Críticas

Dos mundos, una mascarada

Parásitos

Gisaengchung. Bong Joon-ho. Corea del sur, 2019.

Parásitos, posterNo es la primera vez (ni será la última, visto lo visto) que desde esta web ponemos el ojo en Corea del Sur. En lo personal, ya son varias las ocasiones en las que he mostrado rendida reverencia al modelo cinematográfico llegado desde el país asiático. Lo que en su momento parecía algo novedoso, por lo exótico, se ha instalado en el colectivo cinéfilo como una realidad apabullante. Los creativos cinematográficos coreanos han conseguido con audacia la mezcla entre el éxito comercial con el marcado sentido de la autoría, jugando a placer con los géneros y dotando a su filmografía de una identidad reconocible en conjunto. La más que demostrada pericia técnica conjuga con habilidad con las vueltas de tuerca a diversos modelos que parecían agotados en Occidente, y han servido de revulsivo, merecidos aplausos mediante.

Si hay que poner un nombre sobre la mesa que nos sirva de punto de partida para este éxito, es imprescindible el de Bong Joon-ho, director que colocó el cine de su país en el ojo internacional, junto con otros renombrados cineastas. Memories of Murder (Bong Joon-ho, 2003) reventaba los cánones del género policíaco, además de marcar los lugares más o menos comunes que veremos a lo largo de la cinematografía coreana. Sin duda, la película se ha convertido en referencial con el paso del tiempo, inspiración para productos tan dispares  como La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014) o True Detective (Nick Pizzolato, Cary Fukunaga (2014), gracias a la atmósfera malsana que impregna cada fotograma de la obra de Bong Joon-ho.

La última película del celebrado director, Parásitos, es el recordatorio de la enormidad del cine de Bong Joon-ho, de la libertad de la que goza a la hora de plantear sus historias y del imponente universo visual que lanza contra el espectador. Ha dejado para el recuerdo una de las mejores películas del año, a base de extrañas mezclas entre control absoluto de todos los aspectos del filme y cierto anarquismo orgánico en un relato que, en ocasiones, parece que se la ha ido de las manos a su creador. Cada giro de guion es más desquiciado que el que precede, y los géneros se difuminan en el camino inevitable hacia la tragedia, que por esperada no es menos descorazonadora.

Parásitos habla de miseria. Del éxito y las ensoñaciones de un futuro mejor en medio de la desesperanza. Es picaresca de sabor clásico en los primeros compases de la película, aires de comedia de enredo con puntos de simpática locura, de ritmo magistral y esencia teatral por el manejo de los personajes y el uso de los diálogos.

Cuenta la historia Gi Taek, joven que pertenece a una familia de auténticos supervivientes. Habitantes de un barrio marginal que malviven en infraviviendas a la espera del siguiente trabajo mal pagado, las cosas cambian cuando este joven, abocado al arroyo, encuentra trabajo como tutor de la hija de una familia acomodada. Es entonces cuando idea un astuto y rocambolesco plan de introducir a los suyos en el ámbito de esta familia, sin que nunca sepan el parentesco real que los une. Obligados al camuflaje, a enmascararse y fingir ser otro por pura necesidad, ni qué decir tiene que, como suele ocurrir en el cine, los planes se complican hasta lo imposible.

La miseria en Parásitos

Las dos familias colisionan, pero también muestran muchos puntos en común, a pesar de la abismal distancia que los separa. Bong Joon-ho se desliza como un fantasma de perturbadora elegancia por las vidas en choque de ambos universos, convirtiendo los espacios en hermosas y destructivas metáforas de la condición de los protagonistas. Desde el minúsculo sótano y calles malolientes a espaciosas estancias en mansiones de ensueño, puro diseño para que el director saque a relucir su lado más despiadado. Los malabares de la familia de Gi Taek para que su farsa no sea desenmascarada provocarán la risa, pero no ocultan el camino hacia un conflicto mucho más salvaje que el espectador intuye, convertido en prisionero de la tragedia, en manos de un director ingenioso y nada complaciente.

Ahí está uno de los grandes éxitos de la película, su modo de tratar al público, con inteligencia y dosis de bofetadas de realidad. La sátira de Bong Joon-ho acaba por dinamitar su propia identidad de comedia negra para abrazar sin paliativos el drama descorazonador, casi surrealista. En manos de otro autor menos interesado en los detalles, el resultado del potingue podría haber sido desastroso y ridículo, pero hablamos de este director travieso aunque implicado hasta las últimas consecuencias. Incluso asistiremos a momentos en los que parece que la historia ha tomado vida propia y Bong Joon-ho ha perdido el rumbo, renunciando a la coherencia y escudándose en el apabullante despliegue visual. Tranquilidad, porque el camino sí lleva a un lugar concreto, y por muy loco que nos parezca cada paso efectuado, resulta que todas las piezas están donde deberían.

