Críticas
El precio del poder
Macbeth
Justin Kurzel. Reino Unido, 2015.
Adaptar al cine las obras de William Shakespeare siempre ha sido un gran reto. La fuerza de las palabras de sus versos para evocar al mismo tiempo la inmensidad del mundo exterior y la intimidad de las pasiones y debilidades humanas, aunar grandeza y miseria, y en definitiva impregnar a sus personajes de una humanidad estremecedoramente tangible ha llevado a que las historias pensadas en un primer momento para las tablas del escenario hayan sido absorbidas por el mundo del celuloide, sin posibilidad de resistir la tentación de apropiarse de un material tan rico en posibilidades de ser explotado visual y narrativamente.
Transponer la tinta del bardo de Strafford al universo cinematográfico es un reto, sí, y quizá por ello un gran número de directores ha pretendido incorporar a su trayectoria vital un toque distintivo, un broche de oro (que bien lo vale), consiguiendo una exitosa adaptación de alguna de sus obras, a raíz de transferir la inmortalidad y transcendencia que encierran cada una de sus palabras y diálogos a la versatilidad plástica de la imagen. Ese intento lo han llevado a cabo cineastas de la talla de Laurence Olivier, Orson Welles, Joseph L. Manckiewicz, Roman Polanski, Franco Zeffirelli o el más “shakespeareano” de todos, Kenneth Brannagh, en diversas interpretaciones, pero no todos han llegado a plasmar con la sutileza y energía necesarias la emoción y evocación ambiental inherente en cada verso.
De acuerdo con lo expuesto, en este sentido puede afirmarse que el Macbeth del australiano Justin Kurzel, de quien este es su segundo largometraje después de Snowtime (2011), es uno de los afortunados casos que han conseguido demostrar que el universo del dramaturgo isabelino puede sentirse y disfrutarse, pero sobre todo entenderse, a través del lenguaje de la imagen sin desatender a la necesidad de comprender el protagonismo que ha de tener la palabra. Pero permitiendo, al mismo tiempo, que su partenaire visual pueda extenderse a sus anchas y desarrollar todo su potencial y fuerza estética evocadora hasta crearse una contundente y magnífica dialéctica, en el sentido hegeliano de confrontación de opuestos, entre estas dos formas de lenguaje. Es decir, este nuevo Macbeth se erige como una inteligente reinterpretación del clásico conocido, reformulado en clave de gran actualidad, en un perfecto equilibrio que da como resultado la posibilidad de sumergir al espectador en una experiencia sensorial arrolladora, técnicamente impecable, estéticamente portentosa y sublime, y cinematográficamente exquisita.
La historia de Macbeth es de sobra conocida: Escocia, siglo XI. Macbeth (Michael Fassbender) es un Duque sometido a la autoridad del rey Duncan (David Thewlis) y casado con Lady Macbeth (Marion Cotillard), una mujer de carácter dominante e instigador. Sumergido en una larga y cruenta guerra, Macbeth recibe la nueva por parte de unas brujas en mitad de una batalla de que su destino es ser el rey de Escocia. A partir de ese momento, la ambición y sed de poder harán que mate a su rey y empiece una espiral de dolor, arrepentimiento, tragedia y sufrimiento en la que el matrimonio ilegítimamente ascendido a la realeza se verá arrastrado a la autodestrucción, en un intento de suplir la carga de un trauma afectivo con el peso de una corona manchada de sangre.
