Reseñas de festivales
Mi nombre es Sal
En el marco del 14º Doc Buenos Aires, se presentó este documental de Farida Pacha, que inmediatamente me remitió al venezolano Araya, de Margot Benacerraf. Como ella, el documentalista indio instala la cámara en el desierto para retratar el trabajo que realiza una pequeña comunidad, cuyo producto disfruta una gran población mundial, sin conocer los entresijos de su laboriosa obtención.
La cámara, instalada en una parcela de los 5000 kilómetros cuadrados de Rann de Kutch, porción que le corresponde a la familia de Sanabhai registra la vida de este hombre, que con su padre, su esposa, una hija adolescente y un hijo pequeño se instalan, como lo hacen miles de familias cada año durante ocho meses, en ese desierto donde reposan dramáticamente dos barcas en espera para hacerse a la mar.
Las imágenes nos muestran la llegada de la familia al lugar con sus escasas pertenencias: dos catres, alguna silla y escasas bolsas con utensilios y ropaje. El sol cae inclemente sobre la tierra resquebrajada. Veremos el trabajoso proceso de instalación, primero, y luego el del, literalmente, arduo trabajo que han llegado a realizar. La cámara explora cada esfuerzo, desde la instalación de la energía eléctrica hasta la obtención del agua en un lugar tan desolado. Todo, con una precariedad que se cobra protagonismo en el film. Con las manos horadan la tierra para instalar, a varios metros de profundidad, el motor que oiremos “latir” incansablemente durante todo el tiempo, con los pies apisonan, paso a paso, la tierra de cada uno de los piletones del kilómetro cuadrado que les toca explotar, con el ingenio crean soluciones casi imposibles para nuestra cultura hiper-tecnificada.
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