Por supuesto, el arriesgado modelo narrativo y visual de Parásitos tiene consecuencias. La crítica que subyace en la trama no es nada velada, y hay que conectar con la sátira despiadada al capitalismo atroz y las desigualdades que conlleva. En el fondo, y a pesar de los disfraces, Parásitos tiene mucho de pesadilla del siglo XXI, como explosión de miedos propios de la sociedad, cuya mayor parte de población tiene como certeza la falta de perspectiva. El desprecio, la desconexión de la realidad por parte de los que están arriba, produce en la película de Bong Joon-ho la total pérdida de empatía entre los protagonistas con dramáticos resultados.

La belleza visual de Bong Joon-ho

Así que, o se conecta con ese mensaje tan visible o Parásitos no pasa de ser una marcianada deslumbrante en lo visual. Además, añadimos la tendencia a alargar hasta la extenuación el segundo acto de la película, tan propio del cine coreano y se traduce en la clase de película que, a pesar de su muchas virtudes, puede que no atrape a todo el mundo.

En mi caso, ha existido esa complicidad. He disfrutado de todos los recovecos de la compleja apuesta de este veterano director, que vuelve por la puerta grande a lo más alto, tras una serie de trabajos no tan vistosos. Parásitos sorprende por la belleza del uso de los espacios, el fino humor que no esconde la naturaleza despiadada de la realidad de los protagonistas, el salvaje e inquietante final, directo como un puñetazo en el estómago. Es una película extraordinaria. Mordaz. Magistral. Ejemplo de la madurez de un cineasta que controla cada aspecto de la obra.

Que no se la cuenten, queridos lectores.

 

Tráiler:

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Ficha técnica:

Parásitos (Gisaengchung),  Corea del sur, 2019.

Dirección: Bong Joon-ho
Duración: 132 minutos
Guion: Kim Dae-hwan, Bong Joon-ho, Jin Won Han
Producción: Barunson / CJ Entertainment / TMS Comics / Tokyo Movie Shinsha (TMS) / CJ E&M Film Financing & Investment Entertainment & Comics
Fotografía: Kyung-Pyo Hong
Música: Jaeil Jung
Reparto: Song Kang-ho, Lee Seon-gyun, Jang Hye-jin, Cho Yeo-jeong, Choi Woo-sik, Park So-dam, Park Seo-joon, Lee Jeong-Eun, Park Keun-rok, Hyun Seung-Min, Jeong-eun Lee, Andreas Fronk, Myeong-hoon Park, Hye-jin Jang, Hyun-jun Jung, Ji-hye Lee, Joo-hyung Lee, Jeong Esuz, Ik-han Jung, Seong-Bong Ahn, Dong-yong Lee, Hyo-shin Pak, Kang Echae, JaeWook Park

3 respuestas a «Parásitos»

  1. Película muy divertida al principio, el mensaje de la desigualdad es demoledor, pero tiene varios vacíos: pensar que la familia marginal pueda ser tan estúpida que pase la noche en una casa ajena porque los dueños se fueron de viaje en auto, entendiendo que siempre existe la posibilidad de que regresen más pronto de lo que esperaban, es ridículo. Sería lógico invadir la casa si sé que se van en avión. Fueron capaces de crear un plan maestro, ¡brillante! para enquistarse y de pronto comenten el error más idiota, que ni siquiera un niño podría cometer. Seguido de eso dejan entrar al ama de llaves cuando lo normal y LO CORRECTO hubiera sido decirle que no podía entrar porque simple y llanamente «no es mi casa y no estoy autorizada a dejar entrar a nadie si los dueños no lo autorizan», pero sobre todo porque al dejarla entrar podía descubrir la juega y el desorden. Desde ahí la película ya no tiene sentido y por más calidad que tenga el director y su innovador lenguaje cinematográfico su guión es ilógico, forzado. Además, ¿cuál es el mensaje al final? , ¿acaso puedo matar gente porque me miró mal o me habló con desprecio? Claramente el director quiere meterle en la cabeza a las personas que matar por desesperación está justificado. Y con toda esa violencia gratuita le dan el Oscar? El mundo está cada vez más de cabeza.

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