Festivales
Mar del Plata 2017
La Rambla de Mar del Plata amaneció intervenida por Marcos López, en una fuerte constatación de los cambios sufridos por el Festival en su 32° edición, empezando por su director artístico, Peter Scarlet, nombrado por el INCAA para reemplazar a Fernando Martín Peña, y la productora, Rosa Martínez Rivero. El festival se desarrolló con algunos inconvenientes los primeros días, pero luego retomó su ritmo habitual, convocando a un público que le es fiel y que colma cada año las salas. En esta oportunidad, la fiesta del cine se vio ensombrecida por la tragedia de los 44 tripulantes del submarino hundido en el fondo del mar que, al día del cierre de nuestra publicación, seguían desaparecidos y sin esperanza de que arriben vivos a la Base de Mar del Plata.
La sombría desesperanza no impidió las programadas Charlas con Maestros, donde asistimos al retorno del francés Claude Lelouch, quien obtuvo su primer premio en 1965, por Une fille et des fusils, otorgado por este Festival: “Tal vez, gracias a Mar del Plata fue que después pude filmar 47 películas más”, afirmó. El encuentro con el director francés, de quien se programó una retrospectiva, fue ameno. Habló de Un homme et une femme, exhibida en el Festival, de cómo escogió a su actriz, Anouk Aimée, una mujer común, preferible a la contundente presencia actoral de Romy Schnider; de la importancia que tiene el director de fotografía en una película y de la simbiosis que debe alcanzar con el realizador; así como también de sus encuentros y desencuentros con los integrantes de la Nouvelle Vague. Mencionó sus conflictos con la crítica, obteniendo como balance que “la única crítica que cuenta es el tiempo, y el tiempo me ha favorecido”. Es muy optimista sobre el futuro del cine, ya que “las mejores películas están por hacerse, las nuevas tecnologías permiten registrar más fácilmente las emociones” y lamenta que no le quede mucho tiempo para ver esa transformación del cine. Fue una charla amable.
La gran presencia francesa en el festival contó con la visita de Sylvie Pialat, productora independiente francesa y esposa de Maurice Pialat, de quien se ofreció una retrospectiva. Se considera una aliada de los cineastas y cree que una productora siempre se debe quedar con la sensación de que se podría haber logrado algo más y mejor. Ha producido poco menos de 50 películas: además de las de su esposo, las de realizadores como Emilie Deleuze, Xavier Beauvois, Abderrahmane Sissako y Lisandro Alonso. Hace dos años fue premiada por L’Académie des Arts et Techniques du Cinema como la mejor productora.
También nos visitó Vanessa Redgrave, no sólo como protagonista de innumerables películas, sino también como activista política y social. Presentó su ópera prima como directora, Sea Sorrow. Se puso detrás de la cámara a los 80 años, para plasmar la impresión que la invadió al ver la fotografía de Alan Kurdi, el niño que llegó a bordo de las pateras y, exhausto, en la playa encontró su final. Su película reúne imágenes de archivo desde su niñez, como refugiada de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente plagado de fotos y videos desgarradores de refugiados que buscan vivir en paz. No fue una charla amable, vive aprovechando los minutos y siente que hay cosas mucho más importantes para hacer en la vida. Como atender el drama de los tripulantes del submarino, en lugar de hacerle preguntas ociosas sobre su actuación en Blow-Up (1966) para Antonioni, también programada en el Festival, aunque no dejó de reconocer que esa experiencia fue “un regalo de la vida”.
Uno de los encuentros más esperados y que, lamentablemente, no se llevó a cabo por problemas de salud fue la presencia de Lucrecia Martel. La directora de la recientemente estrenada Zama tenía previsto brindar una conversación para proponer el acercamiento al cine desde una perspectiva auditiva.
