Críticas
Náufragos
Sweet Thing
Alexandre Rockwell. EUA, 2020.
En Sweet Thing asemeja que nos encontramos frente a una especie de segunda parte discontinua de una película anterior del realizador Alexandre Rockwell, concretamente de Little Feet (2013). Han pasado siete años y el director sigue contando con sus hijos para narrar la historia. Allí niños, aquí ya adolescentes. Y Rockwell continúa caracterizando al mismo padre, un ser humano que, a pesar de sus innumerables problemas, es adorado por sus chavales. El título del filme se toma prestado de una canción de Van Morrison. Sus acordes son utilizados en la práctica como motivo central de la obra. Una canción que expresa los deseos de abandonar el dolor para seguir caminando. Pero además del enorme Van Morrisson, en la banda sonora y también en la trama cobra protagonismo la cantante de jazz Billie Hollyday, de quien la chica protagonista adopta el nombre. En realidad, toda la banda sonora está seleccionada con el máximo detalle y gusto, sirviendo de inmenso potenciador de unas imágenes ya de por sí impactantes. Por cierto, ¿se acuerdan de la estremecedora obra maestra de Charles Laughton La noche del cazador (The Night of the Hunter, 1953)? Pues esa melodía repetitiva que Harry Powell, el personaje interpretado por Robert Mitchum, tararea incesantemente en forma de pesadilla amenazadora también aparece en este filme. Y lógicamente, con similares o idénticos propósitos.
Billie y su hermano pequeño, Nico, son dos menores que tienen padre y madre. El progenitor es alcohólico y debe recurrir a trabajos como repartidor de publicidad con disfraces diversos para intentar seguir adelante. También conoce lo que es convertirse en Papá Noel cuando por fechas toca. Y a la madre, ni está y no debería esperársele. Para ella, sus críos son solo un incordio que, muy a su pesar, debe soportar en contadas ocasiones. En realidad, la película es una disección de la soledad de unos niños que tienen padres pero viven como huérfanos. Son unos supervivientes que día a día deben inventarse de nuevo. No en vano, la obra comienza con la colocación de un clavo o un tornillo debajo de un neumático. Chanchullos varios a los que deben recurrir nuestros protagonistas si quieren sobrevivir en la jungla. Pero no dejan de ser críos y las penas se viven como aventuras, como excitantes riesgos nuevos, con desconocidos que pueden llegar a convertirse muy cercanos y con inauditas experiencias que, a veces, superan los propios sueños.
A pesar de todo lo anterior, los rostros no mienten. Y eso lo sabe rodar el director Alexandre Rockwell de forma soberbia. Lo hace en primeros planos continuos y con fotogramas que van sucediéndose a un ritmo vertiginoso. Siempre para rematar en una sensación de torbellino inmenso, de ausencia enorme. Y todo se consigue en esencia con ese ritmo acelerado y restando importancia a movimientos de cámara, un recurso del que puede prescindirse. El estatismo del plano vale si se junta con primerísimos planos, incluso con planos detalle que aguantan en pantalla instantes mínimos con sucesiones de tiempo que se alternan antes de alcanzar un segundo en el cronómetro. Y la fotografía utilizada destaca en un blanco y negro único que ni se revuelca en la nitidez ni se dejar perder en lo turbio. Se utilizan diferentes texturas para crear unas tonalidades que se adhieren a la desolación que golpea desde el inicio, desde que vemos la colocación de esos tornillos.
A Billie, a nuestra niña adolescente y al menor Nico no se les espera precisamente en la escuela. Ocupan las horas en cambalaches por futuros pinchazos, recogiendo vidrios, acaparando inodoros que a nadie interesa. La película comienza en época navideña. Y vivirán unas fiestas bien diferentes a las que ustedes seguramente estén acostumbrados. Con padre borracho pero cariñoso y todavía con fuerzas para buscar presentes, en los lugares más insospechados, con los que agasajar a sus hijos. Y a falta de pan, buenas son tortas. Si se carece de papel de regalo para envolver los juguetes, se echa mano del de aluminio. Y nuestros protagonistas, olvidados por la fortuna, son capaces de transformar ciertos momentos en instantes inolvidables, sintiéndose, además, agradecidos por su buena estrella.
Al director no le importa servirse de cualquier medio para dinamizar su mensaje. Así, la fotografía se torna ocasionalmente en colores intensos, pálidos o difuminados, algunos relacionados con sueños o recuerdos alegres y otros no tanto. Entre los primeros, esa lejana imagen de Billie Holiday sentada en una roca y saludando desde un futuro que se muestra amable. También podemos encontrar la voz en off, que aparece sin complejos ya casi al final del largometraje; o, asimismo, cambios en el ritmo para acelerar o ralentizar la escena; o incluso subtítulos, también coloreados, que entran en juego aleatoriamente. Todo un paquete estético que otorga poesía y calidez al conjunto, a pesar de la sordidez del fondo.
Merece párrafo aparte la madre. Una arpía indeseable que prefiere agarrarse al primer bruto con cierta solvencia económica que aparece en su camino, antes que dedicarse o ocuparse por el bienestar de sus hijos. Unos niños que, pese a todo, la quieren por la única circunstancia de haberles traído a un mundo inhóspito en el que les va a resultar, les está resultando muy difícil encontrar hueco. Unos críos ya adolescentes que tienen que pedir cita con su progenitora para poder visitarla. Unos niños que no necesitan portar un botín dentro de una muñeca como Pearl en La noche del cazador para tener que salir huyendo. A la carrera, sintiéndose criminales, convictos, delincuentes.
Billie, ya lo hemos mencionado, debe su nombre a Billie Holiday. Pero además de poseer una magnífica voz, es capaz de cambiar el signo de la escena únicamente con su mirada. Unos primeros planos que señalan a la actriz, a Lana Rockwell, como una mujer de inmensas posibilidades interpretativas. Con su solo rostro logra expresar cualquier sentimiento de manera inmensa: la tristeza, la desolación, la impotencia, la alegría. Una joven que sonríe tocando una guitarra de juguete, que destroza el alma al espectador cuando observa que su madre ni siquiera baja del automóvil para la comida de Navidad, que se deja llevar cuando su diva le acaricia el cabello… Una adolescente que además de convertirse en la verdadera protagonista de la película, nos sabe encoger convirtiendo un corte de pelo en una de las escenas más dramáticas.
Y dentro de tanto desamparo también encontramos cierto sentido del humor y mucha alegría. Como la repetición del menú del filme Little Feet, esas pastas con salchichas que terminan repartiéndose con las manos. O las correrías en casas ajenas, esas estancias que jamás se volverán a pisar excepto, quizás, para limpiarlas. O jugando al escondite y zampando helados mientras se canta y se baila. Y sin olvidar un rapto con complicidades ajenas para que el infortunado hermano de sangre respire aire fresco. Instantes fugaces de unos seres entrenándose para sobrevivir en las condiciones más adversas.
Tráiler:
Ficha técnica:
Sweet Thing , EUA, 2020.Dirección: Alexandre Rockwell
Duración: 91 minutos
Guion: Alexandre Rockwell
Producción: Black Horse Productions
Fotografía: Lasse Ulvedal Tolbøll
Reparto: Lana Rockwell, Nico Rockwell, Jabari Watkins, Will Patton, Karyn Parsons, Steven Randazzo, M.L. Josepher