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Richard Stanley, un viaje esotérico por el cine de culto
En el año 2014 se estrenaba el documental Lost Soul: El viaje maldito de Richard Stanley a la isla del Dr. Moreau, de David Gregory, crónica de uno de los rodajes más salvajes de la historia de Hollywood. La séptima adaptación cinematográfica de la célebre novela de H.G. Wells emprendida en 1996, fue adjudicada a un joven director de origen sudafricano que ya había convencido a la industria de su talento, ganándose el respaldo de la productora New Line Cinema. Constituyó la primera superproducción de Richard Stanley, la única y cúspide de una carrera que a partir de este rodaje caería en picado.
Stanley comenzó haciendo videoclips para bandas de metal oscuro como Fields of the Nephilim, Public Image Limited o de rock sinfónico como Marillion para quienes dirigió un mediometraje de 58 minutos destinado a ser proyectado con la música del álbum conceptual Brave (1994). Desde sus primeros trabajos se puede observar esa magnífica cualidad que tiene para convertir la carencia en virtud. Nacido en Sudáfrica, resalta en la mayoría de sus entrevistas que el origen de su insólita personalidad se encuentra en las enseñanzas de su madre, antropóloga y suerte de bruja implicada profundamente en el enigmático universo de las religiones tradicionales africanas. En su filmografía, vinculada casi en su totalidad al fantaterror y al futurismo antiutópico, se puede observar una serie de elementos estilísticos reiterativos, como la inclusión de ese universo semántico relativo al vudú, la magia negra, la brujería, el gusto por los pasajes desérticos y la mística cotidiana de un continente con horizontes verdaderamente lunares.
Personaje singular, entra en el mundo de los directores de culto, de la mano de una opera prima de bajo presupuesto cercana al western distópico como Mad Max (1979) o al ciberpunk ochentero estilo Blade Runner (1982) o Terminator (1984). Basado argumentalmente en el comic SHOK!, de Steve McManus, Hardware, programado para matar (1990) fue realizada en la época previa al surgimiento del digital, por lo que todo su despliegue tecnológico se sustenta sobre aquella maravilla de ciencia multidisciplinar que hizo furor en el cine fantástico hasta la aparición del digital, el Animatronic. Narra la historia de una joven pareja. Max (Dylan McDermott), un explorador que busca su sustento en la peligrosa Zona Radioactiva y Jill (Stacey Travis) escultora vanguardista que vive encerrada en su pequeño departamento rodeada de chatarra y pedazos de antigüallas robóticas. En vísperas de Navidad, Max regresa a casa y trae de regalo un misterioso cráneo que ha adquirido a otro explorador. Es un MARK-13, una forma de vida artificial inteligente biomecánica autoindependiente concebida como arma militar.
Producida por la British Satellite Broadcasting, el filme tuvo un presupuesto bastante ajustado, lo que no fue óbice para el éxito. El estilo cinematográfico del director, que puede observarse ya con solidez en videos como Preacherman o Blue Water, de Fields of Nephilim, podría afirmarse que condensa en esta pieza rasgos esenciales. Notablemente influenciado por Sergio Leone en su concepción asintomática del western y la utilización de la música; en su obra resalta además el influjo de Darío Argento en ese gusto visceral por los chorros de sangre, las escenas violentas explosivas, la recreación visual en un morbo explícito de larga duración y la concepción de un montaje fragmentado como estrategia discursiva, pero también como herramienta para encubrir las carencias en la producción. De igual forma, las referencias fílmicas de Stanley abarcan un diapasón enorme que va del terror filipino a las fabulas vampíricas orientales como Kung Fu contra los 7 vampiros de oro, de Roy Ward Baker (1974).
En Hardware, el director solventa todas las carencias de producción con una realización elíptica, personajes potentes y verosímiles dentro de su extrañeza, el uso del animatronic para un festín mecánico de violencia extrema, subrayada por un estilo musical potente que se apropia del metal oscuro, la música industrial o rock, este último también representado en la figura de dos famosos íconos como son Iggy Pop, en el papel del locutor radial Bob, el rabioso, y Lemmy Kilmister, de Motorhead, como el chofer de un taxi bote. Cerradas sobre sí misma, es en las locaciones que se ve más claramente el presupuesto exiguo con que fue realizada. No existen espacios abiertos, con excepción de la secuencia inicial del explorador que vemos en un desierto rojo –La Zona Radioactiva- y algunos planos generales de factorías y perfiles de ciudad entre nubes tóxicas, típicos de la representaciones citadinas de este tipo de filmes. Las referencias a un mundo superindustrializado, los disfraces llamativos, el juego con todo tipo de artilugios mecánicos y una estética raída, sucia, aparatosa son parte de este universo. Un filme, que toma de un género muy especifico visualmente, que Stanley enriquece insertando esas dosis de esoterismo que serán definitivas en su obra posterior.
