Manolete

Se dice que una mala tarde la tiene cualquiera. Aplicándolo al mundo de los toros, la casualidad se convierte en causalidad. Los entendidos en la materia saben y analizan por qué se produce tan aciago acontecimiento: cómo han actuado los toros, cómo ha lidiado el torero… También es algo que los aficionados saben distinguir. Parecido ocurre en el cine, salvando las distancias e introduciendo algún que otro parámetro más, como el de ser un fenómeno cultural de masas más extendido. En esta materia, la rareza se hace presente cuando crítica y público coinciden en elogios hacia un filme. Curioso este mundo del cine… El fenómeno se convierte en extravagante cuando ambos bandos, supuestamente enfrentados, están de acuerdo en desaprobar una determinada cinta. En la película de Menno Meyjes se atisba esta última anomalía.

Manolete viene precedida por numerosos problemas de producción, montaje, distribución e impagos que la llevaban a ser estrenada en España ocho años después de su finalización, con un número casi simbólico de copias y con ocho versiones del filme en cuestión. El culebrón cinematográfico ha llenado páginas en las secciones de cultura de los periódicos y ha alimentado una expectación en cuyo epicentro se encontraba la figura de Adrien Brody, un ‘Manolete’ físicamente calcado.

La película de Meyjes retrata los últimos momentos del diestro, antes de que el toro Islero acabara con su vida en la plaza de Linares, Jaén. En este mismo día, a modo de presagio, su protagonista recordará diferentes momentos de su existencia desde el inicio de su carrera. Más allá de este breve resumen biográfico, la cinta desarrolla fundamentalmente el romance entre Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, ‘Manolete’, y la actriz Lupe Sino.

Sin desmerecer la elección del tema elegido, se echa de menos todo lo que se podría haber relatado y no se hace, o se hace a modo de retazos: la España de la posguerra, el mundo del toreo, la figura de un matador muerto a los treinta años, referente en la tauromaquia… Pero Manolete cuenta lo que cuenta, un idilio apasionado entre dos personajes de los años cuarenta.

Más allá de la sinopsis, el trabajo se presenta muy deslavazado, donde el recurso narrativo del flashback, pilar que fundamenta e inunda todo el filme, no es capaz de sostener la estructura general. El uso y abuso de esta técnica provoca un ligero desconcierto en el espectador.

El desarrollo de la historia cabalga entre el quiero y no puedo, entre pretender contar la relación de los protagonistas y salpicar sin profundidad ni belleza cinematográfica el mundo del toreo. Este último aspecto llega a su súmmum más estrafalario en su final. Donde una sucesión de imágenes supuestamente cargadas de dramatismo se diluyen gracias a su simpleza.

En la conclusión no solo residen los equívocos de la película. Símiles de fácil comprensión y evidentes bañan Manolete a lo largo de su hora y media y se  convierten en un error narrativo más. El paralelismo entre el sexo y la lidia es un ejemplo palmario. Poco hay que apuntar sobre el trabajo actoral más que recalcar el acierto de escoger a Adrien Brody como protagonista por su parecido con el ‘Manolete’ original, algo que, no obstante, no es mérito suyo. La picota de esta tarta amarga la pone la música o, más bien, su exceso.

Los augurios a veces se cumplen, incluso los rumores, y aunque quieras desprenderte de ellos te acompañan en tu viaje hasta que puedas confirmarlos o desmentirlos. En este caso, Manolete se suma a otros títulos que, a lo largo de la historia del cine, anunciaban su muerte antes de estar vivos. Pero una mala tarde la tiene cualquiera, te llames ‘Manolete’ o Menno Meyjes.

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