Una conferencia más técnica y especializada fue la que expusieron el italiano Davide Pozzi, director de L’Immagine Ritrovata, laboratorio especializado de la Cineteca di Bologna, y Josef Lindner, responsable del archivo fílmico de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood. La conferencia, que buscaba concientizar sobre la necesidad de preservar la memoria fílmica del cine universal, se dio en el marco de la sección Clásicos Restaurados, y las películas objeto del estudio fueron Blow-Up (Michelangelo Antonioni, Italia, Reino Unido, 1966), Lucía (Humberto Solás, Cuba, 1968) y All that Jazz (Bob Fosse, EUA, 1979), exhibidas en el evento marplatense.
Como cada año, hubo cantidad de encuentros con realizadores, especialistas y críticos. Hemos reseñado apenas algunos, como la presentación de libros, entre los que destacamos Hablemos de cine, volumen 1, editado con motivo del 50º aniversario de la histórica publicación peruana. Fue presentado por su editor, Isaac León Frías, y está dedicado a los cines de Perú y de Latinoamérica cubiertos por los críticos de la revista. También el director del Instituto Lumière de Lyon y delegado del Festival de Cannes, Thierry Frémaux, presentó Selección Oficial, libro que relata el proceso de selección de películas para un gran festival, con un importante anecdotario que forma parte de la extensa publicación. Y en el campo local, Mariano Oliveros, analista de taquilla, presentó Yo veo cine argentino, donde analiza el consumo cinematográfico de la última década y la manera en que se producen y venden las películas nacionales.
En la Competencia Internacional, el Astor de Oro a la Mejor Película se lo llevó Wajib, una coproducción entre Palestina, Francia, Alemania, Colombia, Noruega, Qatar y Emiratos Árabes Unidos. Su protagonista, Mohammad Bakri recibió el Astor de Plata al Mejor Actor. La directora palestina Annemarie Jacir, autora del cortometraje Like Twenty Impossibles, el primero de su país seleccionado para el participar en el Festival de Cannes. También es la primera mujer en filmar un largometraje, Salt of this Sea (2008), en su tierra.
Para los palestinos, wajib significa mandato. Abu Shadi, un profesor divorciado, y su hijo Shadi, un arquitecto radicado en Italia desde hace 20 años, tienen el mandato de repartir las tarjetas de matrimonio de Amal, hija de Abu y hermana de Shadi. Annemarie Jacir centra su historia en el recorrido que realizan los dos hombres por una ciudad sitiada, devastada por la guerra y la ocupación, visitando a familiares y amigos. La mirada extrañada de Shadi confrontará con el acostumbramiento de Abu a una situación que le ha ganado en años. Los recuerdos de una infancia llena de preguntas y transcurrida bajo un país en conflicto, la figura de una madre ausente y la revelación de una ciudad caótica con pobladores apáticos provocarán el desencuentro con la figura paterna y la ciudad natal. La situación política y social es el telón de fondo de una historia íntima, familiar, que se sirve de los episodios de cada visita que realizan para subrayar las diferencias entre los dos hombres. Apelando al flashback y a la iluminación expresiva, Jacir logra construir una historia de aristas irreconciliables que solo pueden ser suavizadas a través del amor y la comprensión del otro.
El Astor de Plata al Mejor Director fue para Valeska Grisebach por Western, una coproducción de Alemania, Bulgaria y Austria. Construida sobre la base de una story line simple y con grandes espacios de improvisación por parte de los actores (no profesionales), se narra la historia de un grupo de alemanes que van a trabajar en la construcción de una central hidráulica en una zona rural búlgara. Los hombres quedan solos en territorio extranjero. El pasado del personaje principal, Meinhard, en la Legión Extranjera lo impulsa a acercarse a los locales para intentar entablar una conversación. ¿Los foráneos vienen a desestabilizar el lugar o los locales cierran toda posibilidad de contacto por desconfianza? A lo largo del filme podremos asistir a la situación precaria del trabajo, al recelo entre gentes de diferentes nacionalidades, al abuso del hombre sobre la mujer, a la imposición de una orden por la fuerza… Pero hay un rayo de luz, la búsqueda de comunicación entre los nuevos amigos puede ser una posibilidad de superación de la condición humana. Con toques de humor, sobre todo en las escenas en que los extraños se esfuerzan por comunicarse, se supera la tensión instalada desde un comienzo.
