Festivales
SEMINCI 2024
69 EDICIÓN DEL FESTIVAL DE CINE DE VALLADOLID
Desafío superado
La 69 edición del Festival de Valladolid acaba de finalizar. Es la primera en la que el equipo de su nuevo director, José Luis Cienfuegos, ha completado todo el ciclo. La renovación no se ha mostrado únicamente en la puesta al día del logo, muy cuestionado por otra parte. Las diferentes secciones competitivas se han mantenido y además, ha sido añadida la de Constelaciones, en un intento de homenajear a autores que estuvieron presentes en la Seminci en el pasado y que este año han destacado en otros festivales internacionales. Entre ellas se encontraban películas tan interesantes como Emilia Pérez de Jacques Audiard (2024), Mi única familia de Mike Leigh (Hard Truths, 2024), El último suspiro de Costa-Gavras (Le dernier souffle, 2024) o La semilla de la higuera sagrada del iraní Mohammad Rasoulof (The Seed of the Sacred Fig, 2024), cineasta que, además, ha recibido una de las Espigas de Honor. Se ha pretendido, con una programación de más de 200 películas, dotar al certamen de la contundencia suficiente para abarcar una panorámica extensa del cine de autor más comprometido, integrador y abierto a aquellos nuevos retos que la actualidad demanda.
Centrándonos en la Sección Oficial, principal objetivo de esta crónica, la misma ha reunido a veintiséis propuestas, cuatro de ellas fuera de competición. Como muchas se correspondían con coproducciones de distintos países, centrándonos en el origen de los realizadores o realizadoras, se ha contado con la presencia de siete de nacionalidad española, cuatro francesa y estadounidense, dos griega y noruega, así como una china, portuguesa, mexicana, iraní, rumana, singapuresa e italiana. Miradas muy diversas de importantes envergaduras, pero quizás condicionadas por demasiadas óperas primas y por la voluminosa presencia española. Han sido nueve días intensos que nos han dejado profundas emociones, ya incorporadas en nuestra particular mochila cinematográfica. Seguidamente, vamos a comentar someramente la mayoría de las obras exhibidas en esta sección, perfilando con brevedad sus rasgos identificativos y las impresiones que nos han dejado.
Empezando por la presencia española, la película de Carlos Marques-Marcet, Polvo serán, fue la elegida para inaugurar el Festival. Si el autor se interesó en su última obra, en Los días que vendrán (2019), en el principio de la vida, ahora se ocupa justamente del final, un asunto tabú tan en boga por haber servido de temática en muchas obras de este año. A su protagonista, a Claudia, interpretada por Ángela Molina, le diagnostican una enfermedad terminal y decide ir a Suiza para que le practiquen la eutanasia. Se trata de una especie de tragicomedia musical cuya primera parte se desarrolla en España y la segunda en el país helvético. Combinando muerte y amor, con un humor extraño, pretende acercarse a la asunción de un camino digno para el término de nuestros días. El intento de dulcificar el drama con humanidad por parte de su autor peca en exceso de histrionismo desde la primera escena, en la que dudamos de si estamos ante una enferma física, mental, o ambas cosas. Con números musicales demasiado reiterativos en la coreografía y un personaje principal que ni respira ni deja respirar, el filme no acaba de definirse a sí mismo. Ha recibido ex aequo la Espiga de Plata.
Siguiendo con participación española, En la alcoba del sultán de Javier Rebollo, Gabriel Veyre, un operador de cámara de los hermanos Lumière, acude al País de Nour ante el interés de su príncipe en conocer los misterios del cinematógrafo. Situada a principios del siglo XX, se erige como un testamento sobre el amor que el autor de El muerto y ser feliz (2012) profesa por el cine. Afirma Rebollo que se ha inspirado, además de en la estética de los inventores de este arte y de Georges Méliès, en la de Tintín. Intercalando materiales de origen, se abraza la fantasía en un hilo narrativo poco consistente. La aparente escasez de herramientas y la improvisación deriva en grados de inverosimilitud y artificio deslavazado. No obstante, destaca el intento de reflexionar sobre la ontología del cine a la búsqueda de sus condiciones esenciales y verdadera identidad. ¿Qué le pasa a la realidad cuando es proyectada sobre una pantalla? ¿Hasta dónde llega su suministro de similitud? ¿Cómo aceptar nuestra ausencia del mundo legando el propio registro?
