Festivales 

Controversia y acumulación. SEMINCI 2017

Palmarés de la 62ª Edición del Festival de Cine de Valladolid

SECCIÓN OFICIAL

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El jurado de la Sección Oficial del Festival de Valladolid de este año, celebrado del 21 al 28 de octubre, estaba formado por Brice Cauvin, Claire Dobbin, Ray Loriga, Uberto Pasolini, Emma Lustres y Santiago Tabernero. No creemos que sus decisiones hayan sido precisamente acertadas, tanto en las películas elegidas como en la poca generosidad con el reparto, demasiado concentrado.

The Nile Hilton Incident, una coproducción entre Suecia, Alemania, Dinamarca y Marruecos, del director sueco Tarik Saleh, ha sido la agraciada, tanto con la Espiga de Oro como Mejor Largometraje, como con el Premio al Mejor Director y el de Miguel Delibes al Mejor Guion, obra del propio realizador. Se trata de una narración de intriga y suspense situado en El Cairo, en el que tras partir de una investigación sobre el asesinato de una cantante en la habitación de un hotel, se van destapando diversas corrupciones que llegan hasta las más altas instancias. Estamos ante un filme que no entusiasmó a la crítica ni al público y, en consecuencia, tampoco se encontraba entre los favoritos. El elenco donde elegir al ganador era diverso. Entre el mismo, podríamos nombrar la película que entusiasmó a todos, la británica The Party, de la veterana realizadora Sally Potter. Estamos ante una tragicomedia en blanco y negro y de una duración muy acotada, 71 minutos. Consigue  exprimir de forma excelente sus recursos para reírse de uno mismo, caracterizando personajes ácidos y esperpénticos. Con la libertad que otorga la madurez -¿algún otro efecto positivo…?-, Potter se despacha de una forma cínica, irónica y redonda, a cuenta de una reunión de amigos para celebrar el nombramiento como ministra de una de sus protagonistas. Casi se fue de vacío, de no ser por la obtención de la Espiga Arcoíris.

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Continuando con otros largometrajes que podrían haber sido merecedores del máximo premio por su calidad, se encuentra la película El insulto (L’Insulte), del director libanés Ziad Doueiri, nuestra favorita y también la del público, no en vano ha obtenido dicho premio. En momentos tan poco dados al diálogo, como el que está viviendo el estado español en la actualidad, encaja a la perfección el conflicto de esta película, que se inicia por un incidente casual y termina implicando a tribunales, políticos y al conjunto de la sociedad. Frente a las luchas raciales y/o religiosas, odios ancestrales que se realimentan y enfrentamientos todavía abiertos, a lo mejor, solo quizás, quede un resquicio para la reflexión, el sentido común y la esperanza.

Tampoco nos hubiera sorprendido que la elegida como favorita del jurado hubiera sido la turca Daha, del director Onur Saylak. Se trata de uno de los retratos más duros que hemos podido ver sobre el tema del penoso recorrido que deben atravesar los exiliados, desde su país natal hasta la soñada Europa “de las libertades y del bienestar”. El camino se encuentra en manos de traficantes y explotadores despojados de cualquier sentimiento humanitario o algo que se le parezca. Precisamente, el tema de aquellos que deben abandonar sus hogares por obligación económica, bélica, racial o religiosa, también se abordó en la película alemana del realizador chino Ai Weiwei, un dilatado filme de carácter documental, que atraviesa más de 23 países a lo largo de un año, además de cientos de campos de refugiados. Con una fotografía marcada, intensa y unos impactantes planos cenitales, su inclusión en la Sección Oficial, al tratarse de una obra documental, tuvo que ser explicada por el director del Festival, Javier Angulo, por la mayor repercusión que obtendría en dicho encaje al considerarse su estimable valor de documento comprometido y acusador. Como se preveía, no se fue de vacío y obtuvo una merecida Mención Especial del Jurado. En cuanto a la primera, a Daha, tuvo que conformarse con el Premio Fipresci de la crítica internacional.

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Pasando a la Espiga de Plata al Mejor Largometraje, la misma ha recaído en la película que nos ha parecido más penosa del Festival, con permiso de Los pájaros cantan en Kigali (Ptaki śpiewają w Kigali), esta última de los polacos Joanna Kos-Krauze y Krzysztof Krauze. El agraciado ha sido el filme estadounidense, The Rider, de la directora china Chloé Zhao. Además, ha acaparado el galardón de Mejor Actor para su protagonista, Brady Jandreau, y el Premio Pilar Miró al Mejor Nuevo Director. Con el filme, nos trasladamos a la América rural  profunda, a aquella de la que se dice que ha votado a su nuevo presidente. Concretamente, nos movemos en Dakota del Sur, en un mundo misógino, primitivo y con poca o ninguna formación educativa. Y dentro de él, nos plantamos en el ámbito del rodeo, incluyendo la propia competición, además de la doma y monta de los caballos. Nos parece que, sin exagerar, prácticamente el 90% del metraje se convierte en tediosas y cursis imágenes de jinetes cabalgando, domando o acariciando a sus equinos, ya en directo, ya en diferido. Penosa obra que nos costó soportar en su totalidad, mientras nos movemos entre discapacitados físicos, psíquicos o mentales, en donde la elipsis parece que no se conoce y la explicitud se apodera de la imagen y el sonido.