Con el Astor de Plata al Mejor Guion fue premiado el coreano Kim Dae-hwan por The First Lap (Cho-haeng). Narra la historia de una pareja formada por una aspirante a artista y un joven empleado. La noticia del embarazo supone una crisis en su relación. Ambos visitan a sus respectivos padres, y en ese encuentro no solo notarán las diferencias sociales y culturales que los separan, sino también se darán cuenta de que no quieren verse reflejados en el espejo familiar que les ofrecen sus progenitores. Pronto sobrevienen los reproches, que chocan con la realidad de su situación inmediata. En un intento de salvación, la pareja emprende un viaje, que implica, también, una nueva vida, sostenida por los seis años que llevan juntos. Material de archivo contextualiza la situación social y política de Corea del Sur en 2016, cuando la población pide la renuncia del presidente Park Geun-hye. La historia de estos jóvenes no es aislada, quizá pertenezcan a la primera generación de universitarios en sus familias y el modelo de sus antepasados no necesariamente sea el que mejor les calza a sus vidas. Una historia pequeña, que sucede en pocos días, cuenta con naturalidad los desencuentros generacionales y el peso de las tradiciones. Las imágenes de su intimidad, cobijados por la ropa de cama, habla de una ternura capaz de todo. Con esa imagen nos quedamos para augurar un mejor futuro para los jóvenes.
Eili Harboe recibió el Astor de Plata a la Mejor Actriz por Thelma, coproducción de Noruega, Suecia y Francia. Narra la historia de una adolescente con poderes sobrenaturales que logra escapar de un ambiente rural, extremadamente religioso y opresivo, para estudiar en Oslo. Allí no logra encontrarse a gusto, hasta que conoce a Anja, una compañera mucho menos tímida, que despierta en ella sentimientos y emociones que le han enseñado a reprimir. El conflicto nace en la relación amorosa con su amiga, cuando debe, sin saber cómo, controlar sus fuerzas ocultas, capaces de destrozar literalmente al ser amado. Admirador de Brian de Palma, David Lynch y David Cronenberg, Joachim Trier compone una historia de tonos austeros e imágenes oníricas con una tensión dramática propia de sus maestros. De los planos generales que muestran un orden social, modular, natural, se pasa a primeros planos donde un rostro, una mano que se desplaza por la pierna, una mirada… pueden desatar el caos. Maravillosa composición de un universo aparentemente perfecto que con un leve impulso puede desmoronarse.
El Premio Especial del Jurado recayó en Kairiana Nuñez Santaliz por El silencio del viento, de Álvaro Aponte-Centeno. El Caribe lleva consigo historias trágicas de la inmigración impulsada por la pobreza. El mar es testigo silencioso de la llegada de balsas con inmigrantes dominicanos. La selva es el mejor lugar para esconderse. El espectador no tiene tiempo de disfrutar de la belleza natural, porque la marejada trae poblaciones de indocumentados que deberán ocultarse para que no los deporten y trabajar en condiciones subhumanas para poder alimentarse. Rafito y su hermana los reciben, los esconden a cambio de pago. No sabemos cuál es más pobre ni cuál más miserable, porque el negocio que explota el joven puertorriqueño conlleva, muy en el fondo, una tarea solidaria, una ayuda interesada pero inevitable para hacer pie en el país extranjero. Las imágenes son contundentes, pero no por ello dejan de ser poéticas, acompañadas por una música incidental conmovedora. El panorama es desolador; sin embargo, hay espacio aflojar las tensiones al ritmo de una música que relaja los músculos endurecidos por el temor y la desesperación.
