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Mel Brooks, el rey de la parodia
Mel Brooks es, junto a Woody Allen y Jerry Lewis, uno de los cómicos más importantes de Hollywood. Como Allen y Lewis, Mel Brooks también es polifacético, ya que ha escrito, dirigido, producido y protagonizado la mayoría de sus películas, e incluso ha compuesto canciones para ellas. Melvin Kaminsky, que es su nombre real, nació el 28 de junio de 1926 en Brooklyn y estuvo casado con Florence Baum entre 1951 y 1961 y con la actriz Anne Bancroft desde 1964 (y hasta la muerte de ella, en 2005). Con su primer largometraje, Los productores (The Producers, 1967), ganó el Oscar al mejor guion original, premio al que optó años más tarde con el guion de El jovencito Frankenstein (Young Frankenstein, 1974), escrito en colaboración con Gene Wilder.
Mel Brooks, que es hijo de padres judíos rusos, perteneció, durante la Segunda Guerra Mundial, al cuerpo de ingenieros del ejército de los Estados Unidos. Durante la contienda empezó, en cierto modo, su carrera como cómico, ya que parodiaba los mensajes de propaganda nazi en la radio del ejército. A su regreso de Europa, empezó a trabajar como guionista de televisión en diversos programas, como el de Sid Caesar, y creó, junto a Buck Henry, una serie tan famosa como Superagente 86 (Get Smart, 1965‑1970).
Ahora bien, su salto al mundo del cine no lo dio hasta 1967 (aunque la película no se estrenó hasta finales de 1968) con Los productores, una disparatada comedia sobre un productor de Broadway, Max Bialystock (un genial Zero Mostel), que, harto de seducir ancianitas para conseguir el dinero necesario para producir musicales que son un fracaso absoluto, decide, siguiendo el consejo de un apocado y maniático contable, Leo Bloom (Gene Wilder, nominado al Oscar como mejor actor secundario por este papel), producir la peor obra de la historia y quedarse con la mayor parte del dinero de la producción. El musical elegido no es otro que Primavera para Hitler, una exaltación del III Reich escrita por el estrafalario Franz Liebkind (Kenneth Mars). En 2005 hubo una nueva versión de Los productores dirigida por la coreógrafa Susan Stroman, que se basa, más que en la película original, en el musical que el propio Mel Brooks había preparado para Broadway en 2001.
Ya desde su primera película, Mel Brooks demostró que donde él se movía como un auténtico pez en el agua era en la comedia. Dentro de la comedia, además, dominaba muy bien los gags físicos, el recurso al absurdo y, sobre todo, la parodia y el humor grueso (hay quien ha hablado de él como el rey del mal gusto). Los personajes interpretados por Zero Mostel y Gene Wilder se construyen mediante una acumulación de tics y gesticulaciones (cuando era pequeño, me asustaba la mirada de Zero Mostel). Si hay algo que caracteriza la filmografía de Brooks es la parodia de géneros cinematográficos, pero eso todavía tardará un poco en llegar, ya que su segunda cinta, El misterio de las doce sillas (The Twelve Chairs, 1970), es la adaptación de una novela satírica escrita por los periodistas Ilf y Petrov en 1928. Se trata de un relato de aventuras ambientado en el mundo de los soviets en el que un antiguo aristócrata ruso (Ron Moody) trata de recuperar las joyas que su suegra escondió en una de las doce sillas del comedor, que han quedado dispersas por toda Rusia. Coprotagonizada por el propio Mel Brooks y por Frank Langella, Dom DeLuise y Andréas Voutsinas, El misterio de las doce sillas configura ya un estilo y una determinada forma de hacer las cosas, ya que Mel Brooks se rodeará casi siempre de los mismos actores. Así, Andréas Voutsinas ya había salido en Los productores y Dom DeLuise saldrá en seis de sus películas.
Si hay un annus mirabilis en la filmografía de Mel Brooks, ese es, sin duda, 1974, cuando estrena dos de sus mejores películas, Sillas de montar calientes (Blazing Saddles, 1974) y El jovencito Frankenstein (Young Frankenstein, 1974). Aunque son distintas en sus planteamientos, y también en sus logros, con estos dos títulos Brooks consigue perfeccionar una fórmula que le va a dar muchas alegrías posteriormente: la parodia de los géneros cinematográficos clásicos. Así, Sillas de montar calientes es la parodia de un western, en tanto que El jovencito Frankenstein es una parodia del cine de terror de la Universal, rodada en los mismos decorados que el Frankenstein (1931) de James Whale. Pero no solo eso, sino que, con estas dos películas, Brooks demuestra hasta dónde puede llegar por dos extremos casi opuestos. Aunque Sillas de montar calientes era políticamente incorrecta y algo escatológica (un par de detalles: había en ella un sheriff de color y una escena inolvidable de una fogata que podrán ver en el vídeo que acompaña a estas líneas), lo cierto es que ha envejecido considerablemente peor.
