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Star Wars: El despertar del mito
Los clásicos de la literatura griega reverberan una y otra vez filtrados en toda la historiografía literaria, y ¡cómo no!, el cine lo transformó en imágenes. La saga galáctica de George Lucas no sólo recoge el testigo de aquellos cantos heroicos, también es generador de su propio programa iconográfico para las generaciones venideras, repleto de personajes inolvidables y de mundos imaginados de dimensiones homéricas. En este artículo veremos que las bases del éxito lucasiano están codificadas de patrones culturales heredados y universales. Un camino bidireccional tejido con ese hilo de Ariadna que nos devuelve una y otra vez al origen de los mitos.
Pero no es objeto de esta investigación establecer una suma comparativa entre personajes mitológicos y los protagonistas de Star Wars. Tampoco la de transmitir las claves sobre el mito del héroe adaptado a nuestros tiempos en las que tanto se apoyó George Lucas para construir su epopeya moderna. Las indagaciones del antropólogo Joseph Campbell (1907-1987, El héroe de las mil caras, Psicoanálisis del mito, etc.) respecto al tema son suficientemente amplias e importantes. El enfoque del texto se centra en poner frente al espejo las dos trilogías de George Lucas, de modo que veamos cómo la primera se acerca a la tipología de la literatura épica respecto a la mirada trágica de la caída de Anakin Skywalker en los brazos del lado oscuro.
Como dice C. M. Bowra (Introducción a la literatura griega, 1966), los mitos son “ejemplos reconocibles de la humanidad, con todas sus grandezas y debilidades, con su esencial magnificencia y sus inesperados fracasos”. El héroe clásico contaba con los atributos de valentía, inteligencia, generosidad, lealtad, etc., aunque en realidad, distan en numerosas ocasiones de tales atributos, pues son imperfectos. Así, el mismo Aquiles es poseído por la cólera cuando matan a su amigo íntimo Patroclo; Heracles (Hércules) preso de la locura provocada por Hera, acaba con sus propios hijos; Odiseo (Ulises) retorna a Ítaca para ajustar cuentas con los pretendientes de Penélope, etcétera. Episodios, que enriquecen y humanizan al personaje bienhechor.
La extrapolación de Lucas es mucho más maniquea, sobre todo en su primera trilogía (siempre en orden fílmico). Define el bien y el mal de forma extremadamente nítida. Si bien, Han Solo (Harrison Ford) y Lando Calrissian (Billy Dee Williams), contrabandista y reconvertido “hombre de negocios”, respectivamente, pecan de egoísmo, al final su postura se reconduce en actos valientes. Pero en ningún caso es comparable al tono en el que el impetuoso Anakin Skywalker (Hayden Christensen) en Episodio III: La venganza de los Sith (2005), se transforma en el malvado del cine por excelencia, proyectando un haz asimétrico con Luke (Mark Hamill).
Una de las claves que acentúa la diferencia entre ambas trilogías es el capítulo que cierra cada una de ellas. Así en la trilogía original, el director huye del cariz de venganza que podría entonar su héroe, incluso el nombre del Episodio VI mutará de la inicial “La venganza del Jedi” al definitivo “Retorno del Jedi”. De esta forma Luke se desprende de la ira, propia del más encendido Aquiles. El término será recuperado en el Episodio III: La venganza de los Sith. Los Sith, enemigos ancestrales de los Jedi, sí que empastan para Lucas con la sed de venganza y el ajuste de cuentas.
La épica de los héroes
Para los antiguos griegos, los géneros literarios fueron los vehículos perfectos para la comprensión de los hechos de los hombres. La épica, a través de los cantos, generación a generación, contaba las hazañas de los héroes, hiperbolizando los acontecimientos legendarios para utilizarlos como fantasías de identidad sobrenatural y legitimación fundacional, a través del mito, de las sociedades y civilizaciones más importantes del mundo antiguo.
