Críticas
Arsénico por amistad
Mi obra maestra
Gastón Duprat. Argentina, 2018.
En la Sección Oficial del Festival de Valladolid del 2016, el director argentino, Gastón Duprat, obtuvo con el filme realizado en el mismo año, El ciudadano ilustre, codigirido por Mariano Cohn, la Espiga de Plata, el mejor guion y el premio del público. En aquella ocasión, se centraba en la vuelta, no precisamente dichosa, de un escritor argentino galardonado con el Nobel de Literatura a su pueblo natal, tras muchas décadas de ausencia. Con Mi obra maestra, Duprat también ha regresado en 2018 a la SEMINCI y a su Sección Oficial, asímismo sin pasar desapercibido. Aunque en esta edición ha tenido que conformarse con los honores que otorgan los espectadores con el premio del público.
En este último filme, el realizador argentino se mueve con una ácida e irónica visión, además de muy entretenida, sobre el universo que conforma y rodea al mundo del arte. Ya tuvimos ocasión de acercarnos a ese microcosmos recientemente, con la película The Square (2017), del director sueco Ruben Östlund. Pero el tono de ambas difieren bastante. Además, tampoco son en absoluto comparables el origen y la forma en que contemplan la realidad. El argentino Gastón Duprat nos lleva de la mano de un galerista, Arturo, y de un pintor en la madurez, Renzo, cuya trayectoria se encuentra en caída libre. Están magníficamente interpretados por dos actores de larga y reconocida trayectoria, Guillermo Francella y Luis Brandoni, respectivamente. En el largometraje, vamos a recorrer las vicisitudes de estos dos amigos. Y lo hacemos mediante una analepsis que recoge tiempos anteriores al que se decide situar el inicio del filme. Con el recurso de un monólogo en off de Arturo, rememoramos los últimos acontecimientos acaecidos en sus vidas. El galerista, en ese comienzo, confiesa que es un asesino. Tras la declaración, se vuelve al pasado para mostrarnos el asesinato y sus circunstancias. Y entre carcajada y carcajada, se visualizan mundos de corrupción y avaricia: inexplicables altibajos en la cotización de artistas y de sus obras; el por qué de la razón o el sinsentido de otorgarle calidad a un profesional y denegárselo a otro…Intereses espurios, que se permiten introducir una pincelada de altruismo patético, el que conlleva Álex, personaje interpretado por Raúl Arévalo.
La película nos ha gustado, además de entretenernos, como ya sucedió con El ciudadano ilustre. Parece que en los círculos del arte se crea un socavón muy propicio para jugar con criterios que pueden pasar del blanco al negro en cualquier incidente, por nimio que pueda asemejar a ojos alejados de ese presuntuoso y vacuo mercado. Y nos situamos concretamente en el de la pintura, sus creadores, intermediarios, vendedores o marchantes, aspirantes a artistas, aficionados, mecenas o caprichosos millonarios que pueden y pretenden obtener lo último, los más preciado, lo más costoso; lo que alguno o algunos han decidido que se encuentra en la cúspide de la calidad, aunque no terminemos de entender las razones. ¿Quién maneja de verdad los hilos de la importancia de una obra y con ello, su cotización al alza o a la baja? Por supuesto, resulta evidente que nos enzarzamos en un juego propicio para granujas, para pícaros que se aprovechan de la ignorancia ajena y que no se detienen en la legalidad o licitud de sus métodos. Ya se sabe, el fin justifica cualquier medio.
El largometraje, además, también se detiene en existencias en principio fallidas. Son vidas en las que se han cometido demasiados errores, de los que quizás no se sea demasiado consciente. Y si bien lo hecho no se puede remediar, acaso sea posible cierto recorrido futuro para aparcar principios y dejarse querer por los lujos. Mientras tanto, se continúa despotricando sobre el capitalismo en general y algunas de sus ramificaciones en particular. Y asimismo, se habla sobre la vejez, la enfermedad, el derecho de cada uno a decidir su final. Esa aspiración que recientemente se ha intentado regular en el Parlamento español, con la firme oposición de los que intentan imponer sus creencias al resto de la ciudadanía. La mano de la Iglesia católica es muy larga y la convicción de que solo su dios puede dar y quitar la vida machaca a todos y todas. No importa si se rechazan tales soflamas y además, se precisa pasar el trance hacia la muerte con el menor sufrimiento posible.