La productora española Elena Manrique se estrena en la dirección de largometrajes con Fin de fiesta, cautivadora película que despliega una mirada afilada sobre los privilegios de clase y las relaciones de poder. Carmina, una señorita andaluza, descubre escondido en su cortijo a Bilal, inmigrante ilegal que huye de la policía. Tras el susto inicial, decide ocultarlo, acogerlo y protegerlo. ¿Para qué colaborar con Cáritas o presidir la mesa del Domund cuando el humanismo puede regalarse en casa propia? Si bien personajes y situaciones pueden parecer a primera vista demasiado tópicos o caricaturizados, creemos que en este caso, desgraciadamente, la realidad es capaz de superar a la ficción. En tono de comedia asistimos tanto a una representación sobre la búsqueda de un sueño como al retrato de una fémina egocéntrica, perteneciente a una estirpe en decadencia y dependiente de aquellos que creía sometidos bajo sus garras. Una mujer que consigue que le huya aterrorizado hasta su pavo real.
Mar Coll nos ha deslumbrado con Salve María, una obra que trata otro tema tabú: la maternidad alejada de la norma. Consiste en una adaptación de la novela Las madres no de Katixa Agirre. La protagonista, María, es una escritora que acaba de tener un hijo y escucha una noticia que le obsesiona: una mujer acaba de ahogar en la bañera a sus dos gemelos de diez meses. ¿Cuáles fueron las razones del infanticidio? La directora catalana nos apabulla con este magnífico thriller dramático de tintes sicológicos y terroríficos. Con influencias patentes de Polanski o Hitchcock, con mínimo diálogo y tensión continua, consigue conformar una atmósfera muy densa que no duda en caer en la provocación cuando lo cree oportuno. Con realismo, nos enseña la forma en que la creación logra sacar de dentro los demonios interiores. Desde la profundidad de las emociones y partiendo de la incomunicación, nos lleva por un sendero tortuoso de vergüenza y culpa hasta que la angustia y el colapso explotan. Mientras nos preguntamos cómo y cuándo se cruzan las fronteras hasta el hundimiento, asistimos a una magnífica interpretación de Laura Weissmahr como María, una actuación que le ha llevado a obtener el premio a la mejor actriz. Y por cierto, máxima atención a la escena del cuervo.
Con Rita, la actriz Paz Vega ha iniciado su incursión en la dirección. El título alude al nombre de una niña de siete años que vive en Sevilla con su hermano menor y sus padres. La realizadora adopta el punto de vista de la cría y sitúa la cámara a su altura para contarnos un relato más de violencia machista. Se desarrolla en 1984, momentos en los que la Ley del divorcio acababa de ser aprobada en España con división de opiniones y la ciudadanía anda entretenida con su selección de fútbol en la Eurocopa. Vega procura situar a los mayores fuera de campo total o parcialmente para convertir en protagonistas a los niños, víctimas inocentes incapaces de digerir el ambiente tóxico en el que habitan. La discriminación de las mujeres, el machismo imperante y la importancia de la independencia económica sobresalen como principales objetivos a denunciar en un filme de factura correcta y excelente ambientación. La misma autora da vida a la madre y el marido es interpretado por Roberto Álamo, en una actuación que acierta en subrayar la ira y la brutalidad de un machismo sistémico. Con una banda sonora excesivamente acaramelada, la obra pierde fuelle ante las constantes maniobras para dirigir al espectador hacia su mensaje.
Entrando en propuestas francesas, el largometraje Tiempo compartido (Hors du temps) de Olivier Assayas ha participado en la Sección Oficial. Se trata de una comedia fresca que a ratos resulta deliciosa en tiempos de Covid y confinamiento. El realizador de Finales de agosto, principios de septiembre (Fin août, début septembre, 1998) recurre a la autoficción llevando en pantalla a dos hermanos protagonistas, un director de cine trasunto de sí mismo y un periodista musical que representa a su verdadero hermano en la vida real. Con claras huellas de comedias de Rohmer y caracterizaciones que nos retrotraen a Nanni Moretti e incluso a Woody Allen, también los Renoir se asientan como pilares, apoyado por un impresionismo que brilla en una primavera esplendorosa. Con el sustento de la voz en off para traer los recuerdos del pasado, la idea del legado se va conformando como primordial, el que nosotros recibimos de nuestros antepasados y el que heredan nuestros sucesores. Además, como apela el título en su original, se reivindica el tiempo detenido como mecanismo para huir de la aceleración a la que nos somete el mundo contemporáneo.
El director galo Alain Guiraudie ha participado en la Sección Oficial con Misericordia. Conocido primordialmente por El desconocido del lago (L’Inconnu du lac, 2013), siempre ha destacado por su mirada radical, incómoda y transgresora. Jérémie regresa a su pueblo para asistir al entierro del panadero del que fue discípulo y amigo. Al pretender instalarse en casa de la viuda, el hijo de esta última se enfurece. Lo que comienza como un thriller, deriva en drama y acaba como una comedia de humor negro que directamente se inserta en la charlotada. Por su género, el espacio en el que se desarrolla, la mezcolanza de registros, el protagonismo de mujeres maduras, la ligereza con que se aborda, el quebrantamiento de moralidades hipócritas y la profusión de setas, nos ha recordado al filme Cuando cae el otoño (Quand vient l’automne, 2024) de François Ozon. Un largometraje que hemos visto recientemente en el último Festival de San Sebastián. Esta propuesta de Guiraudie a vueltas sobre el deseo, la culpabilidad o el perdón ha obtenido el reconocimiento del jurado con doble galardón: la Espiga de Oro a la mejor película y el mejor guion.
La favorita del público ha sido Bob Trevino Likes It, otra ópera prima, en este caso de la directora estadounidense Tracy Laymon. Lily, su protagonista, es una veinteañera perteneciente a una familia disfuncional. Abandonada de niña por una madre drogadicta e ignorada y menospreciada por su padre, intenta encontrar en las redes sociales las carencias afectivas que le han golpeado profundamente. Así, se lanza a una relación amistosa con Bob Trevino, un hombre de parecida edad e igual nombre que su progenitor. Se trata de una comedia dramática que cuenta con momentos tiernos, algunos radiantes por ternura y otros ciertamente empalagosos y lacrimógenos. En cualquier caso, es de agradecer la honestidad de la autora que no pretende engañar a nadie buscando la comicidad de los espectadores sin internarse en recovecos confusos que puedan desorientar a la audiencia. Es más, sabe lo que busca y no duda en dirigirse a por ello sin matices ni falsas tintas: un acercamiento hacia dos personas quebradas por su pasado y que buscan consuelo mutuo.
Se aguardaba con enorme expectación The Brutalist, el largometraje del estadounidense Brady Corbet protagonizado por Adrien Brody, que conmocionó en el último Festival de Venecia. Se trata de un megaproyecto de 215 minutos, rodado en 70 mm y en formato VistaVision. Entendemos que debería jugar en otra liga por presupuesto y colosales dimensiones. El título hace referencia a la corriente arquitectónica surgida a mediados del pasado siglo que apostaba por mostrar los materiales de construcción y los elementos estructurales desnudos. El filme arranca cuando un arquitecto judío de origen austrohúngaro huye de un campo de concentración en Europa para aterrizar en Estados Unidos, la tierra de la gran promesa. Se desarrolla en dos partes, desde 1947 hasta 1960, para acabar con un epílogo en 1980. De imágenes portentosas y vertiente lírica, aborda desde el gigantismo materias como la búsqueda de los sueños, la drogadicción, la desigualdad de oportunidades, las diferencias de clase, el amor y ante todo, el legado. “Lo importante no es el viaje sino el destino”.
El mexicano Alonso Ruizpalacios, director de Güeros (2014), nos ha agitado con La cocina. Es una película basada en una obra teatral de Arnold Wesker. Ubicada en el centro de Manhattan, se desarrolla a lo largo de una jornada en un céntrico restaurante, fundamentalmente en su cocina. En blanco y negro y concebida como una fábula, toma un pequeño incidente, la desaparición de una pequeña cantidad de la recaudación, como inicio del conflicto. Es el punto de partida para que el caos se desate a un ritmo endiablado que desemboca en escenas apoteósicas que funcionan a la manera de apabullantes coreografías musicales. Situada presuntamente en los años 90 pero de espíritu atemporal, asume como propia el descontrol, la desmesura y el riesgo. La cámara se mueve sin freno y adopta cualquier posición imaginable para trasladar la sensación asfixiante de los ritmos de producción capitalistas. Hipnótica mirada frente a un mundo insolidario, racista, alienado, conformista y fuertemente jerarquizado. Así mismo, el mexicano incluso se permite detener la acción en escenas que destilan poesía.
Septiembre dice (September Says) es una coproducción entre Francia, Grecia, Irlanda y otros países, ópera prima de la directora ateniense Ariane Labed. Inspirada en la novela Sisters de Daisy Johnson, se centra en la historia de dos hermanas adolescentes, July y September. Mientras la realizadora perfila entre ambas una relación de dominación que incluye sumisión y sobreprotección, nos vamos perdiendo en lo que Labed quiere mostrarnos y empezamos a preguntarnos sobre lo que realmente estamos viendo. Dudamos entre un filme dramático, un cuento de terror gótico, una fábula con realismo mágico…; o quizás un poco de todo ello, modulado a conveniencia por la autora mientras se adentra en caminos turbios. El universo claustrofóbico creado entre las dos hijas y la madre de origen hindú se cierra demasiado en sí mismo. Y ese hermetismo desquiciado, tras un giro de guion cuya explicación es insertada con demasiada tardanza, lastra una obra que entrega mucho menos de lo que prometía.
El portugués Miguel Gomes ha participado con Grand Tour, un viaje existencial por Asia de huida y búsqueda, en el que desaparecen las referencias a las que agarrarse. Ambientada en 1918 y fotografiada en blanco y negro, Edward, funcionario del Imperio Británico destinado en Rangún, escapa de su prometida Molly el mismo día en que llega a Birmania para contraer matrimonio. Mientras atravesamos selvas, montañas, aldeas o ciudades de Bangkok, Saigón, Tokio, Singapur o Shanghai, el realizador de Tabú (2012) alterna imágenes del pasado y del presente en una combinación de perspectivas simbólicas. Ha sido precisamente el montaje, concebido como principio creativo central del filme y herramienta para ensamblar con delicadeza tiempos, culturas y realidades ficcionadas, lo que le ha servido para obtener el premio de mejor montaje. Un viaje desconcertante y fantasmagórico que avanza lentamente a la búsqueda de una quimera que termina desvaneciéndose.
