Críticas
Una pequeña obra maestra
Miedo y deseo
Fear and Desire. Stanley Kubrick. EUA, 1953.
Stanley Kubrick fue un gran director de cine y este fue su primer largometraje. Al revisar los diversos comentarios que se han escrito sobre esta primera experiencia de largo alcance, se resalta que fue un trabajo de bajo costo, hecho en buena parte por Kubrick, quien asumió varios de los roles importantes, notablemente el de la fotografía. Si bien el filme fue bien recibido por la crítica, no tuvo éxito comercial y fue repudiado por el director, que trató de recoger las copias existentes. Es bien curioso este asunto, dado que se trata de una película valiosa que permite intuir y apreciar algunas de las notables cualidades de este mítico director de cine. Quizás este rechazo sea una indicación de su exigente obsesión por la perfección, una muestra de que para él solo es aceptable la máxima calidad. Quizás sea el resultado del fracaso comercial y de lo que ello implicó para un joven cineasta que seguramente puso todo su talento y esfuerzo en esta primera obra, financiada con ayuda de terceros. Quizás sea la manifestación de un modo de ser diferente, que ensaya las rupturas personales como laboratorio de las grandes transformaciones que traerá al mundo del cine.
Dejando de lado estas especulaciones, vale la pena detenerse en los aspectos notables de esta ópera prima. Está filmada en blanco y negro, en su mayor parte, en un bosque atravesado por un río, enfrentado a unos campos extensos, en los cuales hay una pista de aterrizaje y una casa de campo. Las escenas tienen que ver con la guerra, pintadas con las imágenes mentales de los protagonistas, un grupo de soldados que han quedado aislados de sus compañeros luego de un accidente de aviación, aparentemente en campo hostil. Al otro lado del río está un cuerpo de soldados enemigos, asentados en la casa de campo, bajo el mando de un supuesto general. En el río, que aparece intermitentemente, tres jóvenes mujeres surgen de la nada, fugazmente, sin explicaciones, como extrañas musas que rompen la monotonía. Una de ellas se desliza, sin saberlo, en el confuso mundo de los soldados aislados, para adquirir un callado protagonismo a base de expresiones y de miradas.
Los cuatro soldados conforman un cosmos de actitudes que vamos conociendo poco a poco, mediante los diálogos típicos de personas introvertidas, de pocas palabras, totalmente afectadas por las circunstancias que los rodean, no carentes de un cierto sentido filosófico, en medio de una general incoherencia. Cada uno de ellos vive su propia mezcla de locura y de racionalidad, que se va transformando en el sentir mismo del grupo, que se convierte en una especie de ser vivo que también oscila entre extremos y que da lugar a terribles escenas de muerte. Una lógica pervertida, al menos cuando se contemplan las cosas desde el humanismo, conduce inevitablemente a la violación, a la locura y a la muerte.
Lo más notable es la aproximación fotográfica a todas estas incoherencias y contradicciones humanas. La cámara registra en planos muy cercanos, muy íntimos, los pensamientos y las inquietudes mentales y emocionales de los personajes, en general relacionados con los miedos. No se trata de miedos atávicos o de los terrores de la guerra y del combate. Son resultados del enfrentamiento entre la racionalidad y la locura personales y grupales, exhibiciones de la propia mediocridad personal que no se pueden ilustrar con música o con efectos especiales, sino con expresiones y con miradas. Todos los personajes se revelan, fotográficamente, en su debilidad, no obstante que estén armados o que sean capaces de dar golpes de mano y de destruir al enemigo.
Es verdaderamente memorable la larga escena, llena de dureza y de frustrante locura, en la cual el más débil de los soldados queda a cargo de la desafortunada mujer que ha quedado atrapada por el grupo. Ella está amarrada a un árbol, no sabe qué es lo que pasa, no sabe cómo salir de la situación. Es hermosa, y una mujer así, entre hombres relativamente primitivos, se puede convertir en un objeto de deseo que despierta las energías machistas, tal como acostumbra suceder en la guerra. Pero ¿qué sucede cuando un tipo débil y tímido tiene una bella mujer a su merced? La fotografía nos va mostrando, a base de imágenes detalladas, la terrible y torpe historia que se desencadena.
En términos fotográficos, vale la pena destacar varios elementos que se convierten en personajes del filme, merced a la forma en que intervienen con protagonismo, pero con mesura, dando la sensación de belleza y de equilibrio, en medio del desorden mental. Uno de ellos es el río, que aparece como un ser sabio, que discurre, literalmente, en medio de los bandos guerreros, haciendo pensar que el flujo eterno del tiempo supera las momentáneas torpezas. Otro es el fugaz grupo de mujeres, asociadas también con el río, a modo de indicación de que en medio de la guerra hay siempre una población civil, indefensa, resignada, que continúa su vida cotidiana con la secreta esperanza de no ser tocada por las aguas turbulentas. Un tercer protagonista es el bosque, siempre una incógnita para el hombre, un sitio de escondite, un lugar que encanta y atemoriza, a la vez.
De nuevo, al terminar de escribir estas notas, me pregunto qué combate interior personal tenía Kubrick al menospreciar esta bella obra de su juventud artística y qué pensaría al cabo de los tiempos, cuando ha sido rescatada del abandono para espectadores como nosotros, capaces de imaginar y de disfrutar esta obrita como parte del magnífico conjunto de las obras de este gran director.
Tráiler
Ficha técnica:
Miedo y deseo (Fear and Desire), EUA, 1953.Dirección: Stanley Kubrick
Duración: 62 minutos
Guion: Howard Sackler
Producción: Stanley Kubrick
Fotografía: Stanley Kubrick
Música: Gerald Fried
Reparto: Frank Silvera, Kenneth Harp, Paul Mazursky, Stephen Coit, Virginia Leith