Por supuesto, como buena muestra de película argentina, no faltan visitas a siquiatras, mostradas o sugeridas; tampoco alusiones al omnipresente fútbol. Afortunadamente, con una visión totalmente corrosiva y mordiente sobre la importancia que se otorga a veintidós hombres millonarios vestidos de corto, en la lucha por una pelota. Ya lo recordó el director Duprat en algunas de sus declaraciones. Como se preguntaba Jorge Luis Borges, ¿por qué no le dan una bola a cada equipo y terminamos?
Ya hemos avanzado que la interpretación de los dos protagonistas resulta muy destacable. Luis Brandoni, en su papel de pintor, elabora el retrato de un personaje con un discurso que destaca por su sarcasmo. No le gustan las relaciones sociales, excepto las que atañen al sexo y no le importa dinamitar su propio prestigio, a pesar de rozar la indigencia. Y además, no le agradan las monarquías. Guillermo Francella interpreta a un hombre maduro, destacable por anteponer la amistad ante cualquier circunstancia, pero sin soltar oportunidades, por supuesto. Soporta estoicamente las salidas de tono del primero, pero permaneciendo atento en no perder el tren de conveniencias inesperadas que pueden presentarse.
La obra de Duprat acierta con un guion ágil, divertido, con diálogos y momentos muy jocosos. ¿Se acuerdan de aquellos payasos que como almas caritativas, recorrían o recorren los hospitales? ¿Tienen un negocio de restauración y algún cliente se ha ido alguna vez sin pagar, tras un suculento banquete? Y en el caso de Mi obra maestra, sin necesidad de llevar cucaracha alguna en el bolso, como Julie Andrews en la inolvidable ¿Víctor o Victoria? (Victor Victoria, 1982), del realizador Blake Edwards. Con el largometraje de Gastón Duprat nos situamos ante un filme amable, que no pretende hacer demasiada sangre, pero sí revolverse frente a ciertos “asuntillos” que deberían ser sometidos a mayores y más intensas denuncias o reprobaciones públicas. La existencia puede que no se muestre generosa con sus personajes, pero a veces se la puede dirigir hacia terrenos mucho más favorables. Aunque mentiras e hipocresías se impongan. Si las convicciones personales sirven ya solo para soflamas que no se siguen, pues es lo mismo. Todo vale en una película que maneja con mimo su puesta en escena. Música, ritmo, fotografía, diálogos, argumento e interpretaciones se trabajan con cuidado y acierto.
De lo último, de las interpretaciones, nos gustaría hacer un inciso a la de Raúl Arévalo, como Álex, un aspirante a artista un tanto desdibujado, y valga la expresión en el presente caso. Aunque su presencia en escena es mínima, su existencia en la obra sí que resulta fundamental para la forma en que se ha configurado la trama. Y no se queden con la primera impresión que puede ofrecer la evolución de su personalidad. A lo mejor, el que más adorna sus acciones de pura honestidad es el mayor hipócrita, aquel que necesita el poder para luego mostrar migajas de solidaridad.
Entre sonrisas, se disfruta de un filme, que en el fondo, no deja de ser un recorrido por amistades inquebrantables, aunque derive en renuncias indeseables. Consigue, como la maestría del título, que empaticemos con sus dos protagonistas, independientemente de conductas aberrantes por sí mismas.
Tráiler:
Ficha técnica:
Mi obra maestra , Argentina, 2018.Dirección: Gastón Duprat
Duración: 100 minutos
Guion: Andrés Duprat
Producción: Coproducción Argentina-España; Televisión Abierta / Arco Libre / Mediapro
Fotografía: Rodrigo Pulpeiro
Música: Alejandro Kauderer, Emilio Kauderer
Reparto: Guillermo Francella, Luis Brandoni, Raúl Arévalo, Andrea Frigerio, María Soldi, Alejandro Paker, Pablo Ribba, Roberto Peloni, Mucio Manchini, Julio Marticorena, Santiago Korovsky, Melina Matthews, Mahmoud Azim, Mohamed Nafad
Hola, me llamo Ame, tengo 65 años y soy mexicana. Gocé y me reí sin parar. Buenísima película de humor negro y extraordinarios actores. Guauuu 👍🏼 A Guillermo Francella ya lo conocía por muchas películas y programas de televisión y siempre me ha encantado. Recientemente vi Granizo, de la cual quedé nuevamente fascinada, con su actuación y con el guión 👍🏼