La epopeya necesita de un escenario a la altura, y al igual que en la Ilíada de Homero, la guerra es el marco ideal para ensalzar las gestas. Lucas crea un lienzo en el que existe un imperio galáctico opresor frente a un grupo de rebeldes que se niega a obedecer a un gobierno totalitario.
Todo héroe tiene una misión, ejemplos archiconocidos son los 12 trabajos de Heracles, la recuperación del vellocino de oro por parte de la expedición de Jasón y lo argonautas, acabar con la Gorgona Medusa o enfrentarse al Minotauro de Creta. En Episodio IV: Una nueva esperanza (1977), aunque todo empieza in media res, Luke, un jovencísimo granjero del planeta Tatooine, enseguida se ve envuelto en un misterio cuando descubre la imagen holográfica de la princesa Leia (Carrie Fisher) pidiendo ayuda a Obi Wan Kenobi (Alec Guinness). Los acontecimientos irán desencadenando las emociones adormecidas del héroe de forma paulatina.
El encuentro con el mentor es otra de las constantes. Su papel es vital para aleccionar al joven inexperto. Obi Wan en primera instancia y Yoda después, son los “Magos” benefactores de Luke, homónimos de Merlín con el rey Arturo, propios de la leyenda artúrica, pero también del centauro Quirón, tutor de todos los héroes griegos.
Si recuperamos las teorías de Campbell, sabemos que la misión suele iniciarse con un primer rechazo. Obi Wan acaba revelando (a medias) su verdadero origen y le otorga la icónica espada laser de su padre para que siga los caminos de la Fuerza y ayude a la rebelión. Hecho al que en un principio se opone, pero que acabará aceptando tras la muerte de sus tíos.
En Star Wars los Jedi pueden parecer dioses, pero están más cerca de los héroes o semidioses (nacidos de la unión entre un dios y un humano), ya que ellos sì arriesgaban su vida en oposición al aburrimiento inmortal del panteón olímpico. Es un elemento básico para emocionar al espectador cuando se inicien las pruebas, que cada vez serán más difíciles.
En Episodio IV: Una nueva esperanza, Leia (cercana a la idea de amazona), Han, Chewie (Peter Mayhew), Kenobi y Luke se infiltran en las tripas de la Estrella de la Muerte, metáfora tecnológica del laberinto cretense, un elemento simbólico de gran tradición. En la Edad Media representó el arduo camino del peregrinaje hacia la salvación del alma y, mucho antes, en los mitos griegos, alude a la misión de Teseo de acabar con el minotauro que devoraba doncellas atenienses. Vader hace las veces de minotauro, mitad humano, mitad monstruo. La propia Estrella de la Muerte parece una obra macabra del arquitecto Dédalo.
Todo lo que acontece en esa fase de la película es un sumidero de reminiscencias alegóricas. La más velada quizá sea la que remite a la prueba del vientre de la ballena: La trituradora de desperdicios de la estación espacial es sólo una nueva forma de representar todo un leitmotive de la iconografía cristiana, desde Jonás hasta la figura de Jesucristo. Es el mito de la resurrección, presente en la mayoría de culturas: Osiris en la mitología egipcia, Dionisio (Baco) en la griega… Recordemos que Luke es salvado in extremis después de ser literalmente arrastrado (tragado) a las aguas residuales por el monstruo Dianoga (muy cercana al Kraken). Una resurrección que en el mito responde más al cambio a otra fase evolutiva, como sucede en la cueva de Dagobah en el Episodio V: El imperio contraataca, cuando Luke ve por primera vez aquello que lleva consigo. El cambio de estadio extraterrenal que Obi Wan, Yoda y Anakin alcanzan después de morir es el más paradigmático al respecto.
