Series de TV
Sherlock (BBC)
La BBC nos ha regalado una joya cautivadora y desafiante, un auténtico delicatessen no sólo para el amante de las buenas series, sino también para el cinéfilo más refinado.
En una búsqueda constante por extraer la esencia de la belleza de todos y cada uno de los elementos que la componen, su cinematografía destila perfección en todas sus vertientes, con una cuidad simetría y un conciso equilibrio de planos, encuadres y secuencias, que satisface hasta al espectador más exigente.
Los creadores Stephen Moffat y Mark Gattis trasladan al personaje del Londres victoriano al Londres del siglo veintiuno. Su fiel cortesía hacia la obra de Conan Doyle les permite ironizar sobre clichés del personaje que forman parte de la iconografía que, tanto la televisión como el cine, le han inculcado durante décadas: este Sherlock tiene un smartphone y googlea más rápido que nadie, su mítico sombrero le avergüenza y John Watson es bloggero.
El lector agradece los siempre presentes guiños a la obra de Doyle, en la que resulta ser una fiel adaptación de los relatos más representativos del autor.
El montaje de Sherlock es uno de los elementos más remarcables de la serie. Su dominio del ritmo es sobrecogedor y la dosificación de la trama resulta adictiva, concentrando de un modo muy efectivo la acción principal, las subtramas y la evolución del vínculo entre los diferentes personajes.
Los casi noventa minutos de metraje de cada episodio, nos ofrecen auténticas películas para la pequeña pantalla.
Su fabulosa cinematografía brilla, a pesar de desenvolverse casi siempre en entornos oscuros, con el objetivo claro de transmitir emociones, a través de unas imágenes que ofrecen tintes pictóricos, siendo un acertado refuerzo para su brillante guión.
La complejidad de sus planos revierte en una magistral puesta en escena en la que la combinación de picados y contrapicados consigue provocar un gran impacto visual.
La ambientación en los interiores es igualmente magnífica, recreando una acertada atmósfera de todos y cada uno de sus escenarios, especialmente el de la mítica vivienda que comparten Watson y Holmes en el 221B de Baker Street.
Cuando el objetivo es transmitir sentimientos profundos, se recurre a los primeros planos, como sucede en el episodio «Estudio en rosa», que abusa de un fotogénico Benedict Cumberbatch para mostrarnos ciertos momentos de debilidad y duda en su rostro, destapando al Sherlock más humano.
Las escenas rodadas en el interior de los taxis londinenses nos regalan unos hermosos planos que nos permiten observar el lenguaje no verbal de ambos protagonistas, sus expresiones faciales y sentimientos de camaradería no expresados más que a través de gestos y miradas.
Sherlock ofrece una sorprendente simbología que logra una evocación de sentimientos que perdura más allá de su visionado.
La música de David Arnold y Michael Price, fortalece el ritmo de la serie, acompañando las intrigas planteadas. La partitura de The game is on sirve para aderezar cualquier instante de la serie, pero es en los momentos cómicos y en los toques british cuando suena con mayor vigorosidad.
La transposición y adaptación de las historias de Conan Doyle a este contexto televisivo supera cualquier Sherlock visto hasta el momento, siendo su guión un auténtico deleite.
Muchos de sus diálogos forman parte del glosario habitual de los seguidores de la serie. No sería justo reseñar Sherlock sin hacer referencia a su fandom. Podría decirse que ha sido el primer movimiento fan capaz de romper ese cuarto muro (the fourth wall), que separa al artista de su público. Tanto los actores como los creadores de la serie han realizado en varias ocasiones guiños y referencias a sus fans, a su dedicación y fidelidad, e incluso al material por ellos creado (fanfics, fanarts…).
El éxito que ha logrado Sherlock, es en primera instancia gracias a su acertado casting.
La primera aparición de John Watson en pantalla contiene las estampas más conmovedoras de toda la serie, resultando ser una de las más elocuentes presentaciones televisivas del complejo bagaje emocional del personaje, lo que provoca una firme conexión empática con él.
La interpretación de Martin Freeman consigue una compleja composición del Dr. Watson con una profundidad psicológica pocas veces vista, resultando conmovedora su capacidad para expresar su dolor, así como su reconocido talento cuando se desenvuelve en el terreno cómico, pero es desde el primer momento que Benedict Cumberbatch aparece en escena, cuando el espectador se sentirá realmente desafiado por su fisonomía particular, su voz y la seguridad con la que entra en acción.
Su inusitada fotogenia no hace más que engrandecer el proyecto, gracias a unos primeros planos que muestran un rostro que enamora a la cámara, con una belleza singular, atípica y provocadora, no apta para todos los espectadores.
Cumberbatch habla con una rapidez y dicción pasmosa, pero cuando Sherlock calla, es cuando surge la herencia teatral de Benedict Cumberbatch, que es capaz de transmitir incluso con mayor elocuencia.
Mientras que el histrionismo resulta algo comedido en Sherlock y compensado con su humanidad, el de Moriarty (Andrew Scott) resulta excesivo en la secuencia final de «El gran juego», aunque necesario y agradecido en «La caída de Reichenbach».
Gracias a ello, la evolución de su personaje de villano consigue que el espectador llegue a odiarlo y a sentirlo como el archienemigo más peligroso de Sherlock Holmes.
Los personajes secundarios están perfectamente definidos desde su primera aparición en pantalla. Mycroft (Mark Gattis), Rupert Graves (Lestrade), Louise Brealey (Molly) y Una Stubbs (Mrs. Hudson) completan el excelente reparto de la serie.
La relación entre Holmes y Watson acaba convirtiéndose en el epicentro y sustento de todas las tramas, lo que ha provocado que este vínculo sea uno de los elementos más apreciados de la serie. Incluso en el episodio «Escándalo en Belgravia», que introduce el personaje de Irene Adler, el triángulo amenazado en este caso por una dominatrix, no hace más que reforzar el especial vínculo que existe entre ambos personajes.
Si «Escándalo en Belgravia» dispone de un épico guión, «La caída de Reichenbach» contiene todos los elementos necesarios para ser calificado como el mejor episodio de la serie hasta la fecha.
La emotiva naturalidad de Freeman expresando su dolor, unido al discurso fulminante de Sherlock, nos regaló uno de los momentos televisivos más emotivos de los últimos años.
La disposición de los encuadres de la última secuencia recoge al completo la alta carga emocional que esta contiene, y el espectador no puede más que rendirse y dejarse llevar por la intensidad de las emociones vividas en la azotea.
Una grata experiencia televisiva que deja con ganas de más, y nos hace olvidar por momentos los orígenes literarios de sus personajes, puesto que por primera vez, los percibimos con una proximidad que embriaga y provoca el anhelo de más historias, incluso de aquellas otras que ni tan siquiera estuvieron en la mente de Conan Doyle.
La tercera temporada se estrena el 1 de enero de 2014, en la BBC. La espera no ha hecho más que acrecentar las expectativas de los espectadores hacia lo que va a resultar ser el reencuentro más deseado en la televisión en los últimos años entre dos personajes protagonistas.
Trailer: