Críticas
Aquellas pequeñas cosas
Perfect Days
Otros títulos: Días perfectos.
Wim Wenders. Japón, 2023.
El penúltimo largometraje de ficción de Wim Wenders fue Inmersión (Submergence, 2017). En él, el autor alemán nos internaba en un drama sobre amor y fatalismo, envuelto en subtramas terroristas. Desprendía tristeza y poesía en un mundo en descomposición. Sus resultados fueron un tanto irregulares. Estamos hablando de un autor con una trayectoria dilatada de difícil clasificación. Quizás, su identidad visual pueda buscarse en el enfrentamiento entre imágenes y narración, con el triunfo de las primeras sobre la segunda. En sus películas, no hay que obcecarse en buscar oscuras intenciones. Todo es evidente, en una prioridad sobre tiempos muertos frente a momentos fuertes. Una mirada que busca originar el orden en un universo cada vez más convulso. Esto es lo que sucede en su última propuesta, la maravillosa Perfect Days, una obra de la que uno sale sonriendo y con sensación de liberación.
En el largometraje, su protagonista, Hirayama, es limpiador de aseos públicos de la ciudad de Tokio. Mientras nos internamos en su cotidianidad, observamos que los días se repiten, las semanas se completan en los mismos lugares y las rutinas se afrontan con entusiasmo. Escucha en su camioneta sus canciones favoritas en el reproductor de casetes, sonríe siempre al nuevo día con agradecimiento, cuida artesanalmente de los baños con plena eficacia y dedicación, en sus tiempos muertos realiza fotografías de la naturaleza, se lava y acicala diariamente en instalaciones de la urbe dedicadas al efecto o recurre siempre a los mismos lugares para alimentarse. Su nombre está heredado del principal personaje de Cuentos de Tokio de Yasujirō Ozu (Tokyo monogatari, 1953) y lo asume el excepcional actor Kôji Yakusho, cuyo papel en La anguila de Shôhei Imamura resulta inolvidable (Unagi, 1997). Aquí, nos desbordan sus silencios, su alegría por cosas sencillas, la meticulosidad que ofrece en su trabajo. Consigue crear instantes mágicos cuando se lava los dientes, cuando saborea su café matinal o cuando escucha la música que le gusta (Lou Reed, Van Morrison, Nina Simone, Patti Smith…). Justo la que ama Wenders, que comenzó su carrera como crítico musical, justo un instrumento de comunicación que para él atañe más a lo sensible que a lo cognoscible.
Hirayama parece seguir la doctrina budista al entender la vida cotidiana como iluminación. Busca la felicidad en cada instante, en la sencillez, encontrando la gratificación también en el modo en que se gana la vida. Además de haber hallado su lugar en el mundo, contribuye al bien común con su laboriosidad, una virtud especialmente honrada en la cultura japonesa. La vida no sucede únicamente los fines de semana, la existencia transcurre en todo momento y la satisfacción debe buscarse en cada segundo. La versión budista de la dicha se practica a través de la consciencia de atención plena, cuando abres tus percepciones con cualquier actividad que realices, cuando se busca la fascinación en la tarea más trivial y repetitiva. Así lo ha aprendido Hirayama y su ejemplo es una búsqueda constante del bienestar, ya sea limpiando baños o fotografiando árboles, también leyendo a Faulkner, afeitándose o paseando en bicicleta. Hirayama se ha alejado del bullicio y ha aprendido que la clave se encuentra en el cultivo de la razón en soledad y en la recuperación de la calma. En definitiva, ha localizado su lugar trascendente en el inmenso sistema del universo.
Efectivamente, también estamos hablando de estoicismo. Nuestro héroe ha aceptado su destino y disfruta en calma respirando. Como aconseja Epicteto, no necesita reconocimiento alguno comportándose como un individuo justo, modesto y leal. Mantiene el silencio tanto tiempo como puede y habla solo cuando es necesario y con pocas palabras. Con un pasado que apenas se vislumbra pero se percibe problemático, ha asumido las ventajas de la serenidad, las recompensas de una vida frugal y la nobleza de espíritu, además de relacionarse amablemente con los demás. Marco Aurelio estaría orgulloso de él. Cuando hay que poner la carne en el asador, lo hace; cuando toca descansar, también. Como Thoreau, disfruta de la amistad de las estaciones mientras se regocija de la deliciosa compañía de la creación. Se ha apoderado de él el reposo contemplativo. Como hombre sabio, se ha percatado que el tiempo malgastado ya no se puede recuperar: ¿para qué meterse en o generar conflictos? ¿Para qué lastrarnos con odio olvidando los minúsculos placeres? ¿Para qué malgastar energías en derribar a quien te trata con altivez?
