El dúo formado por los directores Aharon Keshales y Navot Papushado, regresan a Sitges después de haber presentado su opera prima Rabies en el año 2011. En esta ocasión han conseguido el premio del Jurado a la mejor dirección con el film Big Bad Wolves. Un film que llegaba precedido por las grandes menciones en otros festivales de género, varios premios concedidos por la academia de cine israelí y el haber sido señalada como mejor película del año por el mismísimo Tarantino. Una historia muy turbia que comienza con un retrato sobre la extorsión policial y sus acciones al borde de la ley (en la línea de Memories of a Murder , Joon-ho Bong, 2003) que tiene como protagonistas a un policía que maneja la investigación de una serie de asesinatos de niños a su libre albedrío, el padre de una de las víctimas y un profesor de religión que está en el punto de mira por haber cometido dichas atrocidades. Entre ellos tres se establece una historia que comienza siendo un thriller de persecución donde, a veces, los papeles que juega cada uno no están del todo establecidos y pueden llegar a intercambiarse. Más tarde, la necesidad de venganza torna al film en una especie de torture porn destilado y salpicado más por un humor negro a expensas de las rencillas entre árabes y judíos y las estrictas disciplinas de los militares israelíes, que por la sangre del que tienen atado en un sótano. El film juega al despiste de las apariencias, que a veces engañan, y el espectador no sabe en qué lugar situarse. Dicen que las primeras impresiones son las que valen, pero mejor no tomar esto como regla a seguir.
El galardón de “La máquina del tiempo”, que el festival otorga a los realizadores con una trayectoria consolidada y reconocida dentro del cine fantástico, este año ha sido entregado al director holandés Alex van Warmerdam, que visitó Sitges para también presentar Borgman, su octavo film dentro de una filmografía marcada por la fusión de géneros con predominio de la comedia y el drama. Este nuevo proyecto, no solo es el film elegido por Holanda para representar al país en la competición de los Oscar, sino que consigue convertirse en ganador del Festival de Sitges. Una cinta que descoloca por su acercamiento extravagante a lo que en realidad es una crítica sobre la vida acomodaticia de la clase media-alta y su hipocresía, como un reflejo apático y patético de los estratos sociales que se confrontan. En el comienzo del film conocemos a Borgman, un refugiado que vive en los subsuelos de un bosque, donde se oculta de un grupo de personas que le persiguen. En seguida entendemos que él no está solo y que pertenece a un grupúsculo misterioso formado por cinco personas que viven como seres parásitos. Se nutren de los bienes ajenos. Borgman logra infiltrarse en la casa de una familia acomodada, mediante un paulatino y delirante proceso de transformación, que arrastra consigo un sentido del humor perspicaz que sobresale de entre una puesta en escena fría y distante. Precisamente, es el surrealismo que determina el carácter de Borgman y sus acciones beligerantes donde estriban los matices que introduce de soslayo a la película en el fantástico. Quizás sea por este motivo, más allá de por su cuestionamiento audiovisual, que queda fuera de toda duda, que la decisión de premiarla como mejor película dentro de la sección Oficial Fantástico nos cayese a algunos como jarro de agua fría.
James Ward Byrkit presentaba la película advirtiendo que nos enfrentábamos a un puzzle compuesto por piezas que podrían encajar de una u otra manera, al gusto del consumidor, ya que no hay un solo modo de entenderla. Obviamente, el «coherence» del título es pura ironía. Como ganadora a la película con mejor guión en el Festival de Sitges, este film es un buen ejemplo de la idea de que no son necesarios artificios ni efectos visuales si se parte de una premisa llamativa que sepa desarrollarse decentemente y no caiga en facilidades ni licencias demasiado desorbitadas y que además cuente con una dirección de actores y una narrativa solvente. Dicho así podría parecer algo básico y fácil de llevar a cabo, pero lo cierto es que en la práctica, no lo es tanto, ya que no es tan común encontrar cintas que reúnan todo esto.
Todo comienza con una cena con amigos durante la noche en que un cometa pasará muy próximo a la Tierra. Sus consecuencias no se saben pero los antecedentes ocurridos a principio de siglo no auguran nada bueno. En aquel entonces, tras el paso del cometa, se dieron casos de personas desorientadas que no podían reconocer ni a su propia familia. La cena comienza y, pese a algunos fallos con los teléfonos móviles, parece que la noche será tranquila. Pero pronto las cosas empezarán a enrarecerse hasta cotas insospechadas. A la incertidumbre y la tensión creadas tras el primer apagón de luz se suman a las pequeñas desavenencias que existen entre ellos.
Coherence funciona en la misma medida en que Primer y ahora Upstream Color (Shane Carruth) lo han hecho. Ciencia ficción de bajo presupuesto con un guión muy sugerente que cede al espectador lo mejor que le puede ofrecer: la libertad de crear su propia interpretación.
