Reseñas de festivales
Planet of Snail
Ganadora del premio al mejor documental largometraje internacional, esta película estaba enmarcada en una sesión cuyo telonero, el cortometraje Memorias del viento creó la atmósfera y predisposición idóneas para el visionado de la cinta surcoreana.
El director Seung-jun Yi, como en sus anteriores trabajos, nos acerca una historia de personajes que pertenecen a minorías. Aquí conocemos al joven Young-Chan, el cual carece de los sentidos del oído y la vista. Young-Chan se comunica y percibe este mundo a través del tacto. Sus dedos son la única extensión que le abre la puerta de la interacción con la realidad que la mayoría vivimos, el mundo de los cinco sentidos. Porque, en definitiva, la percepción es un proceso nervioso que se sirve de los sentidos para elaborar e interpretar la información proveniente del entorno y de uno mismo.
El documental recorre situaciones muy bien escogidas, en las que vemos el esfuerzo constante de Young-Chan por mantenerse dentro de esa dimensión de la que quiere ser parte y no para de descubrir. Además de sus dedos, la otra gran conexión con el entorno es a través de su mujer Soon-Ho, que con su apoyo incondicional le guía para que pueda integrarse en la sociedad como uno más, lo conecta con las imágenes, el sonido y los sentimientos.
El director Seunng-jun Yi encuentra en Soon-Ho a la perfecta cómplice para el proceso documental. Ella sabe respetar el espacio y la distancia precisos con la cámara, dejándola entrar en sus rincones favoritos de intimidad, cuando la pareja comparte inquietudes, miedos y alegrías.
Existen otros sustratos subyacentes bajo la línea principal, tan importantes como la lucha ante la incomunicación. El amor, no solo el que ambos se procesan, sino la dificultad de amar y ser amado cuando las limitaciones alteran las normas básicas de comunicación. La amistad, los recuerdos, la muerte, el peligro a la inevitable dependencia y la soledad.
Durante la proyección, que se siente a ras de piel, por momentos nos damos cuenta de que no nos conformamos con ver y oír el documental, casi tenemos la necesidad de cerrar los ojos, tapar nuestros oídos y sentir esa otra dimensión que siempre está ahí, simular cómo Young-Chan la percibe. Estar al menos un instante al otro lado, tal vez un tanto sinestésico, en el que acariciar la superficie de un árbol o sentir la brisa del mar sobre la piel nos haría escuchar una suave melodía o sentir tonos de colores pastel.
Young-Chan, como todo ser humano, es simplemente un astronauta más sobre el planeta, aislado y protegido en su percepción del mundo.