Perfect Days se erige en la continuación, varias décadas después, del homenaje que Wenders dedicaba a Ozu en su documental Tokio-Ga (1985). En él, el realizador alemán emprendía un viaje a la ciudad nipona con el objetivo de encontrar los trazos del maestro asiático en el Japón contemporáneo. Y allí ya nos enseñó, como le precedió Ozu, que el cine debía dedicarse a mostrar más que demostrar, a representar más que narrar, a crear orden en la confusión, a abrazar la transparencia desechando la oscuridad. Exactamente como Ozu, en su búsqueda de ritualizar la vida cotidiana. Wenders persigue el verismo y la autenticidad colocando la cámara por encima del hombro de nuestro personaje, a la manera documental. Y busca el espectáculo de la naturaleza a través del sol que se filtra entre las hojas de un árbol (fenómeno denominado Komorebi en japonés). Y además, recrea lo que es importante para Hirayama en sus sueños, mostrados en un lenguaje empírico vinculado a la esencia misma de la naturaleza.
El largometraje profundiza en el existencialismo del director con preguntas tan necesarias como para qué vivir, la forma de hacerlo, la manera de aprehender con el corazón lo que no se puede agarrar con los ojos. Nos enseña que la verosimilitud únicamente se obtiene relacionando a un personaje con el interior de la historia. Sus planos, como los de Ozu, instauran una cierta relación en el tiempo más allá que la mera continuidad mecánica; como los pillow-shots del japonés en aquellos planos en los que parece injustificada la detención de la cámara; lo que se ha denominado una estética de la suspensión, con respeto al silencio y a los vacíos. Una magnificación de la deferencia a lo transitorio otorgándole permanencia. Una permanencia que igualmente se consigue con las fotografías del protagonista, la elección de un instante para elevarlo a lo perenne, a lo aprehendido como eterno mientras se disuelve, con la búsqueda de la imagen esencial de la que hablaba Rossellini. Una vuelta a la toma de fotografías que el principal personaje de Wenders en Alicia en las ciudades sacaba de forma compulsiva (Alice in den Städten, 1974).
En Perfect Days todo es sencillo y evidente, sus imágenes no tienen nada que enmascarar, no necesitan abstracción ni ironía, no buscan conmocionar, generar dolor o mortificar. Si Ozu colocaba su cámara a la altura de los ojos de sus personajes, sentados pacíficamente en un tatami, Wenders intenta situarse en el ángulo indicado con anterioridad para alejar sorpresas y buscar el respeto y la humildad. Ambos derriban nuestros muros de protección para que nos entreguemos sin reservas a la grandeza de la cotidianidad. Mientras las cosas suceden como suceden, la vida fluye apaciblemente. A todos los asuntos se le pueden buscar dos caras, una apetecible y otra insoportable. Hirayama, con inteligencia, ha alcanzado la perfección en ese difícil arte de vivir con uno mismo. Peter Handke lo sabe: “Estando en lo que hago, aquello que para mí es algo querido y lo fundamental, impidiendo de este modo que prescriba, tal vez entonces sienta, y sólo de una forma inopinada, el escalofrío de la duración; y será siempre en lo accesorio, cerrando cautelosamente una puerta, mondando cuidadosamente una manzana, atravesando con atención un umbral, agachándome a coger un hilo”.
Tráiler:
Ficha técnica:
Perfect Days / Días perfectos , Japón, 2023.Dirección: Wim Wenders
Duración: 124 minutos
Guion: Takuma Takasaki, Wim Wenders
Producción: Coproducción Japón-Alemania; Master Mind Limited, Wim Wenders Productions
Fotografía: Franz Lustig
Música: Milena Fessmann
Reparto: Kōji Yakusho, Tokio Emoto, Aoi Yamada, Yumi Asou, Sayuri Ishikawa, Tomokazu Miura, Min Tanaka, Morio Agata, Morooka Moro, Yoneko Matsukane
Se hace dificil, tal ves, la cultura que profesamos. El protagonista del film, da la impresion de un ser sin emociones que lo conmuevan, no habla; no discute; no se relaciona con sus contemporaneos; una felicidad sin imaginacion. Puede padecer el sindrome de Hiroshima y Nagasaki. El celebre director Kurosawa, no se sonrie.
Una falacia de la produccion es la intervencion en el desarrollo de la pelicula, la empresa que asume el cuidado de los sanitarios de Tokio. Los ciudadanos japoneses son disciplinados y pulcros en el uso de sanitarios.
Lo mas distinguido de la obra,es la estetica fotografica que emplea para mostrarnosla ciudad, tan occidental, con sus autopistas; sus luces brillantes; su desierto asfaltico;sus inmensas torres, donde pernoctan humanos.