Críticas
Atentas: nos vigilan
Rara
Pepa San Martín. Chile, 2016.
Sara es una niña que está a punto de cumplir 13 años. Vive con su madre, Paula, su hermana Catalina y la pareja de la progenitora, una mujer, Lía. Mediante escenas cotidianas, observamos un clima familiar envidiable, optimista, en donde está presente el diálogo, el cariño, actitudes vitales enérgicas y sobre todo, mucho amor. Por su parte, el padre de las niñas, Víctor, tras su separación de Paula, de la que se desconocen circunstancias, y ni falta que hace, ha rehecho su vida y se ha vuelto a casar con otra mujer. No parece que exista mayor problema o tensión entre la expareja y los momentos en que deben repartirse la compañía de las menores. La custodia la mantiene la madre, y el régimen de visitas parece cumplirse sin inconveniente alguno y con amplitud de miras. La obra está basada en sucesos ocurridos en la realidad a una jueza chilena, Karen Atala, que acabó con una condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) contra Chile.
Con los antecedentes que nos va mostrando el filme, parece que nos encontramos ante un ambiente familiar idílico, o eso parece querer enseñar las primeras escenas de la película. ¿Ustedes se lo creen? Estamos en Chile, en Viña del Mar concretamente, en momentos actuales. Pero como alguien se ocupa de recordar, aquello no es Nueva York. La directora chilena Pepa San Martín, tras varios cortometrajes, debuta en el largo con este filme, que ha pasado por diversos festivales con muy buena acogida, incluso recibiendo algún premio importante, como el del Jurado Internacional de la sección Generation Kplus de la Berlinale, o la Mejor película latinoamericana de la Sección Horizontes Latinos en San Sebastián.
La realizadora introduce su obra con un inicial plano secuencia en donde la cámara se coloca detrás de nuestra preadolescente protagonista y la sigue por las instalaciones de su centro escolar hacia un destino vago. Inicio apabullante que recomendamos recuerden al término de la película. Con dicho arranque, nos sumerge en el punto de vista narrativo que prefiere adoptar: el de la chiquilla, solamente ese, y a partir de ahí, deducir, tampoco resulta difícil, las contrariedades o problemáticas que van surgiendo. Como en un filme que acabamos de analizar en el número anterior de la revista, Los demonios, del canadiense Philippe Lesage, (Les démons, 2015), se vuelve a incidir en ese posicionamiento de cámara previo, pero en esta ocasión, sin los fallos tan evidentes que ensombrecían en cierta manera el largometraje de Lesage. Solo vemos o escuchamos lo que Sara puede ver o escuchar. Y ello se utiliza de forma sabia y convincente, sin necesitar mayores recursos para situar al espectador en unos acontecimientos de los que se desprenden conclusiones lamentables, imputables a los adultos, no tengan duda.
Como ya hemos reiterado, estamos en Chile, y nos centramos en una familia formada por una pareja lesbiana, que vive su situación con normalidad, sin esconder nada porque nada tiene que ocultar. Pero también estamos en una sociedad que no ha terminado de evolucionar para admitir al diferente o a la minoría, en donde se sigue enseñando la Biblia en las escuelas y que parte de su población no termina de aceptar con naturalidad las diferencias en género u orientación sexual. Para eso Dios ordenó que el hombre conviviera con la mujer, o viceversa, alteración del orden de los sujetos que preferimos por cuestión de cuotas o de sexismo en el lenguaje, del que ya tenemos suficiente. Y no intenten convencernos de que esto último va de géneros y no de discriminaciones.
El filme acierta, o al menos no se equivoca, con los pocos recursos económicos que se le suponen (el proyecto tardó en completarse cinco años), en una puesta en escena parca en elementos grandilocuentes y atenta a los detalles. La fotografía no hace falta que recurra a saturaciones innecesarias y la obra destaca por su sencillez y espontaneidad. Se apoya, además, en una cámara fija que se detiene en estancias, sin perder la ocasión de mostrarlo todo sin enseñar nada.
La adolescencia es una etapa muy complicada, lo sabemos todas y todos, y su entrada en ella, especialmente turbadora. Y a ello se agarra un guion muy notable para fomentar el conflicto y derivar en sus consecuencias, las que nos gustaría que contemplaran con la visión de la película, porque entendemos que lo merece y sabrán apreciar.
Malditas actitudes reaccionarias y poco respetuosas con las minorías. Y no se crean que el asunto va hacia un ataque directo a lo que no se empieza o termina de asimilar. Ni siquiera se detecta ese acoso explícito; si acaso lo que se enseña es una constante vigilancia por si se puede sacar tajada de las circunstancias. Nos enfrentamos ante un control implícito que pretende la obtención de provechos por adoctrinamientos fétidos o generalidades ordinarias. Chile fue uno de los últimos países de América del Sur, el penúltimo concretamente, en eliminar totalmente las leyes que penalizaban la sodomía, y de eso no hace demasiado; hubo que esperar hasta 1999. En el año 2015, se consiguió aprobar una llamada Unión Civil de personas del mismo sexo, pero todavía no se ha llegado a permitir el matrimonio igualitario. Pese a la parcial apertura, la normalidad no ha aterrizado en la sociedad en su conjunto, y el largometraje de Pepa San Martín sabe erigirse en buen reflejo de ello.
Hasta el momento hemos hablado poco de la preadolescente protagonista, por cierto, excelentemente interpretada por Julia Lubbert. La actriz, en su actuación, sabe reflejar con tino la turbación que le produce lo que ella acepta con normalidad y el mundo exterior no, y como cualquier otra niña en sus circunstancias, no desaprovecha el momento para tensar la cuerda e intentar obtener mayores licencias en permisividad de horarios o conductas. Pero en su inocencia, no alcanza a imaginar que si las cuerdas se tensan, es posible que terminen rompiéndose. Hablando del personaje de Sara, merece que nos detengamos en las lógicas inquietudes e inseguridades que surgen en esa etapa vital sobre atracciones sexuales y pautas de comportamiento. Preguntas sobre la posible huella genética de opciones sexuales no surgen porque sí, claro que no. Presuponen unos antecedentes sociales o educativos marcados por la intransigencia y el rechazo a quien no sigue las normas que una mayoría de gran poderío pretende implantar en todo el universo. No olvidemos el importante papel que en este aspecto ha jugado la Iglesia católica en el país latinoamericano.
Nos encontramos frente a una obra muy interesante, atractiva, de ritmo ágil, apoyada por abundantes diálogos que surgen con naturalidad, incluso entre las dos hermanas, estas últimas conversaciones, destacables por encima del resto. Ojalá no se despisten entre tanta tontería que puebla nuestras pantallas y se acerquen a contemplarla. Les recomendamos que permanezcan atentos en todo su metraje, y no pierdan detalle de la escena final, con ese corte agresivo y desolador, que todavía merodea por nuestra mente.
Tráiler:
Ficha técnica:
Rara , Chile, 2016.Dirección: Pepa San Martín
Duración: 92 minutos
Guion: Pepa San Martín, Alicia Scherson
Producción: Coproducción Chile-Argentina: Manufactura de Películas / Le Tiro Cine
Fotografía: Enrique Stindt
Música: Ignacio Pérez Marín
Reparto: Julia Lübbert, Emilia Ossandón, Mariana Loyola, Agustina Muñoz, Daniel Muñoz, Coca Guazzini, Sigrid Alegría, Micaela Cristi