Investigamos
Philip Glass: la impresión de la imagen sonora
La realidad del sonido eclipsa la experiencia.
El soñador solitario se pregunta: ¿Los cornos sonarán bien aquí?
¿El sonido de la flauta sonará bien allá?
Pero cuando lo escuchas, es cuando estás seguro que estás en otro lugar.
La experiencia es mi dios.
Philip Glass
La música en las películas forma parte de lo que se nombra “banda sonora”, que está compuesta por distintos elementos que se superponen para crear atmósfera y sentido sonoro. Entre ellos están: la voz, los “ruidos”, los efectos sonoros, ambientes, silencios y por supuesto, la música.
Desde el principio, la música ha jugado un papel esencial, incluso durante la época en la que el cine era silente, había músicos que tocaban en vivo –en los teatros- distintas melodías, mientras se proyectaban las películas. Posteriormente, las orquestas completas interpretaban las piezas en el set mientras eran grabadas directamente en los distintos soportes que capturaban los sonidos. Tanto ha cambiado la técnica que ahora la música podría crearse sólo con sintetizadores y un sólo intérprete.
Los músicos han ido evolucionado a la par que las mismas técnicas cinematográficas y se han ido acoplando a las necesidades de composición y pericia que ha solicitado el medio, así como a los cambios propios de la disciplina artística que este arte representa. La labor del compositor ha pasado de reutilizar sus piezas para “ilustrar y acompañar” a la cinta, hasta crear temas musicales que han sido fundamentales para la identificación y sentido de una película.
Cada vez hay más nombres reconocidos, algunos –por supuesto- mucho más recordados y enaltecidos, como es el caso de artistas de la talla de Ennio Morricone, James Horner, Hans Zimmer, John Williams, Thomas Newman o Danny Elfman, que cargan en sus espaldas una interminable lista de cintas con temas musicales que forman parte del consciente colectivo y de la cultura popular.
Dentro de esta gama, está también el compositor norteamericano Philip Glass que recién ha cumplido los setenta y seis años. Oriundo de Maryland, Estados Unidos, su música es catalogada como minimalista y se ha desarrollado en distintos ámbitos, desde las piezas avant-garde y composiciones perfomativas, hasta sus conciertos, sinfonías y óperas, siendo la más reciente una dedicada a Walt Disney titulada: “The Perfect American”.
Su trayectoria como compositor es larga y prolífica. Dada su rutina constante de escribir música, no ha parado de crear desde sus inicios en la década de los sesenta. Diferente a otros compositores que se han volcado únicamente a la creación de música para cine o televisión, Glass no ha dejado de hacer piezas de cualquier índole (corales, para piano, orquesta, tríos, cuartetos, entre otros), a cualquier escala y para toda situación.
Su incursión en el cine se inició en los años sesenta, cuando empezó a volcarse, sobre todo, a la musicalización de películas documentales; la primera de ellas fue Inquiring Nuns (Gordon Quinn) en 1968, y la siguiente, en 1970 y del mismo director, Marco. Pero fue en 1982 cuando una película que ha trascendido en la historia del cine fue musicalizada por Glass: Koyaanisqatsi, la primera parte de la triología de Godfrey Reggio, que muestra la vertiginosidad de la vida y su rutina cotidiana.
En el mundo del cine, su posición cambió radicalmente después de lo que significó traducir las imágenes de Reggio a sonidos flotantes, que se contraponen –desde su introducción- a la profundidad de las voces de un coro masculino que exclama “koyaanisqatsi” con gravedad y elegancia. Glass no deja su estilo en ningún compás, silencio o nota, pero sí lo mezcla para acompañar y vestir un documental sin precedentes, cuyo objetivo es generar sensaciones.
Tras este trabajo, en 1988 hace la segunda parte: Powaqqatsi, y en 2002, cuando se produce la última parte, Nagoyqatsi, concluye la trilogía que conformó un parteaguas de estilo y creación estética audiovisual en el documental.
Otros documentales formaron parte de su repertorio como The Thin Blue Line (1988) o A Brief History of Time (1991), ambas de Errol Morris. Hasta 2013 ha continuado colaborando con producciones documentales, como los casos de Trascendent Man (Robert Barry Ptolemy, 2009), Rebirth (James Whitaker, 2011) o Visitors (2013), también de Reggio. Aunque su colaboración ha sido más en ese género y en varios cortometrajes, su mayor reconocimiento viene por películas de ficción.
Con tres nominaciones al premio de la Academia, Glass ha participado en géneros completamente distintos y en cada colaboración ha dejado impresa su huella musical. La primera de ellas, Kundun dirigida por Martin Scorsese (1997), que significó su primera nominación al Oscar, y que –sin perder su sello- utilizaba recursos de la música oriental, así como instrumentos propios que le dan una identidad distintiva; esta fue seguida por The Truman Show (Peter Weir, 1998), en donde incluso sale a cuadro como el tecladista del programa de televisión.
Otras películas han marcado su paso por el cine, y ha tenido oportunidad de colaborar con grandes directores. Así, ha dado vida a los sonidos de Cassandra´s Dream (Woody Allen, 2007), Secret Window (David Koepp, 2004), la romántica No reservations (Scott Hicks, 2007), la intrigante El Ilusionista (Neil Burger, 2006) o el thriller Notes on a Scandal (Richard Eyre, 2006).
