Críticas
La resurrección de Dreyer o el paraíso de la indecisión
Luz silenciosa
Carlos Reygadas. México, 2007.
La elegante Luz silenciosa, de Carlos Reygadas, Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2008, nos habla de la infidelidad y sus consecuencias, en un bella pieza fílmica con reminiscencias dreyerianas.
El argumento es sencillo. Johan, el patriarca de una familia menonita, que reside en el estado de Chihuahua al norte de México, está casado con Esther. Tienen siete hijos. Desde hace casi dos años mantiene relaciones con Marianne, otra menonita de la comunidad. Johan sabe que, muy a su pesar, no puede seguir así y debe tomar una decisión.
El cine del mexicano Carlos Reygadas es poco convencional, y su obra ha sido reconocida por la crítica y consagrada en el Festival de Cine de Cannes. Historias muy personales, filmadas muchas veces con actores no profesionales, donde las relaciones familiares, la desnudez y el sexo sin tapujos, el paisaje y un sentir existencial forman parte de su narrativa.
El primer plano de Luz silenciosa, bellísimo per se, nos muestra con dilación un hermoso amanecer, acompañado de los sonidos de la naturaleza, que deja atrás la oscuridad de la noche. Así también, las indecisiones y falta de claridad de Johan (el actor no profesional Cornelio Wall), atrapado entre el deber y el amor, creará una situación emocionalmente difícil que tardará en ver la luz. Tanto para su esposa Esther (Miriam Toews), quien sabe de la aventura de su marido, como para su amante Marianne (María Pankratz), no es fácil vivir en el reducido espacio de la comunidad menonita esperando un desenlace que no llega.
Si hay un elemento que predomina en Luz silenciosa es precisamente ese, la luz. La historia se desarrolla casi siempre de día y las escenas están dotadas de una gran luminosidad y mucha profundidad, siendo muy escasos los momentos nocturnos. De hecho la película abre con un amanecer y cierra con un anochecer. Entre medio hay una única escena nocturna que servirá para que Johan llore sus penas, arropado por la oscuridad, sin que su esposa se percate de ello. El resto del tiempo, la luz y los blancos son protagonistas de una historia en la que, por contraposición, la oscuridad se ha instalado en Johan, incapaz de tomar una decisión que aclare las cosas. Todos sabemos que la oscuridad, a veces, puede ser muy cómoda.
Los menonitas son una comunidad campesina de costumbres sencillas y vida austera y así son las imágenes que nos devuelve Reygadas para narrar la historia. Planos limpios, ordenados, sencillos y sin alardes, en los que el ritmo pausado transmite paz, pese al drama que se vive en silencio.
Tal vez por eso, en una de las escenas emocionalmente más exaltadas y que más sentimiento transmite, Reygadas rompe la forma y el ritmo pausado para escoger un plano circular, en el que Johan, subido en su coche, canta feliz, mientras da vueltas alrededor de su amigo Zacarías, proclamando así, a los cuatro vientos, su amor por Marianne. También Reygadas utilizará un plano circular de 360 grados para contar la conversación que tiene Johan con su padre, en donde le pide consejo. Después de captar a ambos hablando, la cámara los abandona lentamente, mientras da la vuelta completa al espacio y nos muestra el punto de vista de ambos, es decir, los campos de cereales, a la vez que nos invita a reflexionar junto a ellos. ¿Qué consejo debemos darle a Johan? ¿Debe permanecer con Esther o debe irse con Marianne?
La historia que se nos cuenta es sencilla y simple, lineal, sin recovecos. Sobria, narrativamente, se podría contar en un espacio muy corto de tiempo, pero se perdería toda la magia y el hipnotismo que tiene la cinta. Son el ritmo pausado y el tempo que adquiere la historia los que le van dando sentido y peso dramático. El director se sirve tanto de los personajes como de su estar tranquilo para dilatar el tiempo. Las acciones se suceden sin prisas, para crear una atmósfera sosegada (ni la pasión de los amantes ni los niños y sus juegos la rompen). Los planos tienen cierta morosidad, cierta quietud. La cámara no se mueve o realiza zooms apenas perceptibles. El montaje estira los planos sin impaciencia. Las imágenes estáticas permiten momentos de reposo en los que todos, actores y público, reflexionamos sobre la historia de Johan y sobre nuestras vidas, acompañados por el silencio y la luz.
Pero Johan, sumido en sus indecisiones, no puede detener la vida del resto del mundo, y tanto Marianne como Esther reaccionarán. Ambas son conscientes de la necesidad de una resolución. Ellas precipitarán la historia, en un innegable homenaje al gran maestro Dreyer y a su película Ordet (1955). Es ahí cuando nos percatamos de que, de alguna manera, el espíritu de Dreyer ha estado sobrevolando durante toda la cinta, aunque fuera en la última media hora, cuando Reygadas le deja paso, de forma respetuosa, para que “resucite” y tome las riendas. De hecho, en la consulta médica, el director nos hace un guiño. Sobre la pared podemos leer un letrero que incluye claramente la palabra “Borgen”, que en alemán significa “prestado”, pero en danés (idioma de Dreyer) se traduce como “castillo”, justo el apellido de la familia protagonista de Ordet, los Borgen.
Último plano, a modo de cierre, como partitura, se repite el motivo con el que se inició la película, pero si entonces amanecía, ahora anochece. La imagen bellísima, con los sonidos de la naturaleza, nos llevará a la noche. La luz, silenciosamente, llega y se va todos los días, independientemente de todos los dramas que nos acontezcan. Es ley de vida. Como es ley de vida que nuestros caminos no se detengan. Si no tomamos decisiones, la vida las tomará por nosotros.
Tráiler:
Ficha técnica:
Luz silenciosa , México, 2007.Dirección: Carlos Reygadas
Duración: 142 minutos
Guion: Carlos Reygadas
Producción: Coproducción México-Países Bajos (Holanda)-Francia-Alemania; Mantarraya Producciones / No Dream Cinema / Bac Films / Estudios Churubusco S.A / arte France Cinéma / FOPROCINE / Motel Films / IMCINE / Ticoman
Fotografía: Alexis Zabé
Reparto: Cornelio Wall, Miriam Toews, Maria Pancratz, Elizabeth Fehr, Jacobo Klassen, Peter Wall