En el camino a la glorificación, los monstruos se cruzan en el camino recursivamente, representando lo siniestro (por lo desconocido), la tiranía y el caos destructivo de la naturaleza. El monstruo es un icono ancestral que pone a prueba al héroe ante un reto que en principio le supera. Cancerbero, la Hidra o la Quimera a la que se enfrentó Belerofonte son pruebas de fuego que sirven para enfatizar las habilidades del héroe. Tanto la bestia de Hoth en Episodio V: El imperio contraataca como el Rancor en Episodio VI: El retorno del Jedi son un recuerdo extrapolado del Cíclope. Para combatir al monstruo del palacio de Jabba, Luke utiliza la astucia frente a la fuerza bruta, al igual que Odiseo en la caverna de Polifemo.
También hay algo del Odiseo disfrazado de mendigo, antes de ajusticiar a los pretendientes de su esposa en su retorno a Ítaca, en el Luke que se presenta en el palacio de Jabba el Hutt. Al igual que aquel, oculta su verdadera identidad para utilizarlo como factor sorpresa.
En el regreso, el héroe ha cumplido la misión. Una vez que se ha enfrentado a cada una de las pruebas llegará el premio final, donde los esfuerzos serán recompensados (ceremonia en Yavin o en la luna de Endor). La primera trilogía cierra un triángulo narrativo, donde los héroes salen airosos en un marco bélico que engrandece sus proezas.
El héroe trágico
Si miramos en todo su conjunto, Anakin Skywalker/Darth Vader es el héroe que primero cae en desgracia para finalmente redimirse, matar al Emperador Palpatine y salvar a Luke. Pero es evidente que su destino en la segunda trilogía (Episodios I, II y III) es digno de las mejores tragedias griegas de los siglos VI y V a.C. El conflicto trágico procede de quebrar el orden divino del mundo. Alguien va demasiado lejos y ha roto el equilibrio natural de las cosas, como le ocurre a Ícaro cuando desea alcanzar el cielo con sus alas de cera, para caer al mar estrepitosamente, cuando el sol las derrite. Es común en la mitología aleccionar al héroe cuando desea acelerar el proceso.
Al igual que Esquilo (526-456 a.C.), Lucas separa en tres piezas su relato, formando trilogías que tratan sobre un tema conjunto y que, a su vez, funcionan como unidades independientes. Y desde luego, recoge el mismo gusto por los efectos escenográficos. Pero es el estilo del gran Sófocles (495-406 a.C.) el que más se asemeja a las intenciones de Lucas en el tercer episodio de la segunda trilogía.
La tragedia sofoclea exhala una enorme distancia entre las leyes de los dioses y las de los hombres. Anakin ve con injusticia como el consejo Jedi le ningunea, y que mientras su motivación es moralmente benefactora (salvar a Padme), no es concebible en la lógica Jedi, con la consiguiente frustración. Esto sucede en otro contexto en Edipo rey, el héroe trágico por antonomasia, en donde no se tienen en cuenta sus virtudes especiales, ni sus hazañas legendarias (acabar con la Esfinge), ni la posible justificación moral de sus actos respecto al punto de vista del espectador, tan sólo importa que los dioses le terminan aborreciendo y, por tanto, dictan sentencia de forma implacable. De alguna forma, Anakin también recuerda a ese Prometeo que se revela a los dioses para robar el fuego del Olimpo desde el momento en el que se da cuenta que debe alcanzar una habilidad especial para salvar la vida de Padme (Natalie Portman).
Es en esta tipología donde se configura el “reconocimiento” vinculado a la inversión, también llamada metábasis o cambio de la buena fortuna a la mala (Episodios I, II y III), o viceversa (Episodios IV, V y VI). En Las traquinias, Sófocles dibuja a un héroe transformado, cuyo espíritu representa el imperialismo ateniense. Sófocles era consciente de lo que significaba el ansia de poder y sus consecuencias, así que construyó al Heracles más inhumano, incapaz de perdonar a su esposa por causarle la muerte a sabiendas de su involuntariedad.
