Críticas
Por quién doblan las campanas
Rompiendo las olas
Breaking the Waves. Lars von Trier. Dinamarca, 1996.
Rompiendo las olas es la primera obra de la Trilogía del corazón de oro de Lars von Trier. Le seguirían Los idiotas (Idioterne, 1998) y Bailar en la oscuridad (Dancer in the Dark, 2000). En ellas, el realizador indaga sobre la naturaleza de la bondad femenina en ambientes diversos. Tras una primera etapa, volcado con su particular mirada de Europa, y después de una primera aproximación con Medea (1988), en su adaptación para televisión del guion de Carl Theodor Dreyer sobre dicha tragedia griega, el danés pretendía otorgar todo el protagonismo al alma y al corazón de las mujeres. A Von Trier le despertaba enorme interés lo que él consideraba como una de las características de la esencia femenina: la tendencia al extremismo y a la irracionalidad en sus deseos y actos. La contemplaba como un auténtico enigma de difícil comprensión. Y el autor, agarrando con firmeza las palabras de Ifigenia cuando afirma que los dioses solo nos hablan a través de nuestro corazón, intenta modelar tres tragedias de mujeres que llegan al límite en su seguimiento ciego del amor absoluto.
Ubicada a principios de los años 70, Rompiendo las olas es la historia de Bess, una joven ingenua que forma parte de una rígida comunidad puritana situada en un pueblo costero de Escocia. Enamorada de un hombre forastero, de Jan, consigue que las fuerzas religiosas del lugar le permitan contraer matrimonio con él. Este trabaja en una plataforma petrolífera y tras sufrir un accidente que lo deja postrado en una cama, Bess deberá enfrentarse a los límites de la transgresión entre lo humano y lo divino. El largometraje se estructura en siete capítulos, además de un prólogo y un epílogo que arrancan con estampas que retrotraen a libros viejos de cuentos bajo los sones de canciones pop de la época. Justo en el preámbulo, la protagonista consigue el beneplácito de su Iglesia para casarse con el “extranjero”. Exhibiendo un rostro resplandeciente, Bess sale del templo y aún a la espera del veredicto, en un primerísimo primer plano mira a cámara, nos mira a todos nosotros y sonríe. Busca la complicidad de los espectadores con naturalidad. La consigue, seduciéndonos con su aire ingenuo, su completo aplomo y su suprema dicha. En el primer capítulo, Bess y Jan se casan. Las campanas no pueden repicar, la iglesia carece de ellas.
El autor se basó en dos fuentes literarias para conformar su obra. En primer lugar, en un cuento que había leído en su infancia titulado precisamente como la denominación que eligió para la trilogía a la que pertenece la película: Corazón de oro. En él, una niña pequeña se interna en el bosque con unas cuantas migas en su delantal y acaba entregando todo lo que posee a los necesitados que se encuentra. Termina desnuda y sin pan. En segundo lugar, en la novela Justine o los infortunios de la virtud del marqués de Sade. Recordemos que en ella una joven pura y hermosa únicamente encuentra en su camino toda clase de agravios. Tras sobrevivir a tremendas vilezas y sin perder en ningún momento su bondad se refugia, creyéndose ya segura, en casa de su hermana. Acostada en la cama y dándole gracias a Dios, le alcanza un rayo y la mata. Santas y mártires dispuestas a sacrificarlo todo e iluminadas por una fe que asemeja irracional y que las conduce a un destino humillante y funesto.
Bess es considerada por su Iglesia como un buen miembro entregado a su servicio. Pero el auténtico interlocutor de la protagonista no es el hombre sino Dios. Con él abre su alma en un lenguaje desdoblado a través del cual recibe con severidad sus veredictos absolutos de poder y justicia. Bess se coloca en un plano de inferioridad mirando a las alturas a su ser supremo. Bess dialoga desde la insignificancia con su hacedor, agradeciéndole la unión con Jan, una comunión que para ella se materializa en Dios, en una vida que únicamente concibe como regida por la propia ley divina y dirigida al encuentro final con lo absoluto. Bess lo quiere todo y en su contradicción, es capaz, además de criticar los rígidos dogmas de su comunidad cuestionándose, por ejemplo, su machismo, saltarse también sus propias normas de conducta con reacciones tenidas como demasiado jocosas, poco pudorosas o irreverentes (sirva como muestra su comportamiento en celebraciones religiosas o en actos públicos). Su autenticidad y llaneza golpean como puñetazos frente a la dureza y crueldad de la inflexible ley de los Ancianos.