Su popularidad se cimentaría en el mundo del cine fantástico independiente con su segundo largo El demonio del desierto (1992), una obra con estilo visual similar, aunque más diáfano, más abierto, menos decadente, pero a su vez más violento y hermético. Nuevamente sobre los lineamientos estéticos del western, esta vez, inserto en esa mística monumental del paisaje africano. La película se basa en los relatos de una serie de asesinatos irresueltos en Namibia, que Stanley convierte en la historia de un demonio sádico y sensual, interpretado por Robert John Burke. Al alejarse de lo mecánico y de la tecnología noventera, en este filme podemos observar la impronta más auténtica del director, convirtiendo el material en una fábula terrorífica sobre un especie de íncubo que va tomando fotos Polaroid y escogiendo hermosas damiselas para sus rituales satánicos.
Comparten los dos filmes antes mencionados una secuencia inicial concebida bajo los mismos presupuestos visuales. Amplio plano general del desierto, a lo lejos en la carretera un vehículo se dibuja como un espejismo entre el potente calor, en Hardware era una figura humana en la arena. La imagen tintada en tonos rojizos, adquiere una dimensión arcana mientras hace su aparición el demonio autoestopista. El filme se basa en esta serie de feroces asesinatos aderezados con pictografías en sangre y elementos rituales de la brujería, que no encontraron explicación en el mundo real. Cuentan las leyendas que el viento del desierto era un hombre, hasta que le crecieron alas y voló. En su forma antropomorfa, ese viento una vez benévolo, toma las características menos amables de los humanos y convierte su furia en violentas ráfagas que salen de la nada haciendo estragos. A estos vientos se los denomina demonios del desierto.
Apropiándose del mito, Stanley ubica la historia en Bethany, una pequeña ciudad arruinada por la guerra y en franco declive. Casi deshabitada, polvorienta y abandonada, Bethany es un imán místico para las almas en crisis. Se encuentran en el camino a la ciudad dos jóvenes mujeres: Saarke (Terri Norton), la primera en morir, y Wendy (Chelsea Field), quien sostendrá el protagonismo femenino; ambas intervenidas por este potente demonio coleccionador de dedos, cuya función será liberarlas, a través de un rito homicida y atroz. La policía local, en la figura del sargento Mukurob (Zakes Mokae), se enfrenta a este caso, que solo podrá resolver guiado por un sangoman, curador tradicional del Sur de África. El brujo Joe Niemand (John Matshikiza) será quien descubra para la policía las verdaderas implicaciones de estos eventos incompresibles y que al ser de otro mundo, quedarán irresueltos.
Se consolida la estética de Stanley más cercana a estos mundos mágicos, donde se apropia de la potente visualidad de la religiosidad africana, los ritos satánicos, los símbolos como la espiral y el círculo repetido, las imágenes del búho, la luna, los escritos con sangre y las velas rituales. Como todo director de culto, Stanley era conocido por un pequeño sector de la industria, aunque profundamente desconocido para el público general. Su carrera daría el salto largo con la primera propuesta de una gran productora que constituiría su tercer proyecto fílmico, la traslación de la novela La isla del Dr. Moreau, de H.G. Wells. En el documental antes mencionado, se relata la historia de este rodaje, que estuvo marcado quizás por la juventud de un hombre ensimismado en un universo particular, que perdió la guía frente al poder autoritario y castrador de la maquinaria fílmica industrial.
