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Salir del bucle
Desde el lejano siglo XIII en que, siguiendo a Aristóteles, Santo Tomás de Aquino definió al tiempo como “el movimiento según el antes y el después”, la incertidumbre acerca de la verdadera naturaleza de este misterio ha sido tema de discusión entre filósofos y científicos. Santo Tomás lo considera, según los cánones filosóficos de la Antigüedad, como algo externo al quehacer humano, una medida del cambio, que era siempre el punto de referencia. Posteriormente, la tecnología y el desarrollo de los modelos subatómicos, y ahora cuánticos, han redefinido el concepto del tiempo actualmente en manos de los científicos, quienes siguen tomando un cambio en el estado de las cosas como referencia, tal como el gran Heráclito ya lo había dicho en la Grecia clásica.
Pero, aun cuando la naturaleza misma del tiempo no ha podido definirse ni concretarse, el elemento que todas las posturas tienen en común es la percepción del cambio. El tiempo es entonces percibido por el individuo de a pie, sin recurrir a la retórica filosófica ni a los postulados de la mecánica cuántica, como el efecto producido por un cambio en su propia realidad. Se vuelve entonces indiscutible y tan universal el hecho de que las cosas cambian progresiva e incesantemente, tanto que lo percibimos en nuestros propios cuerpos, sabios reflejos de los ciclos de la naturaleza. Así, y por consenso, la humanidad ha asignado nombres para designar y conceptualizar al día y la noche, la primavera y el invierno, los meses y los días, y así, ordenar nuestro andar en la vida, desde el útero hasta la última morada.
Conociendo la irremediable dirección del cambio, y dentro del contexto del tiempo, cada segundo es una irrepetible e irremediablemente perdida oportunidad de encontrar la felicidad, sin embargo, es tan dado por hecho el amanecer del día siguiente, o la llegada de la primavera, que no es difícil que dicha reflexión pase inadvertida, y así, la oportunidad entonces esté definitivamente perdida. Para Phil Connors (Bill Murray), el día 2 de febrero, será el día de plantearse la posibilidad de poder ser parte del cambio que demuestra, ante los profanos ojos del ser humano, la presencia del tiempo.
En su película de 1993, Atrapado en el tiempo (Groundhog Day), Harold Ramis, quien por cierto tiene también un papel secundario en el filme, plantea un escenario en donde los personajes quedan atrapados en un bucle temporal, repitiendo el mismo día, una y otra vez, a partir de las seis de la mañana, y repitiendo además cada acción y cada decisión de manera idéntica, como si fuera la primera vez. El cambio no sucede y, por lo tanto, el tiempo no transcurre para los personajes, excepto para el protagonista Phil Connors, quien despierta cada mañana con la experiencia del día anterior, pero que es testigo de cómo todo a su alrededor vuelve al estado en el que se encontraba esa madrugada del 2 de febrero en Punxsutawney, Pensylvania.
Phil es un arrogante reportero del clima para una televisora, que en pleno ascenso de su carrera es enviado una vez más a documentar un curioso evento en la provincia, en donde el comportamiento de una famosa marmota, llamada Phil, por cierto, predice la tan anhelada llegada de la primavera. Incapaces de salir del pueblo por una tormenta, el equipo del reportaje, conformado por el meteorólogo, la encantadora productora Rita (Andie MacDowell) y el camarógrafo Larry (Chris Eliott), regresa a provincia a celebrar el Día de la Marmota, sin saber que por la mañana estarán una vez más al inicio del bucle.
El ciclo indefinido de repeticiones que denota el bucle temporal comienza justo al sonar ese despertador a las seis de la mañana, en donde Ramis consigue, con un exquisito montaje, evocar esa sensación del tipo deja vú en el espectador desde el primer instante en que el locutor de la radio comienza a hablar. En la primera versión del día 2 de febrero, el cineasta ha puesto banderas señalizadoras que van a anclar las nuevas versiones de ese día de invierno, cada nueva repetición está soportada por dichos eventos centinela, pero en cada nueva versión hay una variable, que es la reacción del protagonista. El ritmo resulta tan ágil, que es impactante el choque temporal entre el evento que ya se conoce y la ingenuidad con que los personajes reaccionan. Gracias a este ingenioso juego de montaje y secuenciación, es en ojos de Phil que el espectador se convierte en un testigo externo del paso del tiempo.
El desconcierto de Phil, al verse libre de los efectos del cambio según los postulados de Heráclito, se transforma inicialmente en un gusto por el derroche y el libertinaje, planteado a manera de una especie de comedia ligera, con planos generales cortos, y siguiendo un ritmo acelerado, el cineasta resalta la importancia que los estadounidenses le dan a esa necesidad de rápido y en el menor tiempo posible alcanzar un gran estatus social, emocional y sentimental. El meteorólogo toma dinero, vive como millonario, hace destrozos y, por supuesto, conquista chicas guapas, usando información obtenida de ellas mismas en versiones previas del día, hasta que, aburrido de descomponerse a sí mismo y a los ciudadanos de la provincia, descubre la posibilidad del amor en Rita.