Después de todo lo anterior, poco quedaba del pastel en lo referente a la Sección Oficial de Largometrajes. Exactamente, solo dos trozos. El primero de ellos, el que premiaba a la mejor fotografía, ha recaído, creemos que con acierto, en Ágnes Pakózdi, del filme suizo Soy un rayo de sol en la tierra (Me Mzis Skivi Var Dedamicaze), realizado por la directora de origen georgiano, Elene Naveriani. Con un sucio blanco y negro, la obra se mueve en la ciudad de Tiflis, plasmando con quietud los universos más desfavorecidos, el de las prostitutas, emigrantes ilegales o la infancia que se desarrolla prácticamente en el abandono. Por lo que respecta al último trozo del dulce, el de Mejor Actriz, se ha compartido por dos mujeres, Laetitia Dosch, protagonista de la obra francesa Jeune femme (Montparnasse Bienvenüe), realizada por Léonor Serraille, y Agnieszka Mandat-Grabka, protagonista así mismo del filme El rastro (Pokot), de la conocida realizadora polaca Agnieszka Holland. En cuanto a la primera, se premia una interpretación que desprende demasiada energía en una película que sigue a Paula, una treintañera errática por las calles de París, mientras no se alcanza emoción alguna y nos quedamos con la sensación de estar ante un filme ya visto. Por lo que respecta a la segunda actriz, aunque comprendemos que la obra no obtiene un nivel de maestría sublime, si que consigue nuestra empatía con las andanzas de Duszejko, una mujer madura y solitaria, en una lucha titánica frente a ese mundo poderoso que practica, defiende y mantiene la caza cruel e indiscriminada de animales, sin más objetivo que la búsqueda de un placer perverso. Excelente y radical interpretación de Mandat-Grabka, envuelta en un realismo mágico que nos hizo disfrutar de forma intensa.

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Pasando al apartado de cortometrajes, aquí parece que el Jurado ha estado más atinado, y los premios concedidos sí que se corresponden con obras de calidad indudable. La Espiga de Oro se ha concedido a La mirada (Negah), de la iraní Farnoosh Samadi, repitiendo el galardón del pasado año, aquella vez con El silencio (Il silenzio). En esta ocasión, dedica la obra a todas aquellas mujeres que deben volver a sus hogares por la noche, en horas intempestivas, por causas laborales. El cortometraje premiado con la Espiga de Plata ha sido Un hombre se ahoga (A Drowning Man), del cineasta palestino afincado en Dinamarca, Mahdi Fleifel, una desgarradora mirada sobre la búsqueda de la supervivencia de aquellos seres humanos ilegales que campan por el continente europeo en la invisibilidad. Por último, se ha otorgado a Kapitalistis, del belga Pablo Muñoz Gomez, el galardón que da opción a participar como finalista en el premio anual de Mejor Cortometraje que anualmente concede la European Film Academy. Irónica y divertida mirada sobre las consecuencias a las que aboca el capitalismo salvaje y consumista en el que nos movemos.

Por lo demás, la edición de este año ha destacado por diversas circunstancias. En primer término, no queremos dejar de señalar un dato muy favorable: el elevado número de mujeres realizadoras que han participado en la Sección Oficial de Largometrajes, exactamente 9 de las 19 en competición. Precisamente, el Foro de Mujeres en el Cine Español, celebrado en el mismo Festival, constató que en el año pasado, solo el 16,1% de las películas producidas en España fueron dirigidas por féminas. En un segundo inciso, hablando precisamente de cine español, destaca la circunstancia que entre los largometrajes seleccionados en la Sección Oficial, únicamente uno estaba coproducido por España y realizado por una ciudadana de este país, La librería (The Bookshop), de Isabel Coixet. Y además de estar ambientada en una ciudad inglesa, su versión original se rodó en lengua anglosajona. Tuvimos que esperar a la película de la República Dominicana, Carpinteros, de José María Cabral, para escuchar un largometraje en una lengua oficial del estado (es un decir, ya que unos subtítulos en castellano habrían favorecido su comprensión). Por último, destacar otros dos puntos: el buen nivel de casi todas las proyecciones de la Sección Oficial y la poca atracción que ha despertado el certamen entre los participantes por su ausencia, ya en la presentación de las obras, ya en la recogida de galardones.

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