Desde el inicio, el proyecto comienza en negativo para el joven director. Al entrar la figura de Marlon Brando, la productora propone sustituirlo por el afamado director Roman Polanski. La respuesta de Stanley fue invocar la suerte, a través de un brujo inglés que conocía, mediante conjuros y sortilegios; según su testimonio en el documental estos amarres mágicos fueron los que propiciaron su retorno. En sus manos, el proyecto fue un desastre total, a tal punto que comienza en un proceso de introspección que lo lleva alejarse de las responsabilidades, alegando que lo intentaban excluir de todo. La falta de compromiso, los constantes roces entre los actores y la incapacidad del director de solventar las problemáticas diarias de un rodaje en tierras tan inhóspitas como el Cabo Tribulación en Australia provocaron que fuera sustituido por John Frankenheimer para convertir el filme La isla del Dr. Moreau, estrenado en 1996, en una de las peores películas de la década, nominada a varios premios Razzie. Su salida del proyecto le provoca una fuerte crisis existencial rodeada de mitología. Se cuenta que los productores intentaron sacarlo del país pues temían sus represalias,pero Stanley se alió con los aborígenes australianos para intentar, a través de la brujería, invocar el fracaso de un proyecto que ya estaba condenado.
Es a partir de este momento que Richard Stanley se refugia en la región de Montsegur, en Francia, donde actualmente vive, buscando un portal dimensional que aseguran existe en esa región. No es hasta entrado el siglo XXI, que comienza nuevamente a realizar colaboraciones y documentales siempre vinculados a la búsqueda de misterios inexplicados. Su primer filme del siglo, La gloria secreta (2001), es un documental sobre el escritor alemán Otto Rahn, teniente de las SS y miembro del Partido Nacionalsocialista, reconocido aficionado de los misterios medievales, la historia y el esoterismo. Su búsqueda del Santo Grial es el argumento de este docudrama producido por Subversive Cinema, una sociedad distribuidora que «busca honrar y reconocer películas audazmente originales que no solo viven fuera de la corriente principal, sino que también disfrutan de ignorar y rebelarse contra las normas establecidas en el interior de la comunidad cinematográfica»[1].
Seguidamente, realiza un documental, una colaboración y dos cortometrajes que abarcan hasta el cine experimental. El primero, el documental La oscuridad blanca (2002) trata sobre las tradiciones sincréticas del vudú en la parte haitiana de la isla de La Española, luego participa en el proyecto fílmico colaborativo alemán Europe – 99euro-films (2003), realiza el corto fantástico El mar de la perdición (2006) y, por último, The Sun’s Gone Dim (2006), un cortometraje donde utiliza las experiencias surrealistas del cadáver exquisito, vinculándolas a la música del compositor islandés Jóhann Jóhannsson. Una pieza abstracta y profundamente conceptual.
La vida del director Richard Stanley ha estado marcada siempre por esa voluntad mística que se manifiesta en todas las dimensiones de su existencia. Los testimonios sobre su carácter lo definen como un hombre carismático, profundamente humano y compasivo, pero también ensimismado y volcado en este mundo alternativo, en el que no cesa en profundizar. Las dos últimas piezas que ha concluido siguen en la misma línea de búsqueda de lo desconocido, tanto en la ficción como en la realidad. En el mismo año 2006 colabora en el filme Teatro Bizarro con un segmento llamado Madre de los Sapos. La pieza es una película de horror en seis cuentos, articulados sobre un narración transversal que se instituye como una séptima historia. Una obra de culto poco conocida, pero definitivamente exquisita, que incluye a directores como Tom Savini, Karim Hussain, Buddy Giovinazzo, Douglas Buck o David Gregory, director del documental mencionado al inicio.
Dedicado por entero a sus investigaciones sobre el portal que se encuentra en La Zona, la última obra de Stanley está fechada en 2013. El otro mundo es un documental sobre la magia y lo esotérico en el sur de Francia, más específicamente en la localidad de Montségur, en Occitania, donde vive desde los años 90. Una extraña experiencia en dicho lugar, referida, como hemos mencionado, a un portal dimensional y a las tradiciones mágicas de la región lo llevan a realizar este documental, explorando una temática que ha sido recurrente en su obra. No cabe duda que la mística del continente africano signó la vida de este hombre, mezcla de hechicero, hippie y metalero noventero. Con trazas de genio escritor y nómada, su presencia en el mundo cinematográfico podría decirse que es obra de los más amables conjuros. Su filmografía, aunque corta y desigual, reseña un espíritu signado por una auténtica y maravillosa personalidad.
[1] Subversive Cinema Society. Presentación Web (seeks to honor and recognize boldly original films that not only live outside of the mainstream, but relish in ignoring and rebelling against the norms of the film community establishments) (http://subversivecinemasociety.com)