Para completar los parámetros de la tragedia clásica, es necesario recurrir a Nietzsche (1844-1900). El filósofo decía que el planteamiento de la tragedia griega se bifurca en dos polos opuestos: Lo apolíneo y lo dionisiaco. El símil es claro. Lo apolíneo se relaciona con la serenidad, el equilibrio, la templanza, lo racional. Atributos propios de los Jedi. Frente a la naturaleza salvaje e irracional de los Sith (dionisiacos). Del conflicto entre los dos conceptos surge la tragedia, y altera visualmente el “pathos” de Anakin de forma gradual. En esta tipología, es el “pathos” la característica emocional predominante que define el estado del alma, su sufrimiento o padecer psicológico proyectado externamente.
Cada fatalidad refuerza el infortunio que altera la conducta del héroe. La muerte de la madre de Anakin en Episodio II: El ataque de los clones es una ruptura clara con el equilibro emocional del joven aprendiz. Su desconfianza hacia su mentor y al consejo Jedi, junto con sus ansias de ir “demasiado lejos” completará su autodestrucción. La exterminación dionisiaca en el templo Jedi y la orden 66 (Episodio III: La venganza de los Sith) no deja de ser una orgía de muerte y destrucción. Una catarsis que pretende purificar, purgar. Pero lo peor para Anakin es que, pase lo que pase, no podrá escapar a su destino.
“La trayectoria del demonio es el camino del destino y nunca cambiará su rumbo”, decía la inscripción del monolito en Trono de sangre (Kumonosu-jô, Akira Kurosawa, 1957), versión independiente del Macbech de Shakespeare. La frase responde al mito oriental que determina la imposibilidad de evadir el sino. En la mitología griega, los Hados (Las Parcas) tejían el devenir de los hombres y los dioses. En Star Wars el destino es piedra angular en la lógica de la Fuerza. “Tu destino discurre por un sendero diferente al mío”, citaba Obi Wan en Episodio IV: Una nueva esperanza, “Tu destino va unido al mío, Skywalker” (Vader) en Episodio V: El imperio contraataca, “Si una vez tomas el sendero del lado oscuro para siempre dominará tu destino” (Yoda) en la misma película. Al igual que en los mitos, nadie, ni siquiera los dioses escapaban a él. Por eso los Jedi pueden anticipar el futuro, aunque siempre esté borroso o en movimiento. Lucas recicla los arquetipos de la tragedia y convierte a Anakin en el Washizu (Macbech) de una galaxia muy lejana.
Como en toda tragedia, el héroe debe pagar un precio por sus actos, aunque estos sean moralmente conmovedores y comprensibles. Anakin toma la decisión de traicionar a la Orden Jedi, a su mentor y a sus principios en favor del lado oscuro, única oportunidad para salvar a Padme. Es un sacrificio, igual que Aquiles debe pagar con la muerte la gloria que tanto anhela. Como el más fuerte de los aqueos, Anakin ve como supera a aquellos a los que debería obedecer y su ímpetu es castigado. En el juicio siempre subyace un discurso aleccionador, reconocible y universal.
La comedia para desengrasar
De la comedia ática se hereda la vis cómica que protagonizan los robots C3-PO y R2-D2. Son personajes a su vez heredados de La fortaleza escondida (Kakushi Toride no San-Akunin, Akira Kurosawa, 1958). Actúan desenfadadamente, metiéndose en líos que casi nunca les corresponden. En la primera trilogía las dos primeras partes de la segunda cobran más protagonismo porque el tono es más acorde con la tonalidad del relato (véase la casi anecdótica presencia de los androides en Episodio III: La venganza de los Sith).
En Star Wars los androides funcionan como el coro de las comedias de Aristófanes, hablan con el público, se emancipan de la propia obra para conectar directamente con el espectador en un lenguaje menos severo. El miedoso C3-PO responde al arquetipo de bufón o patán, en contraste con el discreto e infalible R2-D2.
To be continued…
El 18 de diciembre se estrena el Episodio VII: El despertar de la Fuerza. Aunque ya no irá de la mano del “hacedor” George Lucas, las trazas icónicas que ha legado siguen encima del tablero de juego. El hilo de Ariadna vuelve al comienzo del laberinto. El mito continúa.
Trailer:
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