En un momento de inflexión narrativa y formal, mientras Phil y Rita intercambian ideas sin relevancia durante el almuerzo, en una clásica y convencional secuencia de campo contracampo, Ramis cambia por completo el ritmo del filme con un encuadre notablemente más largo sobre Rita en el momento en que ella recita a un famoso poeta. La cámara se manifiesta curiosa y sensible en un discreto zoom que cambia la dirección de la narrativa del filme hacia la comedia romántica. A partir de este momento, la rítmica secuenciación con planos más largos y armónicos con el entorno, destacan el proceso en el que Phil descubre una dimensión más profunda en su configuración emocional, mientras va indagando en las emociones de Rita para buscar conquistar su corazón. En contraste con la acelerada búsqueda del placer hedónico de la juventud humana, ahora el tiempo no es límite para alcanzar cada vez más una artificial compaginación con la amada. Cada día, una nueva pregunta; cada día, algo más en común con ella; cada día, supuestamente, más cerca de su corazón.
En un nuevo giro, Ramis deja que Phil resbale por la pendiente de la decepción hasta chocar de frente con una realidad en la que, si bien el tiempo no es una limitante, la interacción humana es mucho más sensible y compleja que solo el conocimiento del otro. En una profunda secuencia, donde el meteorólogo confronta su imposibilidad de conquistar a Rita, con una nueva rítmica fílmica, el cineasta transforma la forma visual y la reflexión sentimental del amor, en una mirada a la reflexión existencial y trascendente sobre el verdadero sentido de la vida. Ahora Phil se toma su tiempo, interactúa con lo profundo de cada habitante del pueblo, se desprende de sus propios intereses y de la búsqueda de una salida definitiva del bucle. La paleta es mucho más colorida y los planos encuadran a Phil siempre acompañado; es esta nueva y última etapa la clave para la comprensión de la totalidad de la obra.
Tan antigua como el análisis del tiempo y sus secuelas es la reflexión del camino evolutivo a seguir por el ser humano para alcanzar esa tan anhelada felicidad pura y trascendente. No son pocas las manifestaciones artísticas que buscan explorar ese sendero que transita desde lo meramente físico y sensorial hasta lo espiritual; sin embargo, Ramis, con una cámara poco ambiciosa y más bien simple, pero con inteligente carácter fílmico, demarca las fronteras entre estas diferentes etapas evolutivas. La acelerada exploración sensorial con una paleta fría que armoniza con el flemático Phil, da pie a la iluminada etapa del enamoramiento que, además de ampliar la gama de expresiones en su rostro, transforma por completo el filme y el carácter afectivo del espectador. Finalmente, la cálida paleta de los planos finales hace evidente el giro trascendente de la obra.
Todo en Punxsutawney acontece sin cambios, todo es idéntico, excepto Phil. Para él cada día cambia no solo en las consecuencias de sus actos, sino en la manera como percibe su realidad; se sensibiliza conforme se desprende de su coraza ególatra, los personajes resultan diferentes a pesar de su comportamiento idéntico y repetitivo, pero lo que en realidad es diferente es su propio espíritu, por eso es que se entrega, primero a él mismo, luego a Rita y, finalmente, a todos. No hay reflexión más bella que la entrega total, y en esta película, Ramis nos lleva de la mano.
El día de la marmota no es un documental académico ni una obra de ciencia ficción, en su película Ramis no desperdicia el tiempo de sus personajes para explicar lo que está ocurriendo, no hay necesidad de enfrascarse en explicar el extraño fenómeno o darle congruencia científica o filosófica. La obra va directamente a mostrar a un hombre común, absolutamente ensimismado y apresurado en alcanzar sus metas, quien va a ir desprendiéndose de las innecesarias cargas psicológicas y afectivas para ir dejando ver, en su sencillez, al ser humano que ahí habita. Por el contrario, la película es más bien un experimento controlado, que permite una lectura hiperbólica del razonamiento humano acerca de la felicidad. Tanto en su forma cinematográfica como en su contenido narrativo, demuestra, con extraordinaria congruencia, la evolución del ser humano desde sus primitivos instintos de absorción hedonista hasta la comprensión de la irremediable necesidad de volcarse hacia el otro.
Al igual que Tomás de Aquino, en esta maravillosa obra fílmica, Ramis no alcanza a explicar la esencia última del fenómeno del tiempo, pero atinadamente descubre lo innecesario que resulta perderse en la búsqueda de respuestas. Con gran sensibilidad deja claro que el problema de la infelicidad del ser humano no es el paso del tiempo y sus efectos, sino la absurda manera en que intenta aprovecharlo. El ser humano no necesita más tiempo para alcanzar la felicidad, lo que necesita es solamente vivir mejor ese tiempo.
https://youtu.be/yYWwFQr_JH8