Investigamos
Rara avis en Caliwood
Maldita sea, Cali es una
ciudad que espera,
pero no le abre las puertas a
los desesperados.
Andrés Caicedo
Caracas, febrero de 1992. Fecha que marca un hito en la historia venezolana, porque en los primeros días del mes un grupo de coroneles intentaron dar un golpe al gobierno constitucional de Carlos Andrés Pérez. El vocero del movimiento revolucionario no era otro que Hugo Chávez. Hacía más de veinte años que los venezolanos vivían en una calma política, social y económica, de la que se sentían orgullosos y eran ejemplo para el resto de la región. Ese 4 de febrero cayó abatida en Parque Central una compañera de estudios de la Escuela de Artes. El país estaba conmocionado.
En los días previos, me encontraba en la oficina de Programación de la Cinemateca venezolana, cuando dos personajes llegaron, cambiando el clima frenético con que cerrábamos la revista del mes. Verdaderamente, no los conocía. Pero esa imagen de un hombre delgado y alto y el otro bajo y robusto llegó a ser la contraparte de un tercero ausente, que ellos mismos me descubrieron.
Luis Ospina y Carlos Mayolo, los visitantes, conocían a Leonardo Henríquez, entonces director de Programación de la Cinemateca, quien los definía como “nuevos bárbaros, pájaros raros del cine colombiano”. En su encuentro, los tres amigos disfrutaban compitiendo con frases armadas con juegos de palabras, a cual más cáustica e inteligente, elevando el diálogo de manera genial. Los que los rodeábamos, asistíamos al duelo verbal, sorprendidos por el humor corrosivo que desenvolvían ante nosotros, y tratando de no interrumpir para no quebrar la magia que las palabras iban armando frente a nuestras mentes no iniciadas.
Al cine que traían bajo los brazos le revoloteaban vampiros tropicales y de sus latas chorreaba sangre en cantidades. Sobre sus espaldas cargaban una especie de ángel de las tinieblas, especie de fantasma, de alter ego, de ánima andante: el mítico Andrés Caicedo. Entre los tres habían formado el Grupo de Cali, germen de la legendaria Caliwood en el Valle del Cauca.
Contemporáneos de los coletazos de la nueva ola francesa y del movimiento que se dio en varios países de Latinoamérica, contra un cine que mostraba la realidad social como exotismo y era consumido en las grandes ciudades con una avidez casi perversa, el Grupo de Cali se rebeló (y se reveló) con un discurso propio, a través de documentales y ficciones que hoy pertenecen a la historia del cine colombiano.
Herederos de los manifiestos sobre el hambre y la violencia del brasileño Glauber Rocha, del tercer cine de Octavio Getino y Solanas, de las realizaciones que acompañaban en Cuba la única revolución socialista alcanzada en tierras americanas… el Grupo de Cali inició sus pasos “con una cámara en la mano y una idea en la cabeza”. Su cine ofreció una versión fresca y dinámica de una realidad que tenían al alcance, sin discursos moralistas y desde un punto de vista no convencional.
Somos los hijos de Cali. Unos camajanes, bailarines arrebatados y con un sentido de lo lúdico muy pegado a nuestras expresiones, a nuestras pautas tropicales.
Carlos Mayolo, Mamá, ¿qué hago?
Luis Ospina y Carlos Mayolo se unieron para realizar Oiga Vea (1971), un documental que mostró la realidad marginada de los Juegos Panamericanos, que le habían costado al país una fortuna. Fortuna a la que casi nadie tenía acceso, ni siquiera estos jóvenes que se habían planteado registrarlos, ya que no pudieron ingresar a los estadios por no estar acreditados. Así que su mirada se dirigió a los espacios y a las gentes que, como ellos, habían quedado exceptuados del espectáculo. Lo que mostraron fue una definición más que clara de lo que realmente habían sido los Juegos.