El público no coincidió con el Jurado y otorgó su Premio a Primas, de Laura Bari, coproducción entre Canadá y Argentina. Quizá pese la actualidad de la violencia de género a que son sometidas muchas mujeres argentinas en índices preocupantes. Dos primas comparten la experiencia de haber sido víctimas de abusos en su infancia. Pareciera que han superado sus traumas, gracias a la solidaridad existente entre ellas, lo que ha permitido exorcizar el espanto, a través de la comunicación sincera que han establecido. Asumen sus cuerpos con entereza, hacen de las huellas del horror un motivo de conversación. Deciden viajar a Montreal, donde vive su tía. Laura Bari ha incluido en su relato el arte y la poesía, no tanto para suavizar su historia, sino como un aspecto más de la realidad, donde no todo es oscuro ni está perdido.
En la Competencia Latinoamericana, el jurado otorgó el Premio al Mejor Largometraje Ex Aequo al documental brasilero Baronesa, dirigido por Juliana Antunes, quien se instaló en un barrio marginal de Belo Horizonte para contar la historia de dos mujeres jóvenes que, como muchas, desarrollan sus vidas entre esas paredes de ladrillos mal colocados al que llaman hogar. El guion fue armado sobre la base de sus relatos y de los hechos cotidianos que les sucedían. Con una cámara descriptiva que se demora en los huecos que ofrecen las paredes, solventando la idea vouyerista del cine.
El otro premio Ex Aequo lo recibió Cocote, una producción de República Dominicana, Argentina, Alemania y Qatar. Alberto trabaja para una familia pudiente en Santo Domingo. Debe volver a su pueblo cuando le avisan que su padre ha muerto. Al descubrir que ha sido asesinado, sus valores y creencias se ponen en duda. Sobre todo, cuando debe enfrentar las ceremonias a que quieren someter el cuerpo del difunto. Las ideas de civilización y barbarie son puestas en confrontación, sin que sepamos de qué lado están una y la otra. Los rituales heredados de la inmigración esclava del país, la religión impuesta por los colonizadores y los principios occidentales tradicionales se enfrentan, mostrándonos los diversos matices de una realidad ecléctica, que define los valores de toda una población.
En la Competencia Argentina, El Azote, de José Celestino Campusano, obtuvo el Premio a Mejor Largometraje. El director argentino es un fiel participante de las últimas ediciones del Festival. Sus producciones suelen ser desenfadadamente espontáneas. Construye sus personajes y sus ambientes de su entorno natural, cuenta historias que intuimos no le son ajenas. Habla de una comunidad marginada, donde la muerte, el abuso y las adicciones son moneda corriente. Esta vez, deja la provincia de Buenos Aires para instalarse en un suburbio de una zona turística, San Carlos de Bariloche. En un paisaje montañoso, instala la historia de un asistente social que quiere salvar de la miseria y la corrupción a sus alumnos por el camino recto, a pesar de las condiciones adversas que se le presentan, dejando de lado su propia vida y la de su familia. El paisaje no es el que nos muestran las postales turísticas, pero el drama de los adolescentes es el mismo que tiene la mayoría de los chicos pobres que viven en el país, el alcohol, la droga, la ausencia familiar. Campusano interpreta al asistente social y lo hace como él mismo, vestido como lo vemos en los festivales, de cuero negro, como si se terminara de bajar de la Harley-Davidson que lo ha llevado a Mar del Plata. Ese distanciamiento que impone su figura habla de su compromiso con lo que cuenta. Si bien su cine en lo formal (subrayo, en lo formal) es en cierto modo ingenuo, las historias que cuenta son las mismas que se replican en las noticias de la página roja del periódico. Hay en su obra un sesgo de sinceridad que no logra proclamarse, debido a esas debilidades formales mencionadas, pero la intención está.
La ceremonia de premiación del Festival se clausuró por los motivos que mencionamos al comienzo de esta crónica. Hay gran incógnita de cómo seguirá este Festival, ahora que otras manos lo dirigen y otros ojos seleccionarán el material del próximo año.
El Palmarés completo puede consultarse aquí.