Sing Street

Sing Street, escrita y dirigida por John Carney, es un tierno relato con ciertos detalles autobiográficos sobre el amor y los sueños de adolescente. Un romance juvenil ubicado en la década de los ochenta en Irlanda, que dejará con un dulce sabor de boca al público de cualquier edad.

Y es que entrar en la sala a verla es como embarcarse en un viaje dentro de una poderosa máquina del tiempo, que funciona gracias a su detonador principal, el cual sin duda es la música, protagonista indiscutible del filme. Con esto no se pretende sugerir que se hayan descuidado otros aspectos en el arte del mismo, que son fundamentales para la conseguida ubicación en la época; por el contrario, cada uno ha sido minuciosamente trabajado: tanto la ambientación, la elección de los escenarios, el vestuario, el maquillaje y los peinados se amalgaman a la perfección para hacernos incluso olvidar en qué año nos encontramos en nuestro presente.

No obstante, la música es el alma de la historia, el catalizador que genera una atmósfera plenamente ochentera, provocando en el público no sólo recuerdos y nostalgia, sino sensaciones y un gozoso estado de ánimo que permanece durante toda la película. Incluso después de verla, uno sigue entonando las melodías, tanto las canciones esenciales de los ochenta como las nuevas que han sido creadas para la cinta en los mismos tonos, ritmos y tendencias de la década representada. ¿Y quién podría lograr esto mejor que John Carney? Un director nacido en Irlanda, que ha dejado en claro ya en algunas de sus propuestas anteriores una enraizada pasión por la música. Él mismo formó parte de una banda en la década de los noventa, siendo además el realizador de sus videoclips. De tal forma que ahora, con su actual propuesta completa una triada de cintas románticas y emotivas, que narran historias frescas y naturales en las que la música se convierte en el motor que mueve tanto el mundo interno como externo de sus protagonistas. Comenzando por Once (2006), la primera de las tres, un filme que con gran simpleza y novedad nos brinda la historia de una pareja en Irlanda, que se une y complementa a través de sus composiciones, tocando fibras sensibles en el espectador, consiguiendo un Oscar a la mejor canción original.

Otro trabajo, en el que su sello musical se vuelve distintivo, es Empezar otra vez (Begin Again, 2013), para el que Carney contó ya con un presupuesto mayor, así que decide filmar en Nueva York, con actores reconocidos como Keira Knightley (Anna Karenina, 2012), Mark Ruffalo (Los Ilusionistas, 2013), y el admirado cantante Adam Levin, voz del grupo Maroon Five. El argumento retrata, a su vez, un encuentro entre una cantautora decepcionada por el cambio de actitud de su novio, también cantante, debido a la fama repentina, y un representante en plena crisis profesional.

Ahora en Sing Street, Carney se consolida con un filme redondo y completo. Vuelve a ubicarnos en Dublin, para narrar la historia de Connor, interpretado por Ferdia Walsh-Peelo en su primer papel cinematográfico, un adolescente de quince años, al que todo parece ir de mal en peor. Sus padres atraviesan por una crisis matrimonial y económica, por lo que se ven en la necesidad de cambiarlo a una escuela religiosa, dirigida por un exigente y rudo sacerdote, que se ensaña desde un principio con él. Pero no es el único, ya que el chico bully del colegio se dedica a su vez a intimidarlo.

Sin embargo, el panorama cambia al conocer a Raphina (Lucy Boynton), una bella chica un año mayor que él, que usualmente se sienta frente al colegio y aspira a ser modelo. Connor queda asombrado con ella y para impresionarla la invita a salir en el próximo video musical de su banda, y ella, no sin cierta duda, acepta. El chico está feliz, el único curioso inconveniente es que no tiene banda, por lo que tendrá que formarla a toda velocidad.
Ferdia está excepcional en el papel de Connor, o Cosmo como Raphina le llama, su mezcla entre inocencia y determinación lo hace ganarse al público desde un inicio. La ternura que se percibe en la emoción de un primer amor, juvenil y atolondrado, nos provoca risa y simpatía. Su hermano mayor Brendan (Jack Reynor) es su apoyo, mentor y consejero, una especie de sabelotodo musical. Juntos ven los videoclips de Duran Duran, y escuchan a The Cure, en la era en que todo cambia, porque los artistas se pueden ver en pantalla chica y son accesibles desde cada hogar, marcando tendencias en la moda y volviéndose seres aspiracionales y héroes de los jóvenes. Asimismo, Brendan lo impulsa a perseguir sus sueños y le ayuda a reforzar su identidad, a crear, mientras él se encuentra atrapado en una Irlanda sin oportunidades. De entre todos sus vinilos va eligiendo la música apta para cada situación que preocupa a Connor. Incluso lo anima cuando le menciona al novio de Raphina, convenciéndolo de que “ninguna chica se enamora de alguien que escuche a Génesis”, insinuando que somos lo que oímos, y es ese tono de humor ligero que ameniza el todo film, no sin alternarlo con reflexiones sobre importantes temas que los protagonistas enfrentan en sus vidas.

Finalmente, podemos decir que Carney nos retrata acertadamente en Sing Street las aventuras de estos chicos a una edad en la que la música marca el pulso de sus emociones, en la que cada evento escolar es un reto, en que enfrentar a los bullies y maestros es parte de la rebeldía que provoca el crecer, rebeldía que se demuestra, a su vez, con los atuendos y el maquillaje exagerado, pero también con las letras de las canciones; así Connor escribe las suyas de acuerdo a los sucesos de su día a día, en un estilo al que él llama futurista, concepto que resulta esperanzador en la crisis que vive su país en dicha década, pero sobre todo en el ámbito familiar. Y es que pone en evidencia que un sueño puede transformarte y una ilusión te puede impulsar a hacer más de lo que te creías capaz de lograr.