Suena Funnel of Love de Wanda Jackson mientras la cámara en plano cenital gira y gira sobre la figura de un hombre que tumbado en el suelo permanece pensativo, deleitado por la música. A su alrededor, una alfombra de libros y vinilos apilados que han quedado ahí tras haber sido usados. El plano se alterna con otros dos: el giro de un tocadiscos y el de una mujer en actitud similar. Y seguimos dando vueltas como si fuésemos cayendo por el embudo del amor del que habla la letra de la canción. Ellos son Eve (Tilda Swinton) y Adam (Tom Hiddleston), dos enamorados en la distancia. Él vive en Detroit y ella en Tánger y su relación es duradera, se aman desde hace más de un siglo. Tal vez dos. Ellos son los vampiros de la nueva película de Jim Jarmusch.
Adam está deprimido. Ha encargado una bala de una madera muy especial. Le deprimen lo que él llama los “zombies” y la sociedad que generan. Eve, en el otro lado del planeta, decide viajar para reencontrarse con él. El amor que se procesan parece eterno, se necesitan, se desean, se complementan. Ambos sobreviven a los tiempos modernos y se amparan en el recuerdo de épocas gloriosas, cuando conocieron a los escritores, músicos y científicos más importantes que ha dado la historia. Humanos que mereció la pena conocer. Hoy todo eso ha quedado atrás. El vacío de la sociedad actual les perturba. Pero les queda la literatura, la música, los instrumentos y avances científicos que esos humanos maravillosos crearon.
Jarmusch utiliza la figura del vampiro como ser superior. Intelectuales, roqueros y muy sofisticados, que por su longevidad pueden mirar desde arriba, en retrospectiva, la condición humana y reflexionar sobre ella. Vampirismo refinado para paladear sin prisas.
Con solo dos cintas, el realizador Ari Folman ha sabido dejar patente cuáles son las bases del cine que le interesa. Pueden concretarse en los conceptos de búsqueda y de hibridación de géneros o lenguajes audiovisuales. Si Vals con Bashir (2008) aportó aire fresco en el mundo de la animación con un abordaje realizado con Flash lo que le acercaba más a la estética de cómic que a la animación tradicional, además integraba elementos propios del cine documental como es el proceso de recuperación de una memoria fragmentada en un intento por explorar un pasado que, en realidad, ha necesitado olvidar.
The Congress, inspirada en la novela de ciencia ficción The Futurological Congress (1971) de Stanlislaw Lem, está dividida en imagen real y animación tradicional. La fusión es idónea para conseguir representar las dos realidades entre las que se mueve el film.
Con su primera cinta, Primer, Shane Carruth demostraba que es posible un cine de ciencia ficcion de buena calidad low cost. Su proyecto consistía en sacar provecho de la manera más inteligente a su mayor potencial: una idea que conseguía, de forma eficaz, dar una nueva vuelta de tuerca a las historias sobre los bucles de los viajes en el tiempo. Rodada en 16 mm y con un presupuesto de tan solo 7000 dólares, contaba con un pequeño equipo amateur formado por familiares y amigos. Pero nada de esto fue inconveniente para realizar uno de los mejores films sobre la temática estrella que clásicamente más ha interesado a la ciencia ficción. Hablamos del mejor cine independiente de género y como tal, consiguió el máximo galardón que otorga el Jurado en el Festival de Sundance. Nueve años más tarde Carruth ha vuelto a la carga para presentarnos su segundo film, Upstream Color, con el que ha ganado el premio del jurado de la crítica Citizen Kane a la mejor dirección novel en el Festival de Sitges. Carruth se ratifica en su forma de hacer cine: escasa financiación, mucho de autosuficiencia -primera regla del cine independiente- y un guión encriptado. Si echamos un vistazo rápido a los créditos, observamos que Carruth vuelve a aparecer como responsable de la dirección, guión, producción y música original de la cinta, lo que vuelve a sugerir que este también es un proyecto muy personal. Su cine está realizado al margen y fuera de todo convencionalismo. No busca seguir estándares y sí explorar en un audiovisual más experimental.
La idea de la que parte Upstream Color está anclada en códigos sociales, políticos y humanísticos que encuentra inspiración en el ensayo Walden de Thoreau, al que vuelve una y otra vez a lo largo del film. En definitiva, Upstream Color es una crítica acerca del control que el sistema sociopolítico ejerce sobre el individuo, quien difícilmente puede liberarse, lo que le ocasiona un estado de adocenamiento crónico. Es en esta idea sobre la que se circunscribe una metáfora inteligente, narrada a través de una historia donde los protagonistas son víctimas que han sido inoculadas con un parásito que bloquea su capacidad de decisión y pensamiento, quedando en un estado de aletargamiento intelectual. Esclavos a expensas de órdenes de un tercero.
Shane Carruth construye una experiencia sensorial donde la fina labor de montaje transmite la sensación de un caos helicoidal que envuelve, apoyado en un sonido constante que abunda en los tonos graves y funciona a modo de hilo distorsionador de la realidad. Claves fundamentales para crear la atmósfera hipnótica a la que los personajes y el espectador están sometidos. Además, la sucesión de primerísimos primeros planos y el uso reiterativo de una fotografía macro nos interna en la dimensión de la percepción de los pequeños detalles y convierte al tacto en un componente más. Poética sinfonía de la alienación a ras de piel.