Una niña de dos años desapareció hace tres meses. Sus padres y la abuela la buscan insistentemente con la colaboración imperturbable de la policía. Se trata de Stranger Eyes, la obra de Yeo Siew Hua que ha recibido la Espiga de Plata ex aequo. Con este largometraje, cuando parece que estamos viendo una reconversión actual de La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock (Rear Window, 1954) y de Caché (Escondido) de Michael Haneke (2005), cuando parece que el conflicto se ha esclarecido, nos perdemos en una densa trama de perseguidores y perseguidos. Estamos ante una película oscura, taciturna, de muchos silencios y pocas explicaciones que merece más de un visionado. La ausencia de privacidad, la omnipresencia de cámaras de vigilancia o los espacios opresivos abren paso a una propuesta de perspectivas y subjetividades que se construye en diferentes niveles, poniendo el foco en la importancia de lo que proyectamos sobre nosotros mismos.
Emanuel Pârvu, realizador rumano, ha participado con Tres kilómetros al fin del mundo (Trei kilometri până la capătul lumii). Se desarrolla, en la actualidad, en la región del Delta del Danubio. Allí pasa Adi, un adolescente de diecisiete años, el verano con sus padres. Tras sufrir una brutal agresión homófoba y presentar la correspondiente denuncia, el conservadurismo y los valores retrógrados de la sociedad se irán imponiendo en una vorágine atentatoria contra la dignidad y libertad del menor. Caciques del lugar, fuerzas religiosas o estamentos policiales van manejando los hilos para que moralidades primitivas y reaccionarias sigan imponiéndose. Con tonos apagados y sucios, la densa marea de intolerancias se va diseccionando de forma cruda y transparente. Sí, hemos dicho que nos encontramos en la actualidad. ¿Cómo es posible tales comportamientos en un miembro de la Unión Europea? Si bien Rumanía legalizó la homosexualidad en el 2000 por exigencias comunitarias, el Tribunal de Estrasburgo le condenó el año pasado por no permitir a las parejas homosexuales acceder a los derechos civiles y sociales. El 40% de la población estaría a favor de su expulsión del país.
La película Sex del noruego Dag Johan Haugerud consiste en la primera entrega de una trilogía que ya cuenta con su segunda parte, Love. Está previsto que Dreams sea la tercera. Apenas con unas quince escenas muy estáticas, el director se recrea en verbalizar las reacciones que se suceden en dos familias por comportamientos sexuales o sueños eróticos de sus varones adultos. Estos últimos se muestran como seres desconcertados en su identidad y confusos con sus masculinidades. ¿Nuevos registros se imponen frente a moralidades tradicionales o todo es pura apariencia? Paradójicamente, si en otros filmes de esta sección surgen graves problemas por la incomunicación como en Salve María, en este largometraje los conflictos se ocasionan por el exceso de comunicación. Estamos ante una especie de Éric Rohmer del siglo XXI filosofando sobre inseguridades masculinas. Sus dos actores principales, Jan Gunnar Røise y Thorbjørn Harr, han obtenido el premio al mejor actor ex aequo.
Por último, queremos destacar la maravillosa película del chino Guan Hu, Black Dog (Gou zhen), autor que pertenece a la sexta generación de los cineastas de su país. De una estética visual apabullante, narra una historia desde la marginalidad, la de Lang, un hombre condenado por homicidio imprudente. Tras diez años en prisión, sale en libertad provisional y vuelve a su hogar en el desierto de Gobi. Estamos en 2008, en los días previos a los Juegos Olímpicos de Pekín. Su ciudad se ha convertido durante ese periodo en una población semiderruida y abandonada a causa de políticas gubernamentales. Allí unirá su destino a un perro callejero con el que establece una relación afectiva emocionante. En esta “versión” asiática de Dogman de Mateo Garrone (2018), asuntos como la resocialización (ya aludida en Misericordia), la venganza, el alcoholismo, la eutanasia o el aislamiento son abordados con lirismo, desde el polvo de un desierto espectral. Al tiempo, la descomposición de un microcosmos, la demolición de un pasado para la imposición por decreto de un futuro excluyente avanza aceleradamente sin freno posible. El largometraje ha sido premiado con el galardón a la dirección y a la fotografía.