Cuando Jan debe volver a la plataforma, Bess estalla de rabia y soledad. Pero es consciente de que debe controlar sus emociones, de que no puede dejar arrastrase por el egoísmo de su amor. Ha violado con su comportamiento las reglas de urbanidad impuestas por los suyos. Temerosa de la ley divina y consciente de que ha pecado, debe pedir perdón y reformarse, bañarse en una cura de humildad y recuperar los favores de Dios. Pero en su carácter desdoblado y a pesar de los intentos, no consigue desprenderse de esa profunda emotividad que le imposibilita adoptar la paciencia y el lenguaje comúnmente aceptado. Fuera de control e incapaz de someter a rajatabla los sentimientos, suplica e implora al divino la vuelta de su amor. ¿Estás segura de que es eso lo que deseas? Es plenamente consciente de que está pecando, está anteponiendo sus deseos a todo, mezquinamente y con voracidad. El Todopoderoso accede a sus deseos. El milagro se materializa pero Jan no regresa intacto. Bess ha sido castigada merecidamente y debe penar por ello. Ha provocado con su petición el accidente de su amado. La tragedia debe ser compartida aunque conlleve martirio y destrucción.
Las raíces de la traumática relación con Dios de la heroína de Von Trier pueden buscarse en el personaje de Juana de Arco y en las versiones cinematográficas de Dreyer y Bresson. La pasión de Juana de Arco del primero (La Passion de Jeanne d’Arc, 1928) conforma una visión espiritual de la santa como una mesías. A través de la desnudez en elementos plásticos indaga en las contradicciones de su alma. La presenta más allá que una simple creyente que es consumida por las llamas en su personal crucifixión. El proceso de Juana de Arco de Bresson (Procès de Jeanne d’Arc, 1962) recoge a su protagonista desde su esencia como una mística con ansias de independencia. La tensión poética y emocional del filme culmina en el éxtasis de la hoguera, precedida por el vuelo de las palomas y el repique de campanas. Un milagro, una acción inexplicable que Von Trier recoge con los sonidos y la imagen del mismo instrumento metálico para adentrarse en el tiempo infinito del otro mundo. Un prodigio de origen divino para descansar en la eternidad. Una transfiguración del arte para superar las barreras entre realidad y ficción.
Igualmente, se pueden encontrar en Rompiendo las olas otras líneas de continuidad procedentes de obras de Dreyer como Ordet (La palabra, 1955). Aquí también se produce un milagro implorado, pero el nieto que concibe Inger nace muerto en pedazos. Ambos son deseos egoístas, arbitrarios, caprichosos. Como en el desenlace del filme de Von Trier, tras el fracaso y abandono del hogar, Johannes abraza la humildad, regresa al redil y devuelve finalmente a la vida a Inger en un reconocimiento celestial de superación del pecado. Johannes, el “idiota de Dios”, como lo califica Paul Schrader, logra la resurrección, al igual que Bess, la “desequilibrada hija de Dios”, obtiene, al menos ella lo cree, la de Jan con su martirio. Al fin y al cabo, la ingenuidad acaba triunfando. A pesar de que gran parte del filme de Von Trier está rodado con una cámara al hombro temblorosa, con unos fotogramas sin ornamentos y en un estilo hiperrealista productor de una inmediatez convulsa, incluye algunos encuadres muy amplios en los que la naturaleza inhóspita cobra vastísimas proporciones, reduciendo a los personajes a presencias diminutas. La insignificancia del ser humano frente al poder omnímodo del Creador.
Von Trier se vale de su particular comunidad calvinista de la costa norte de Escocia y del relato de la autodestrucción de Bess para trazar su personal paralelismo con la pasión bíblica: enfrentamiento con los patriarcas religiosos (los doctores de la ley), consumación del matrimonio (del sacramento), la entrega sexual como castigo (penitencia), el sacrificio del barco (martirio), la muerte (crucifixión), el féretro sin cuerpo (sepulcro vacío) y por último, la resurrección en la inmensidad del océano que, como diría Deleuze, viene a configurar el abandono del mundo de lo sólido por la liquidez que transporta a otro mundo y a otra ley, a una justicia y a una verdad que “no son de esta tierra”.
Tráiler:
Ficha técnica:
Rompiendo las olas (Breaking the Waves), Dinamarca, 1996.Dirección: Lars von Trier
Duración: 159 minutos
Guion: Lars von Trier, Niels Vorsel, Tómas Gislason
Producción: Trust Film Svenka, Liberator Production
Fotografía: Robby Müller
Música: Joachim Holbek
Reparto: Emily Watson, Stellan Skarsgård, Katrin Cartlidge, Jean-Marc Barr, Udo Kier, Adrian Rawlins, Mikkel Gaup, Jonathan Hackett, Sandra Voe, Roef Ragas