Críticas
La sal de la tierra
Mi nombre es Sal
My Name is Salt. Farida Pacha. Suiza, India, 2013.
Este documental de Farida Pacha remite al venezolano Araya, de Margot Benacerraf. Como ella, el documentalista indio instala la cámara en el desierto para retratar el trabajo que realiza una pequeña comunidad, cuyo producto disfruta una gran población mundial, sin conocer los entresijos de su laboriosa obtención.
La cámara, instalada en una parcela de los 5000 kilómetros cuadrados de Rann de Kutch, porción que le corresponde a la familia de Sanabhai, registra la vida de este hombre, que con su padre, su esposa, una hija adolescente y un hijo pequeño se instalan, como lo hacen miles de familias cada año durante ocho meses, en ese desierto donde reposan dramáticamente dos barcas en espera para hacerse a la mar.
Las imágenes nos muestran la llegada de la familia al lugar con sus escasas pertenencias: dos catres, alguna silla y algunas bolsas con utensilios y ropaje. El sol cae inclemente sobre la tierra resquebrajada. Veremos el trabajoso proceso de instalación, primero, y luego el del, literalmente, arduo trabajo que han llegado a realizar. La cámara explora cada esfuerzo, desde la instalación de la energía eléctrica hasta la obtención del agua en un lugar tan desolado. Todo, con una precariedad que cobra protagonismo en el film. Con las manos horadan la tierra para instalar, a varios metros de profundidad, el motor que oiremos “latir” incansablemente durante todo el tiempo; con los pies apisonan, paso a paso, la tierra de cada uno de los piletones del kilómetro cuadrado que les toca explotar; con el ingenio crean soluciones casi imposibles para nuestra cultura hiper-tecnificada.
Los hechos que se van sucediendo están registrados con gran austeridad, pero con imágenes que por momentos alcanzan cotas poéticas, como los primeros planos de las manos resecas, los rostros curtidos por el sol o los pies que se desplazan por la arena mojada, como si se tratara de una danza tribal. El ritmo marcado por el motor instalado y esos pasos, que a un mismo compás van desplazándose palmo a palmo por uno de los piletones, le otorgan al film una cadencia musical.
La descripción de la vida de estas gentes, con sus infatigables horas de trabajo y sus escasos pero necesarios momentos de ocio, es retratada a través de una cámara observadora que no comenta, que se detiene en la descripción del laborioso trabajo, pero también acompaña en los momentos de ocio y de descanso. El padre anciano que amorosamente masajea las manos del hijo, la joven que se acicala para festejar su día de recreación, los momentos dedicados a la meditación, el niño desvelado cuyo rostro ilumina una luna brillante… y siempre, el incansable ritmo de la máquina que va controlando los segundos de cada día.
El documental se va presentando ante nuestros ojos sin apuro, nos deja absortos el ingenio del hombre para convertir en algo productivo ese suelo resquebrajado. Cuando finalmente las piletas están preparadas, hay que llenarlas de agua… Al cabo de ocho meses, el trabajo ha tenido su fruto. Al amanecer, una sal pura, blanca, arracimada brota de la tierra. Del primer plano pasamos a uno más abierto y vemos que, con grandes rastrillos, la familia amontona la sal, que surge incesantemente. Al final del día, cuando la luz se está yendo, asistimos al continuo tránsito de camiones anónimos que se llevan lo producido. El plano posee una belleza inusual. La sal, apilada en hileras, dibuja un camino en busca del punto de fuga, que se ve brutalmente interrumpido por una hilera de camiones a contraluz, con los faros encendidos, cuya silueta se recorta contra el cielo azul oscuro casi anochecido.
Escasos diálogos permiten conocer las incidencias de la venta, donde siempre sale en desventaja quien más se esfuerza. Sin embargo, Sanabhai y su familia le imprimen amor al trabajo que realizan, casi como si fueran artesanos que quieren obtener el mejor producto realizado con sus propias manos. No hay duda que más que un trabajo, es un ritual que ha venido desarrollándose generación tras generación. Hay en esta propuesta documental una línea de pensamiento que no es explícita, sino que está sugerida por el relato: el amor por la tierra que da el producto para la subsistencia, la devoción del hombre por su labor, la cohesión familiar que permite que cada uno tenga una responsabilidad verdaderamente física en el trabajo colectivo, la organización para poder disfrutar de momentos de ocio y de recogimiento… Ese es el aporte del hombre. La naturaleza, inmutable, nos ofrece días con un sol incandescente sobre el desierto y noches más frescas que invitan al descanso bajo las estrellas.
Cuando ya se han llevado la sal, la familia vuelve a horadar la tierra con sus manos para enterrar sus herramientas. Levanta la precaria casa que ha construido y en un pequeño carro se llevan sus pocas pertenencias. Deben migrar nuevamente, porque se acerca el monzón, que traerá suficiente agua para que ese desierto se convierta en mar. El plano final, con las dos barcas abandonadas flotando sobre el agua, nos permite cerrar el proceso emprendido con la llegada de la familia.
A pesar del alto lirismo del documental, el trabajo monótono y repetitivo de la familia se ve alterado por las conversaciones que mantiene Sanabhai con el comprador de la sal, donde se intuye la explotación de la familia. Sin embargo, Farida Pacha prefiere darle un sesgo más filosófico al filme, al afirmar: “Como cineasta, me siento atraído por las historias que se prestan a una exploración filosófica sobre la condición humana. La historia de Sanabhai recuerda la antigua historia de Sísifo, que tanto amó la vida, que luchó para prolongarla, por lo que los dioses lo castigaron, condenándolo al trabajo sin recompensa. Mediante la reducción de la vida a su ecuación más básica: que el trabajo es nuestra condición, y no trabajar es estar fuera de la vida en sí, la película, entonces, es una meditación filosófica sobre cuestiones más profundas: ¿Cuál es el significado del trabajo? ¿Por qué hacemos el trabajo que hacemos? ¿Cuál es la relación entre trabajo y vida? La historia de Sanabhai es significativa, no sólo porque nos dice algo sobre el mundo en que vivimos, sino porque nos dice algo acerca de nosotros mismos”.
Trailer:
Ficha técnica:
Mi nombre es Sal (My Name is Salt), Suiza, India, 2013.Dirección: Farida Pacha
Guion: Farida Pacha
Producción: Lutz Konermann, Farida Pacha
Fotografía: Lutz Konermann
Música: Marcel Vaid
Mi nombre es azucar Parte 2