Cortometrajes
La réplica
Nimic
Yorgos Lanthimos. Alemania, 2019.
Es difícil que el griego Yorgos Lanthimos nos sorprenda nuevamente de forma más intensa en ese universo cinematográfico que está desarrollando. Un mundo absolutamente original y surrealista impregnado de un profundo desasosiego. Pero con su última propuesta, un cortometraje protagonizado por Matt Dillon, el autor heleno avanza un paso más y se traslada desde la distopía a la ciencia ficción, género este último al que ya se había acercado con resultados demasiado turbadores. Lanthimos, a pesar de todo, sigue siendo él mismo y continúa aquí reflexionando sobre el mundo contemporáneo. Y este ejercicio lo retoma de la manera tan incisiva y aguda como nos tenía acostumbrados. Hablamos de asuntos tan abrasadores como la globalización, las libertades y la falta de ellas o los adocenamientos.
Pero el griego no se limita en sus meditaciones a las temáticas aludidas y la soledad, la ausencia de comunicación entre humanos, la inseguridad y el acercamiento hacia un pensamiento único que parece imponerse con naturalidad y sin excesivas disidencias también son inquietudes que han ido llenando su filmografía y parece que lo van a seguir haciendo. Eso mismo podemos degustarlo desde su primer largometraje, Kinétta (2005), hasta el último, La favorita (Favourite, 2018); desde un hotel de lujo, un hospital, un palacio o un chalet particular; ya sea moviéndose en Grecia, en Estados Unidos o en Gran Bretaña; bien contratando estrellas o actores y actrices desconocidos… Es lo mismo. El lugar y las intervenciones, en su caso, nos resultan indiferentes. Lo fundamental es su avasalladora visión de nuestra sociedad. Y dicha contemplación prosigue en esta nueva entrega, ahora en forma de cortometraje y moviéndose concretamente en transportes públicos, casas particulares, salas de concierto o calles mexicanas.
Precisamente, en Nimic todo empieza en el metro. Allí, un hombre de mediana edad, con pareja y tres hijos menores, le pregunta la hora a una joven sentada enfrente. Y de esta manera, se inicia un camino devastador desde la réplica, pasando por la sustitución y cayendo en el ostracismo. En este proyecto, Lanthimos sigue enganchado en la búsqueda de la profundidad y deformación del campo de visión. Y como en La favorita, recurre de nuevo a la utilización del gran angular. Una mímesis de la manipulación y dominio a la que son sometidos sus personajes. Nuestro protagonista, ese hombre que identificábamos como de mediana edad, interpretado por Matt Dillon, es mostrado como un varón satisfecho con su existencia. Se nos exhibe sereno y acomodado con su mujer y sus tres hijos, en una estampa hogareña clásica. Hasta disfruta del huevo del desayuno, hervido durante ni más ni menos que cuatro minutos quince segundos. Un alimento y su cocinado, por cierto, incluido de manera nada inocente en la obra. No tienen más que esperar los 12 minutos que dura el cortometraje para alejarse de cualquier conato de perfección en los acontecimientos.
Siguiendo con la vida de nuestro protagonista, parece que también se encuentra satisfecho con su trabajo. Es violonchelista y toca en una orquesta que asemeja de prestigio. Pero en un segundo, por hablar y no callar, su microcosmos se trastocará y lo inconcebible aparece y va creciendo hasta transformarse en cemento seco de compleja retirada. Lo absurdo se transmuta en alarmante desde la soledad del perjudicado y la atónita indiferencia de los o las implicadas. Resulta curioso, pero ni menores ni mayores de edad se encuentran en disposición de opinar sobre lo que parecería obvio para un espectador no avezado en los juegos infernales del realizador ateniense. Las inseguridades nos acechan a todos o a casi todos y a poco que se intensifiquen, son capaces de transmutarse en reales pesadillas que hasta nos hacen dudar de nuestras propias identidades.
Yorgos Lanthimos persiste en la tarea de remover y sacudir cualquier sentido común que pudiera resistirse en su público. No ceja en acercar su cámara a lo más extraordinario para fracturar esquemas básicos. En Nimic, vuelve a colaborar con su guionista habitual, Efthymis Filippou, coautor en este apartado en filmes del director griego tan memorables como Alps (Alpeis, 2011), Langosta (The Lobster, 2015) o El sacrificio de un ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017). Ambos profesionales no dan punta sin hilo en una lucha sin control frente a nuestras identidades. Y además del recurso a la ya citada imagen deformante, además de no permitir rebaja alguna en la crudeza utilizada para regodearse ante nuestra insignificancia, se unen las notas disonantes de Benjamin Britten para que ni siquiera un atisbo de esperanza se escape por casualidad. Trastornados y devorados por lo inevitable, ya únicamente queda seguir ese juego macabro y único en el que se nos permite participar.
La sensación más intensa que nos llevamos de este cortometraje de Lanthimos es el esbozo de un sentimiento colectivo de adocenamiento. Nos movemos como borregos, como títeres o autómatas que actuamos o nos comportamos como se espera que lo hagamos. Da igual diez que ochenta. La pasividad y el conformismo nos corroe hasta transformarnos en marionetas inmovilizadas en la rutina y en un confortable devenir alejado de sobresaltos. La individualidad ya no existe. Ha sido modificada por una globalización en la que el intercambio de piezas resulta irrelevante. X o Y pueden ocupar el mismo lugar sin que nada se altere y todo siga el mismo curso. Y si se desplazan a X o a Y, ya se ocupará Z, sin desmelenarse, en ocupar el puesto de cualquiera de ellos.
Y así, ya decimos, sin alterarse. No hay siquiera necesidad de recurrir a la violencia en Nimic, un elemento omnipresente en el resto de la filmografía del cineasta. No ha resultado imprescindible arrear palizas a los hijos como en Canino (Kynodontas, 2009), ensañamientos verbales de profesores con alumnas como en Alps o tostadoras para introducir manos en vez de rebanadas como en Langosta. Aquí no atisbaremos violencias físicas o verbales dentro ni fuera de campo. Lo anormal es asumido con absoluta naturalidad. Ya no se ríe, ya no se llora. Solo se camina sobre una autopista sin curvas, sin obstáculos, intentando olvidar o no recordar en demasía la certeza de su inquietante trayectoria.
Por si no lo sabían, Yorgos Lanthimos se ocupa nuevamente de recordárnoslo: nadie, y nadie es nadie, resulta imprescindible. No existen excepciones. Todos y todas somos sustituibles. Eso sí, la vieja o buena nueva es recibida con absoluto conformismo. Una resignación acorde con el estatismo que ya desprendían las criaturas del director heleno: por su frialdad, por sus silencios, por su falta de espontaneidad, por sus movimientos mecánicos. Aunque, a fin de cuentas y después de todo lo anterior, parece que en este corto algo sí que hemos ganado: ya no hay edades, ya no hay colores, ya no hay sexos… Además, tampoco importa en demasía que desafinemos.
Tráiler:
Ficha técnica:
Nimic , Alemania, 2019.Dirección: Yorgos Lanthimos
Duración: 12 minutos
Guion: Efthymis Filippou, Yorgos Lanthimos, David Kolbusz
Producción: Coproducción Alemania-Reino Unido-Estados Unidos; Superprime
Fotografía: Diego García
Música: Rebecca Grierson, Nick Payne, Joe Rice
Reparto: Matt Dillon, Daphne Patakia, Susan Elle, Sara Lee, Eugena Lee, Rowan Kay, Anvo Kyle, Lizzy Ceniceros, Florencia Mariotti, Jeffrey Raines