pura, más bien tendríamos que hablar de rodaje intuitivo, desde una base seguramente macerada a diario hasta el dolor de cabeza. Porque todo surge de una idea, y es esa idea el germen que despliega una serie de episodios que sí son construidos sobre la marcha.
La frescura de un rodaje espontáneo y natural hace que nosotros como espectadores tengamos una visión muy subjetiva. Consigue que seamos uno más en la furgoneta naranja. No tardaremos en vernos reflejados en algún personaje, por lo reconocible de las situaciones, las bromas y perturbaciones emocionales, con ese aire continuo de cámara oculta tan acertado.
Como curiosidad, comentar que los personajes y los actores comparten nombre. El espíritu de «colegueo» del equipo está en el ADN de la película, perfectamente proyectado por los protagonistas: “Dejamos de ser un equipo de cine para ser un grupo de amigos que se une para conseguir aquello que se han propuesto”, son palabras del historiador de cine y actor Luis E. Pares, que confirman la sensación de fusión (que no confusión) entre rodaje y realidad. Algo que verdaderamente han conseguido, no sin ciertos elementos para el debate.
Luis, precisamente, es el personaje que requiere un enfoque diferencial. Sus diálogos y expresiones son los más naturales, en modo “no actuación”. Sin embargo, también es cierto que suscita una interesante y contradictoria sensación de intrusismo en ocasiones y de perfecta mímesis con la atmósfera espontánea en otras tantas.
El resto del elenco, tanto masculino como femenino, armoniza sin más cuestiones. Si bien es cierto que el punto de vista es el de los chicos, los roles femeninos están muy bien dibujados, y para nada son accesorios. Los enredos entre los personajes se organizan en tres encuentros, pasando por tres ciudades: Madrid, Toulouse y París. Uno de los mejores es la valiente quedada de Vito con Vahina en una terraza parisina, a todo o nada. Cual “caminante sobre el mar de nubes” pintado por Friedrich, Vito se enfrenta al abismo del rechazo. Difícil mantener la compostura frente a tal estriptis emocional, tan bien llevado por ambos actores. Sin duda, resulta la más teatral de todas las escenas y, seguramente, aquella con la que más empaticemos. Es la paradójica respuesta que desvela nuestra percepción de lo real frente a lo alegórico de una toma menos “auténtica”, por mucho que exista más que menos porcentaje de improvisación interpretativa en ella.
Cada deuda personal pendiente se cobra de forma muy diferente. Todo depende de cada personalidad. Desde la seguridad bohemia de Luis hasta las dudas de Francesco, que son las dudas a las que se enfrenta esa idea juvenil que pone mala cara a toda clase de grilletes. Ataduras que no forman parte del diccionario de la atractiva Isabelle Stoffel, y que sí concibe Renata, aunque sea desde el compromiso menos atenazado, que refleja una personalidad mucho más líquida.
Capítulo aparte merece la música hipnótica de Tulsa. No sólo acompaña la cinta sino que se trata de uno de los personajes principales, y no uno cualquiera, sino uno definidor de sus procesos, contradicciones y motivaciones personales. Los encuentros con sus temas, además, preparan al espectador para estructurar el esquema narrativo en episodios. Es curioso cómo las secuencias musicales entienden la psique de los personajes y sus circunstancias casi mejor que los propios diálogos entre ellos. Funciona casi como un coro de las tragedias clásicas, pero al estilo indie.
El tercer largometraje de Jonás Trueba, premio especial del Jurado en el Festival de Málaga, es una road movie peculiar, orgánica y por qué no decirlo, necesaria. Necesaria por su alergia al producto prefabricado. Su director ha conseguido lo más difícil, convertir una premisa, un tanto loca, en un ejercicio que exhala tanta vitalidad como el mismo romanticismo decimonónico, tanta ligereza como una travesura entre amigos y tanta dificultad como la de construir un collage tan minimalista en lo accesorio como barroco en lo esencial. Porque la juventud también llega, tarde o temprano, a ese temido memento mori.
Tráiler:
Ficha técnica:
Los exiliados románticos , España, 2015.Dirección: Jonás Trueba
Guion: Jonás Trueba
Producción: Los Ilusos Films
Fotografía: Santiago Racaj
Música: Tulsa
Reparto: Vito Sanz, Renata Antonante, Francesco Carril, Isabelle Stoffel, Luis E. Parés, Vahina Giocante
Éste crítico cada vez me gusta más gran evolución te felicito Mario tus explicaciones me facilitan la comprensión del cine