No obstante, y sin duda, su mayor logro musical –al menos el más recordable- es la banda sonora de Las horas (Stephen Daldry, 2002). En esta película la música de Glass cobra un sentido aún mayor para el escucha y el espectador, puesto que cada nota que crea simula un reloj que avanza y se detiene al mismo tiempo. Un contador de tiempo que hace que las horas pasen y que se congelen, permitiendo que las emociones afloren a contratiempo.
Glass, a diferencia de otros compositores, tiene una vena que sobrepasa las barreras de la “ilustración” de las imágenes. No solo está representando lo que se visiona, está creando una pieza artística independiente que tiene la capacidad de acloparse a la imagen. Esto es quizá por su minimalismo, en el que los recursos que utiliza son los menos y con ellos forma una melodía.
El crítico americano, Clement Greenberg habla sobre la música como el arte absoluto. Dice que la “música está lejana a la imitación (…) y lejos de tener efectos ilusionistas”. Es “su naturaleza absoluta la que la mantiene alejada de la imitación (…), ha venido a reemplazar a la poesía como un paradigma de arte, convirtiéndose en la envidia de todas las artes de vanguardia, y cuyos efectos son los más difíciles de imitar” (1).
En el caso de Philip Glass, cuyo estilo está consolidado y es reconocible, no tiene un tema musical que solo se entienda dentro del contexto de una película. Su música se adapta, porque es algo mucho más puro y que existe en sí mismo contenido en sus notas superpuestas y en la dimensionalidad que la misma música genera.
Independiente a su tendencia minimalista, pareciera que es más bien un exponente de algo que se asemeja a la proposición estética del impresionismo de finales del siglo diecinueve, debido a su multiplicidad de planos. Las piezas de Glass son instantáneas, se producen en capas de sonidos. Una nota constante corta, se une a otras en otro nivel, y luego a otras tres, y así sucesivamente, hasta que todas juntas generan una atmósfera que significa todo y nada, pero solo en el universo de su volatilidad. Así, genera una impresión, una idea, una sensación, perceptible únicamente en el momento de su escucha. Esta percepción vinculada a las imágenes es lo que crea la “magia” de las piezas de Glass.
Greenberg comenta también –respecto a la música- que es un “arte abstracto”, porque es incapaz de comunicar algo que no sea una sensación, y cómo éstas no pueden ser concebidas en otra forma que no sea a través de los sentidos para entrar a la conciencia”. Así el compositor norteamericano es modelo de creador de arte, cuyas piezas se adentran en el inconsciente, gracias a su pureza generadora de emociones que no buscan narrar ni representar, sino simplemente existir.
En el documental biográfico Glass: A Portrait of Philip in Twelve Parts (Scott Hicks, 2007), es posible ver al artista en todas sus facetas (como padre, como músico, amigo, cocinero, colaborador, líder, creador); y se le muestra trabajando con Woody Allen, Martin Scorsese y otros realizadores. En un momento, Reggio explica que su música es la que logra que las imágenes se escuchen y que la música se visione, razón por la cual fue el indicado para musicalizar la trilogía Qatsi.
Es esta percepción la que podría hacer pensar que el compositor viste las películas, pero es más bien su neutralidad y naturaleza onírica e impresionista la que logra que cualquiera de sus piezas produzca percepciones que se adhieren y emparejan las imágenes que acompañan. No quiere decir que Glass no observe las intenciones de los directores, es simplemente que su creación va aún más allá de la obviedad visual y termina apelando a la conciencia de cada espectador que escucha y observa. La música, y este compositor, no tienen ningún límite, a diferencia de la pintura, la escultura o el mismo cine, que “encuadran” todo en una pantalla plana.
Esto explica, además, la razón por la cual no solo ha hecho la partitura completa de algunas películas, sino que además, sus piezas han servido para multiplicidad de escenas en cintas de todo tipo. Algunos ejemplos (que más adelante se ilustran) son: “Protest”, “Something she has to do” y “Pruit Igoe & Prophecies” para Watchmen (Zack Snyder, 2009), “Paru River” para Yes (Sally Potter, 2004) o «String Quartet No.3 (Mishima): Blood Bath» para Six by Sondheim (James Lapine, Autumn DeWilde, Todd Haynes, 2013). Las tres son muestras de cinematografía y narrativa completamente diferentes, pero que se apropian de obras musicales capaces de mover fibras sensibles.
Hay otros casos, en donde su música pareciera ser la única capaz de acelerar y remover emociones de manera tácita. Tal es el último caso –con una composición original- de la pieza “Duet” que fue creada especialmente para una de las escenas más intensas en la filmografía de Park Chan-wook: Stoker. En ella, Mia Wasikowska y Matthew Good mantienen una obra a cuatro manos (y un piano) de forma tan intensa que asemeja un encuentro sexual orgásmico, que se acelera y crece conforme cada compás, pero –al mismo tiempo- resulta una melodía que no es más que notas tocadas a un ritmo y velocidad que podría ser parte de una caminata reflexiva o una carrera de caballos.
Esta madurez musical es el resultado de años de trabajo, de convivencia con artistas plásticos (como el pintor Chuck Close), cineastas, escultores, literatos, otros músicos, y su misma familia.
Philip Glass es un hombre que luce sencillo, pero que es capaz de traducir en notas “inconexas” el universo que le rodea, permitiendo al escucha tener una experiencia –como él mismo lo ha dicho- irrepetible. Glass hace música que se puede convertir en el soundtrack de cualquier película y de cualquier vida.
(1) Greenberg, Clement. «The American Avant-Garde». Toward a Newer Laocoon. Clement Greenberg: The Collected Essays and Criticism, 2 vols. Chicago: University of Chicago Press, 1986.
Algo de su música:
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