Posiblemente, uno de los mayores aciertos del filme sea su reparto. Dos magnéticos Michael Fassbender y Marion Cotillard en los papeles de Macbeth y Lady Macbeth, respectivamente, acaparan cada plano, y sus diálogos se convierten en piedra angular del duelo interpretativo entre los dos protagonistas. En este caso, Lady Macbeth se define más que como ardid principal de la locura de su marido, como igual víctima de los deseos y acciones que ambos llevan a cabo. Hay que destacar, no obstante, el trabajo de Paddy Considine y David Thewlis como Banquo y Duncan, respectivamente, un sólido apoyo que refuerza la calidad de la cinta. A esto se suman unos diálogos ingeniosamente transpuestos al celuloide por el triple trabajo de los guionistas Jacob Koskoff, Michael Lesslie y Todd Louiso, con un gran respeto por la esencia del original, aunque incluyendo como licencia propia el hecho de la pérdida de un hijo por parte del matrimonio Macbeth como desencadenante de la búsqueda de ambición y locura posterior.
Si bien es cierto que se ha intentado promocionar la cinta como una especie de adaptación shakespearana en la línea de Juego de Tronos (Game of Thrones, D. Benioff y D. B. Weiss inspirado en las novelas de G.R.R. Martin, 2002-2012), esto es, ambientación medieval envolvente, acción hemoglobínica, brutalidad explícita, muertes violentas numerosas e inesperadas y espectaculares efectos visuales. Hay que decir que la película de Justin Kurzel merece no ser concebida bajo la sombra de la serie de la HBO, puesto que entre otros aspectos, como dice el propio Kurzel, la misma historia de los reinos de Poniente se inspira en gran parte en el gusto por la tragedia y los conflictos por el poder que se plasman en las obras del bardo, al fin y al cabo, su inagotable actualidad es uno de sus rasgos internacionalmente aceptados. Es verdad que hay sangre, muerte y excelentes efectos visuales, pero la sofisticación en el excelente trabajo de fotografía realizado por Adam Arkapaw, el cuidado por los paisajes y la ambientación de los escenarios y el milimétrico guion hacen de este Macbeth una obra singular y única que resalta por su íntima grandeza y la sitúan entre los títulos más interesantes del momento.
Tanto Orson Welles como Akira Kurosawa o Roman Polanski se han visto fascinados por las múltiples posibilidades y facetas que ofrecía el personaje de Macbeth para llevarlo a la gran pantalla, y todos ellos le han aportado también su toque singular y personal. En el caso de Justin Kurzel, quizá la clave que define su particular adaptación del clásico sea el tratamiento asignado al paisaje, al entorno. La fría y húmeda Escocia, sus neblinas y el barro y suciedad de la batalla se hacen palpables al espectador, quien queda atrapado por la inmensidad e imponencia de una naturaleza salvaje y dura que contrasta (en acertadísimo ejercicio estílistico de contrastes entre luces y sombras, serenidad y movimiento) con la recreación de los espacios interiores.
El tratamiento de los espacios y las escenas, a través del control de la velocidad del movimiento, alcanza su máxima expresión en las secuencias de batalla, filmadas con una espléndida habilidad en el uso de la cámara lenta, que contribuye a crear una atmósfera de acción bellamente ralentizada, perfecta para introducir el episodio de la aparición de las cuatro brujas (interesantemente retratadas) que darán a nuestro protagonista la noticia que despertará su fatal ambición.
En definitiva, Justin Kurzel ha asumido la dificultad de trasponer los versos del clásico de Shakespeare al universo cinematográfico con el genio de algunos de sus antecesores como Welles o Kurosawa, esto es, manteniendo la esencia, pero introduciendo la singularidad de la propuesta del realizador. En este sentido, este nuevo Macbeth ha conseguido ser una muy acertada revisión del original, actualizándolo y permitiendo que el poder de la imagen se mida en condiciones de fuerza e imponencia con la belleza de las palabras.
Tráiler:
Ficha técnica:
Macbeth , Reino Unido, 2015.Dirección: Justin Kurzel
Guion: Todd Louiso, Jacob Koskoff y Michael Lesslie
Producción: See-Saw Films/DMC Film
Fotografía: Adam Arkapaw
Música: Jed Kurzel
Reparto: Marion Cotillard, Michael Fasbender, David Thewlis, Sean Harris, Paddy Considine, Elizabeth Debicki, Jack Reynor
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