Críticas
Una comedia convertida en drama "light"
Patas arriba
Alejandro García Wiedemann. Venezuela-Colombia-Brasil, 2011.
En un año en el que se vieron trece cintas de producción venezolana, más tres en coproducción, y en el que, al parecer, el tema predominante, al menos en 3 películas[i], fue el de las consecuencias de la tragedia de Vargas, ocurrida en diciembre de 1999, que dejó un incontable número de víctimas, el cine venezolano lo tenía muy alto, pues 2010 fue un año a superar en vista de los grandes éxitos que constituyeron Hermano, de Marcel Rasquín y La hora cero, de Diego Velasco, las dos películas más taquilleras y las que contribuyeron a presumir el retorno a un deseable entusiasmo del público local por su propio cine, hecho que no ocurría desde los gloriosos años setenta y ochenta, cuando al menos alguna o varias cintas nacionales se ubicaban entre lo más visto de cada año.
El último estreno de 2011, lo constituyó Patas arriba, el segundo largometraje de Alejandro García Wiedemann, uno de los más destacados directores de fotografía del cine venezolano, reconocido varias veces por esta labor, tanto dentro como fuera del país. Su más reciente galardón fue el premio otorgado en el Festival del Cine Venezolano de Mérida en 2010 por la fotografía de Taita Boves, la loable recreación de Luis Alberto Lamata sobre ese particular personaje de nuestra gesta independentista. El gusanillo de querer contar sus propias historias, llevó a García Wiedemann a rodar su primer film como director, Plan B, en el que seis personajes, representantes de la clase media venezolana, se manejan de acuerdo a sus propios intereses y alrededor de un botín de un millón de dólares. A la película, estrenada en 2006, después de un largo proceso de postproducción, no le fue nada mal en taquilla, manteniéndose por varias semanas en cartelera, y contaba con una de las primeras actuaciones en cine de nuestro hoy internacional Edgar Ramírez.
Patas arriba presupone un acercamiento afectuoso a la tercera edad, contando la historia de Renato (interpretado por el actor de teatro Gonzalo J. Camacho), un anciano débil y enfermo que vive en una casa de montaña frente al mar, al que tanto añora. Alrededor de Renato viven su hija Monserrat (Lourdes Valera), quien lo cuida; Anita (Marialejandra Martín), con su segundo embarazo a cuestas; su hijo Salvador (Erich Wildpret), un don Juan empedernido, y su nieta Carlota, con la que establece un fuerte vínculo de confraternidad y complicidad. A partir de la figura del viejo y su sueño de volver al mar, ayudado por su nieta, como en su anterior film, García Wiedemann intenta realizar un relato coral, planteando las vicisitudes de cada uno de estos personajes: el deseo de Monserrat de hacerse una operación para borrase una fea cicatriz (suponemos) que tiene; las contrariedades de Anita, cuyo esposo es un chef internacional que no vive con ella; la incapacidad de amar (suponemos) de Salvador, cuyo origen parece estar en la muerte trágica de su madre cuando era un niño; la mirada de Carlota, que parece no entender el mundo de los adultos.
Pero a pesar de este acercamiento afectuoso –Wiedemann ha dicho que el film es un homenaje a su abuelo, con quien compartió muchos agradable momentos- la película falla en su intento de mostrar el caos, las situaciones absurdas o la condición de disfuncionalidad de la familia de Renato, pues lo grave no está en que el film exhiba deliberadamente la inexistencia de conflictos sustanciales entre los personajes o que no exista un verdadero drama como tal, sino que la narración no logra generar esa empatía o emoción necesarias en un tema como éste. Y los elementos estaban ahí: un anciano con sus sueños de volver al mar; la relación con su nieta que parece ser la única que lo entiende; el drama de Monserrat… Al lado de otros francamente insulsos o prescindibles: como el drama de Anita o la presencia de Salvador, un personaje que no termina de tener corporeidad ficcional, así como tampoco tiene mucho peso la presencia de la hija de Monserrat, quien busca obtener el papel en una obra teatral (?). Ni siquiera la decisión de encerrar a Renato en un sanatorio por parte de sus hijas alcanza la necesaria condición dramática que la historia perfila desde su inicio.
En sus orígenes, Patas arriba se concibió como una comedia de enredos familiares –el mismo título parece apuntar a eso-, García Wiedemann lo convirtió todo finalmente en una especie de drama familiar “light”, incapaz de generar otra cosa que no sea el desconcierto, algo de tedio y la sensación de falta de coherencia en todo el asunto narrado. El film cuenta, por lo demás, con un plantel de actores solventes y con el hermoso paisaje del Ávila, un escenario que vuelve a convertirse en otro personaje más, al igual que en Plan B. Y no se puede negar que el autor nos ofrezca momentos mágicos, como la subida del bote por los empinados caminos de la montaña y la preparación del viaje imaginario de Renato. Pero también tiene secuencias inexplicables y carentes de toda significación, como la excursión que realiza Carlota, escapada y sin decirle a nadie, a la cumbre de la montaña, con la imagen de una virgen a cuestas (?).
En definitiva, se trata del segundo film de producción nacional estrenado en 2011, cuya historia plantea la relación anciano-niña, con mar de por medio, después del estreno de Una mirada al mar, de Andrea Ríos, con el que el film de García Wiedemann comparte algunos elementos argumentales.
[i] Los dramas: El chico que miente, de Marité Ugás, presente en el Festival de Berlín; El rumor de las piedras, de Alejandro Bellame, seleccionada para representar a Venezuela en el Oscar, y Hora menos, de Frank Spano, coproducción con España.
Trailer:
Ficha técnica:
Patas arriba , Venezuela-Colombia-Brasil, 2011.Dirección: Alejandro García Wiedemann
Guion: Gabriela Rivas Paéz
Producción: Gabriela Rivas Paéz
Fotografía: Ivan Suzzarini, Alejandro García Wiedemann, Fermín Branger
Reparto: Gonzalo J. Camacho, Lourdes Valera, Marialejandra Martín, Erich Widlpret, Nacho Huett, Michelle García, Basilio Álvarez, Dimas González