No me ocuparé demasiado de El jovencito Frankenstein porque ya lo ha hecho en este mismo número Marcela Barbaro, pero me parece que es, con mucha diferencia, la mejor película de Brooks: un reparto en estado de gracia, encabezado por Gene Wilder (que es también guionista de la cinta) y Peter Boyle, pero con algunos de los nombres imprescindibles de la filmografía de Brooks, como Marty Feldman, Madeline Kahn, Cloris Leachman o Kenneth Mars. Es una delicia de principio a fin, y el paso del tiempo no solo la ha respetado, sino que la ha convertido en gran reserva, con el añadido de que muchos nuevos espectadores, gracias al blanco y negro y a la estética retro, no saben exactamente a qué época pertenece la cinta. Pero ese es su gran logro: es una película fuera del tiempo, como le ocurre al gran arte.
La última locura (Silent Movie, 1976) es una chaladura genial de Mel Brooks. En esta ocasión, su centro para la parodia es el cine mudo. Mel Funn (Mel Brooks) es un director de Hollywood que, tras haber caído en el alcohol y haber arruinado su carrera, decide reflotar el sistema de estudios haciendo una película muda. Hay un estudio que accede, pero, para ello, le exigen que incorpore a la película tres grandes estrellas, lo que favorece la aparición de numerosos cameos de actores que se interpretan a sí mismos, como Burt Reynolds, James Caan, Liza Minnelli, Anne Bancroft, Marcel Marceau o Paul Newman. Lo mejor es que La última locura, salvo en su momento final, es muda. Creo que, después del éxito de The Artist (Michel Hazanavicius, 2011) y de Blancanieves (Pablo Berger, 2012), esta película debería revalorizarse.
Su siguiente película, Máxima ansiedad (High Anxiety, 1977), ya supone un anticipo de su forma de trabajar en los próximos años. Más que parodiar géneros, Brooks se dedicará a parodiar títulos concretos. En este caso, Brooks interpreta al administrador de un psiquiátrico aquejado de ansiedad que homenajea explícitamente algunas de las películas más famosas de Alfred Hitchcock, como Vértigo (1958), Psicosis (Psycho, 1960) o Los pájaros (The Birds, 1963). El cine del gran maestro británico es sustituido por las grandes producciones históricas en su siguiente largometraje, La loca historia del mundo (History of the World. Part I, 1981), una película de sketches que forma parte de lo más recordado de su filmografía. Aunque, al principio, iba a rodar una segunda parte de este film, Brooks se decantó finalmente por darle una vuelta a ese guion inicial y transformar ese proyecto en uno de sus grandes éxitos de taquilla, la hilarante La loca historia de las galaxias (Spaceballs, 1987), una cinta protagonizada por Bill Pullman, Rick Moranis, John Candy y el propio Brooks que parodiaba el cine de ciencia‑ficción, especialmente la saga de Star Wars.
Entre esos dos títulos, Brooks produce, adapta y protagoniza, pero no dirige, Soy o no soy (To be or not to be, 1983), un remake en clave musical del clásico de Ernst Lubitsch que dirigió uno de sus colaboradores habituales, Alan Johnson. Brooks ni tan siquiera se acerca al clásico de Lubitsch, pero le rinde homenaje y le incluye números musicales. De todas maneras, en los años noventa, la estrella de Mel Brooks ya languidecía, y sus películas parecían más obras de los hermanos Zucker que de él mismo. ¡Qué asco de vida! (Life Stinks, 1991) todavía tenía cierto interés, pero tanto Las locas, locas aventuras de Robin Hood (Robin Hood: Men in Tights, 1993) como Drácula, muerto pero feliz (Dracula: Dead and Loving It, 1995) resultaban productos meramente alimenticios que, aunque ponían en funcionamiento los mismos recursos que sus mejores películas, la verdad es que no resistían la comparación.
Mel Brooks nunca ha pretendido hacer alta comedia; es más, siempre ha sido un firme defensor del humor grueso. Durante muchos años, sus películas nos hicieron reír y algunos de sus títulos, como Los productores o El jovencito Frankenstein, ya se han convertido en clásicos de la comedia de todos los tiempos. Es, además, uno de los pocos artistas que han conseguido ganar un Oscar, un Emmy, un Tony y un Grammy. Lo único que se le ha resistido, al menos hasta la fecha, es el Globo de Oro. Como afirmaba el propio Mel Brooks en una entrevista, “no podemos bailar como Fred Astaire, pero podemos soñar que bailamos con Ginger Rogers como Fred Astaire”. Nada más y nada menos. Eso es, al cabo, el cine, una fábrica de sueños.
Las películas de Mel Brooks:
Mel Brooks, uno de mis favoritos en mi juventud