En 1973 realizaron Cali, de película, un nuevo retrato de esa ciudad maldita, donde “pusieron tres cruces para que el diablo no entrara, pero el diablo estaba adentro y no ha podido salir”. Con fotografía de Mayolo, montaje de Ospina e inspirados por la película que Jean Vigo le dedicó a Niza, la cámara se pasea por Cali durante una feria popular, acompañando a los caleños en sus actividades laborales, así como en los ratos de ocio. La leyenda de Buziraco asoma en la plaza de toros, donde se lleva a cabo una justa en la que el animal y el hombre se baten en un duelo desigual, mientras los espectadores exhiben sus lentes fotográficas para no perderse detalle de la carnicería que tienen ante sus ojos. Hay un continuo contrapunto entre opuestos en una combinación de ideas que siempre suman al discurso irónico de una cámara que se detiene en detalles para ofrecer su comentario. En los créditos finales aparece también otro referente del Grupo de Cali: Eduardo Carvajal, excelente fotógrafo que ha plasmado las imágenes más icónicas de sus integrantes. Y el comentario sobre el auspicio de la industria de licores al final del filme, no deja de ser un cierre jocoso.
Si bien de Caicedo nos ocuparemos en el otro apartado, formó parte de este trío talentoso, con mentes sutiles, ojos entrenados y habilidades cinematográficas, que se daba la mano para crear un imaginario propio de la ciudad, a la que retrataban con el entrañable sentimiento de amor-odio por haber nacido y vivir en ella: “Cali calabozo”, como la llama Andrés Caicedo.
Andrés Caicedo había creado el Cineclub de Cali y fundó con sus amigos Ojo al cine, la revista especializada que apenas editó cinco números (1974-1976), pero retrató las inquietudes, los pensamientos y la cinefilia de todos ellos.
El vampirismo aparecía en los cuentos de Caicedo y en las películas de Mayolo y Ospina. Pero el vampiro no era como el retratado hasta entonces en el cine clásico. El “vampiro tropical” representaba a los especímenes de las clases más poderosas del Valle del Cauca, se nutría del sol del día y vivía de la explotación de los más pobres. Esta idea está plasmada en Asunción (1975), cortometraje de ficción, donde una mucama que se venga de sus patrones es una clara metáfora de una posible solución a la explotación. Según Sandro Romero Rey, el “biógrafo” del grupo, este corto es, “guardadas proporciones, nuestra Viridiana”.
Si el vampirismo cobró mayor presencia en obras posteriores de ambos cineastas (Pura sangre, La mansión de Araucaíma…), no hay obra que haya superado su envergadura, como lo fue Agarrando pueblo (Los vampiros de la miseria). Filmada en 1977, ofrece una versión del cine dentro del cine, para desarticular el formato convencional del documental social. Desmonta los artilugios del cine que muestra la miseria (denominada por sus autores “pornomiseria”) tercermundista como forma de denuncia. Hay en su narración un develamiento de los mecanismos del doble discurso oficial para ofrecer un arrebatado mensaje sobre los vicios de ese cine desacreditado y falso. Y lo más importante, es que los realizadores involucran en su discurso, no solo a los actores reales, conscientes de su representación, sino también a los espectadores, a los que se convoca apelativamente.
Como rara avis los definía Leonardo Henríquez en aquel encuentro en Caracas. Fue una pena que su cine no pudiera exhibirse en condiciones normales por los acontecimientos políticos que, entonces no sabíamos, definirían el futuro de Venezuela. Pero el recuerdo de aquellos años y de estos autores me permite abrir un espacio en EL ESPECTADOR IMAGINARIO para una obra local que hoy se abre paso en otros lugares del mundo.
Carlos Mayolo murió en 2007, dejando una extensa obra en cine y televisión. Andrés Caicedo tiene una historia más breve y una producción crítica y literaria extensísima que hoy se está traduciendo a otros idiomas. Luis Ospina es un incansable difusor de la obra de sus amigos y es un director de cine que ha incursionado con mayor énfasis en el documental, donde pervive esa rebelión de los primeros años, el humor ácido y los juegos de palabras como homenaje al lenguaje y como provocación a la inteligencia de sus lectores/espectadores. Este año presenta su última película, Todo comenzó por el fin, a la que le dedicaremos un nuevo espacio cuando sea exhibida en la edición 2016 de Bafici. Vale la pena estar atentos a quien afirma:
Hago cine en el Tercer Mundo para encontrar el plano sur-americano
Capaz de revelar nuestra imagen subdesarrollada.
Luis Ospina, en Palabras al viento.
Le propongo al lector una tarea que me ha llevado años, pero que he disfrutado en cada paso que he dado: buscar, indagar y perderse en el laberinto de las anécdotas y realizaciones del Grupo de Cali, que vive de fantasmas, vampiros, leyendas, mitos y realidades, para descubrir su propia versión y dimensión del hallazgo.
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